Voy a reproducir dos textos muy interesantes escritos sobre Menéndez Pelayo en agosto del año 2002. Curiosamente, han pasado ya seis años desde ese momento, y quedan otros seis para que se celebre el centenario de la muerte del polígrafo santanderino. Por lo demás, sobre él se siguen proyectando las sombras de los vendavales políticos, lo que no deja de ser un síntoma de vitalidad. Por cierto, me está gustando el libro que acaba de enviarme la Sociedad Menéndez Pelayo: me refiero a los Tres estudios bio-bibliográficos sobre Menéndez Pelayo (Santander, 2008), pulcramente editado y con una actualizada biografía a cargo de don Benido Maradiaga, ilustre y sabio santanderino. Es toda una invitación a contextualizar a Menéndez Pelayo en su contexto histórico (qué bien nos vendría que esto pasara con algunos ideólogos de su época que aún hoy siguen teniendo una nefasta vigencia)
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
ABC 1 de agosto de 2002
Opinión
Menéndez Pelayo
Por JULIÁN MARÍAS. de la Real Academia Española
ACABO de hablar de don Marcelino Menéndez Pelayo en su Santander, en la Universidad Internacional que lleva su nombre. No está incluido en el admirable «espesor del presente» que caracteriza a la cultura española, que hace posible que autores muertos hace ya muchos años sigan plenamente vivos, sean leídos, no solamente estudiados, susciten admiración, repulsa, discusión.
Menéndez Pelayo no está presente. Nació en 1856, murió en 1912: una vida breve hasta en su tiempo, aprovechada con fantástica actividad. Creo que se explica esa ausencia de Menéndez Pelayo en el repertorio de aquello que pervive, con lo que, queramos o no, contamos siempre.
Algunas excelencias de su figura explican este resultado. Fue enormemente precoz. Lector insaciable, descubridor y devorador de libros, había acumulado un inmenso saber, una maduración impropia de sus años. Es sabido que hubo que modificar la ley para que pudiera ser catedrático de Universidad al filo de los veinte años. En ese tiempo publicó dos grandes libros llenos de erudición, de conocimientos nuevos e improbables: «Historia de los heterodoxos españoles» y «La ciencia española». Rebosaban saber y entusiasmo, irrefrenable adhesión por lo que había sido la España que se veía como tradicional. Había un punto de exageración al mezclar con lo egregio lo que era simplemente normal y aceptable.
Esto sucedía hacia 1876, año en que se fundó la benemérita y valiosa Institución Libre de Enseñanza, que tenía otro signo, también estimable, tal vez innecesariamente polémico. En esos medios, entre los llamados krausistas, surgieron innecesarias polémicas con la obra de Menéndez Pelayo. El espíritu crítico, tan necesario, tan valioso, lleva dentro la amenaza del negativismo. A Menéndez Pelayo lo sacaba de quicio el que, en nombre del progreso, se negara casi todo lo que se había hecho en España durante largo tiempo, sin conocer apenas los libros que don Marcelino había devorado desde la primera juventud. Esto hizo que la figura de Menéndez Pelayo quedara consignada a una posición que no fue realmente la suya.
A medida que fue madurando se fue abriendo; su horizonte fue muy amplio, su curiosidad creció, su tolerancia también. En su mocedad había hablado desdeñosamente de las «nieblas germánicas»; en su importantísimo libro «Historia de las ideas estéticas en España» habla sobre todo de autores alemanes.
Sus estudios posteriores son abrumadores por su cantidad y conocimiento, también enriquecedores e iluminadores. Lope de Vega y Calderón, la poesía hispanoamericana, todos los entresijos de la literatura española y su proyección al otro lado del Atlántico, todo eso fue conocido, historiado fervorosamente por Menéndez Pelayo. Fue la gran figura intelectual de la Restauración, con enorme prestigio institucional, en la cátedra, en la Real Academia Española, en la dirección de la Biblioteca Nacional. Quizá todo eso hizo olvidar un poco que era ante todo un escritor. Lector y escritor, eso fue toda su vida Menéndez Pelayo. Por las razones que he apuntado quedaba adscrito a una interpretación parcial, yo diría un poco lejana y no muy inmediata, de su figura y su obra.
Muy poco después de la guerra civil, Pedro Laín Entralgo publicó un inteligente estudio sobre Menéndez Pelayo, a la vez que aparecía mi libro «Miguel de Unamuno», al que costó un año encontrar editor, porque en aquel momento era fácil publicar contra Unamuno, pero no sobre él. Pienso que es simbólica la coincidencia de estos dos libros, que significaban la reconciliación en la calidad y en la verdad de valores españoles que nunca debían haberse enfrentado, que juntos componen a lo largo de la historia una maravilla, que en su fragmentación y contraposición parecen a veces dos medios desastres.
Todo esto permite entender el hecho doloroso de que Menéndez Pelayo haya sido poco y sesgadamente leído, que no haya llegado a integrarse en su lugar, en la espléndida época que fue la Restauración, lo que ahora están descubriendo el conocimiento y la buena fe. Por esto ha quedado fuera de lo plenamente actual, no enteramente vivo. Urge remediar ese error; habría que poner a Menéndez Pelayo en su verdadera situación, allí donde le corresponde estar.
