Que el tiempo no es igual u homogéneo es algo que sabemos, precisamente, desde hace tiempo. Recurrencias o duraciones de mayor o menor alcance van construyendo el tiempo como una materia compleja, sobre todo cuando éste termina siendo parte de nuestra conciencia, que no sería otra cosa más que la propia Historia. El tiempo termina siento en nosotros una abstracción, como la del cuadro de Kandinsky que ilustra este blog. Insisto a menudo en el hecho de que la Historia no es lineal, de que no es una mera cronología. Por ello, cuando advierto las euforias colectivas ante el cambio de año pienso ocioso en lo que realmente implica esto. Como hecho positivo, como parte de la Historia externa, mañana habrán subido de manera generalizada los precios y habrá, ya en el ámbito de las sensaciones, una actitud melancólica que vulgarmente se llama resaca. Los grandes cambios, sin embargo, no vendrán con el cambio de año, sino cuando menos nos enteremos. Incluso ahora, mientras escribo estas líneas, se puede estar produciendo algo en el mundo que cambie nuestra visión de las cosas para siempre. Posiblemente, la conciencia de los cambios es la que marca la experiencia de la Historia, sobre todo en oposición a las recurrencias, las "durées" de mayor o menor extensión de las que tanto sabe el historaidor francés Braudel. Hoy, más bien, celebramos de nuevo una recurrencia, el cambio de año, que en realidad es un falso cambio, pues no deja de ser una esperable recurrencia que ciframos mediante un cambio puramente numérico. Cabe hacer propósitos, pero en realidad ya hemos sembrado casi todo aquello que condicionará el nuevo año. No podemos empezar de cero, afortunadamente. Al cabo de muchos años, cuando ya no pueda importarnos, algún historiador dará color a nuestro tiempo, elevándonos a la condición de precursores de algo que todavía no conocemos o condenándonos a la de simples epígonos.
FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.