La edición nacional de sus Obras Completas es admirable porque permite que existan juntas; pero al mismo tiempo las han cerrado en una especie de fortaleza que pocos visitan, por falta de tiempo y de estímulo. Sería menester que existiera y fuese accesible a todos una edición de aquellas porciones de la obra de Menéndez Pelayo que tienen pleno valor, que son actuales, que podemos asimilar; en suma, que están vivas.
Decía Ortega que la historia consiste en que inyectemos nuestra sangre en las venas de los muertos. Es una faena de resurrección, que se cumple muy desigualmente, según los países y los tiempos. Sería apasionante lanzar una ojeada a este aspecto de la vida humana y de la historia. Tal vez en ello se encontrara la clave de innumerables aciertos, de tantos desastres que han sobrevenido a la humanidad.
He hablado de tiempos; esa operación la han ejecutado ejemplarmente algunos países durante siglos y luego se han desentendido de ella; han sido los momentos en que ha hecho su aparición una decadencia más o menos grave, más o menos duradera.
Sería ocasión de ejercitar con Menéndez Pelayo esa suprema generosidad, tan remuneradora: intentar inyectar nuestra sangre en sus venas, que se paralizaron hace ya tantos años, en 1912. Todavía no están anquilosadas. Se vería que empezaban a reverdecer y a anunciar frutos promisores, por desventura no gozados hasta ahora.
ABC 4 de agosto de 2002
Opinión
El retorno de Menéndez Pelayo
Por César ALONSO DE LOS RÍOS
En alguna ocasión he reivindicado la figura sapientísima de Menéndez Pelayo, no sólo por razones de justicia sino porque la presencia de su obra es imprescindible para nuestra cultura. Porque ¿acaso se puede andar por la historia del pensamiento español sin el concurso de esa maravillosa caja de claves que es la «Historia de los heterodoxos españoles»?, o ¿cómo se puede hablar de nuestra literatura -y de la europea- sin tener que recurrir a las «Ideas Estéticas»?
Por esta razón junto a la alegría del desayuno tuve el miércoles la que me proporcionó el artículo de Julián Marías sobre don Marcelino. Con la autoridad que le es propia, con la contención y la discreción que le caracterizan, el Maestro Marías se lamentaba del olvido en el que ha caído Menéndez Pelayo. Rezumaba su artículo un dolorido sentir pero, sobre todo, reflejaba el desconcierto por lo poco que tiene que ver tal olvido con una cuestión de modas.
Si Marías pudo y puede entender que «su» Unamuno de la posguerra tuviera dificultades para su publicación (tardó un mes -nos recuerda- en encontrar un editor), ¿qué pudo suceder para que, unos cuantos años después, a partir de los setenta, la obra grandiosa de Menéndez Pelayo quedara oscurecida, postergada, minusvalorada e, incluso, la propia personalidad de quien consiguió establecer un magisterio hegemónico y de forma precoz? La respuesta es sencilla: la actitud de una buena parte del pensamiento progresista respecto a Menéndez Pelayo ha sido y sigue siendo de «hostilidad» descarada.
Sucedió que el stablishment cultural oficial fue sustituido desde mediados de los sesenta por el civil progresista (a pesar de estar en la oposición) que tenía su propia estrategia cultural en la que no sólo no cabía Menéndez Pelayo sino que era un pensador a abatir. Y en efecto quedó abatido, y de poco valió la voluntad de Lain y compañeros que le tenían en tan grande estima. La revuelta cultural que se produjo en los medios universitarios españoles en los años sesenta y setenta tuvo el sentido que tienen todos los movimientos contra el padre, esto es, contra lo establecido y lo heredado. El propio Ortega iba a ser negado por los mismos que se hicieron mayores políticamente el día de su entierro. Martín Santos intentó dejar en «Tiempo de silencio» el rechazo que sentía su propia generación ante el autor de «La rebelión de las masas», pero eso no fue a más porque, aparte del trabajo sólido de discípulos de Ortega como el propio Marías, fuera de España seguía entero el nombre de Ortega. Mientras Martín Santos le ridiculizaba, Susan Sontag le citaba con admiración. Él, con Unamuno, es el único pensador que figura en los índices bibliográficos sobre el pensamiento en el siglo XX. No ocurre lo mismo con Menéndez Pelayo a pesar de la importancia de su obra: es de «uso» interno y su «ideología» participa de la beligerancia desencadenada por la confrontación de las dos Españas. No obstante, Menéndez Pelayo debería haber sido salvado de esa pugna, ya que él hizo algo verdaderamente impagable: ha sido capaz de analizar y valorar a autores con los que estaba en total desacuerdo de tal modo que, aun siendo así, nos proporciona toda la información sobre ellos, los salva del desconocimiento o del anonimato. Así por ejemplo a Blanco White no es Goytisolo ni siquiera Lloréns quien lo saca de la sombra, sino Menéndez Pelayo.
El pensamiento progresista no ha podido soportar esta lección del autor de «Los heterodoxos», ha preferido darle la espalda pero, al actuar así, lo ha pagado muy caro: ha tenido que prescindir de ese inmenso cajón de claves.
El artículo de Marías me ha dado mucha alegría porque me ha permitido presentir que está próximo el retorno de Menéndez Pelayo.
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