Sí, ejemplo y memoria de una persona excepcional que si hubiera nacido en Francia o Alemania hoy sería un reputado y recordado filólogo. Uno de los primeros asuntos a los que me dediqué en este cuaderno de bitácora fue a hablar sobre Pedro Urbano González de la Calle y Agustín Millares Carlo. Pero Urbano ha sido, después de Alfredo Adolfo Camús, mi otro gran descubrimiento de entre los académicos españoles dedicados a los estudios clásicos en España. Ahora que la revista Estudios Clásicos, en concreto su número 134, ha llegado a los buzones de sus lectores, ya estoy en condiciones de contar aquí lo que he dejado por escrito en ella sobre este profesor inolvidable. También hay en mi biblioteca varios libros y separatas suyas, algunos dedicados de puño y letra, y como muestra de una bibliografía exquisita y copiosa. Que no cunda el mito de que quien escribe mucho escribe necesariamente mal, pues en ese caso, quien no escribe nada vivirá con un inmerecido beneficio de la duda. Su obra trata sobre asuntos de estilítica latina y de humanismo español, entre otras cosas, y todavía leen sus trabajos quienes estudian al humanista Sánchez de las Brozas.
Reproduczo a continuación lo que cuento en mi artículo "El nacimiento de la Filología Clásica en España. La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid", publicado en la revista ya aludida:
Hay que esperar hasta los años 30, ya en los tiempos de la Segunda República, para el nombramiento de un nuevo catedrático, Pedro Urbano González de la Calle (1879-1966). Pedro Urbano se había formado en Madrid, pero desde 1904 hasta 1926 fue catedrático en Salamanca. De esta etapa, es destacable el apoyo que brindó a Unamuno tras su destitución como rector en 1914[1]. Sus años salmantinos dan cuenta de importantes estudios sobre El Brocense y el Humanismo Español[2]. En un trabajo muy tardío[3], fruto de una conferencia impartida en México en 1964, da cuenta del ideal que le llevó a este tipo de estudios, inspirado básicamente en la idea de progreso del propio Renacimiento frente a la Edad Media. En 1926 se traslada a Madrid, tras lograr una excedencia para dar clases como auxiliar temporal de la cátedra de Lengua y Literatura Latinas que había dejado vacante Cejador. Sin embargo, esta excedencia supuso en su anhelo por ser catedrático en Madrid una singular cortapisa[4], pues lo dejó excluido en el concurso por traslado de esta misma cátedra, a pesar de ser la que él mismo impartía en ese momento[5]. Como antes dije, fue la cátedra que obtuvo Alemany Selfa. No obstante, continuó como auxiliar en Madrid hasta lograr el nombramiento de catedrático
Pedro Urbano González de la Calle representa lo más granado de la incipiente Filología Clásica en la España de comienzos del siglo XX.de Lengua y Literatura Latinas cinco años más tarde, en 1932, si bien luego pasó a ser profesor de Lengua y Literatura Sánscritas en Valencia y, finalmente, en la Universidad de Barcelona, donde explicó Poesía Latina e Historia de la Filología hasta 1939, fecha de su exilio[6]. Durante su permanencia en Madrid, impartió también, por acumulación, la materia de Sánscrito, asumiendo la cátedra vacante de Mario Daza de Campos, en 1933, con quien colaboró en la docencia de esta materia[7]. Pedro Urbano, a quien, según testimonio de Julián Marías, apodaban “Petrus Cajus”[8], tuvo durante su etapa madrileña una activa participación en el período fundacional de la revista Emerita. Interesante es, por las ideas que se expresan, la reseña que publica acerca del manual de Literatura Latina en la Edad Republicana y Augustea a cargo del filólogo italiano Vincenzo Usani (Emerita 3, 1939, pp. 376-378). Destaca en la breve reseña el eco de la crítica estética de Croce, frente al positivismo de la historiografía literaria (practicada, como antes vimos, en manuales como el de Alemany Selfa), y se deja ver también la herencia intelectual krausista que viene de su propia familia, ya que su padre, Urbano González Serrano[9], había sido discípulo dilecto de Nicolás Salmerón. Asimismo, en el artículo que publica en Emerita acerca de las cláusulas métricas en la prosa de Marcial[10] puede verse la clara influencia de Eduard Norden, cuyas ideas acerca de la Estilística son válidas más allá del propio ámbito de la Filología Latina[11]. Su proyecto de traducir la Historia de la Literatura Latina de Friedrich Leo dentro de la colección “Estudios de Emérita” no se llegó a hacer realidad como tal, aunque apareció anunciado en Emerita 3/2, 1935. No obstante, este libro terminó editándose en Bogotá, el año de 1950[12], por lo que se convierte en todo un símbolo de lo que después definiremos, evocando a Claudio Guillén, como una tensión entre la continuidad y la discontinuidad. Además de sus intereses por la historia del Humanismo y la Estilística, Pedro Urbano fue un excelente lingüista (así lo vemos, en parte, en algunos de los estudios compilados en su libro Varia[13]), y sus trabajos reflejan la importancia que la Lingüística Latina había adquirido en los primeros decenios del siglo XX en España. Precisamente, es como lingüista donde continuó manteniendo un ritmo de investigación excepcional en Bogotá, dentro del afamado Instituto Rufino J. Cuervo, para luego terminar en la U.N.A.M.[14]. Nunca olvidó España, pero tampoco las circunstancias por las que tuvo que marchar. Así lo recuerda la arabista Manuela Manzanares de Cirre:
(...) Don Pedro Urbano González de la Calle, tío de los Barneses, que era exactamente igual que el tercer hombre que está en El entierro del Conde de Orgaz y que estaba allí con Angelita (una mujer pequeñita, dulce y delicada). Este hombre era muy concienzudo y preparaba sus clases de latín[15] todos los días con un diccionario y ella le decía (suaviza la voz): «Pero Urbano ¿cuándo te vas a saber ese libro?». Era genial, no me ayudó mucho porque cuando le decía que una frase no la entendía muy bien me contestaba: «Está muy claro, esto es el genitivo de esto y aquello el acusativo de lo otro», total que me daba una clase de gramática, pero no me resolvía la duda. Estudié sánscrito con él, pero luego se me olvidó. Un día en una fiesta don Urbano coincidió con un ministro español que le dijo que ya podía volver a España porque Franco había perdonado a los republicanos. A don Urbano se le puso la barba de punta y le contestó: «Lo que hace falta saber es si yo le he perdonado a él», se dio la vuelta y se fue. Era fantástico.[16]
Otro de los testimonios más definidores de este profesor nos lo ofrece Guillermo Díaz Plaja[17]:
Pedro Urbano González de la Calle representa lo más granado de la incipiente Filología Clásica en la España de comienzos del siglo XX.de Lengua y Literatura Latinas cinco años más tarde, en 1932, si bien luego pasó a ser profesor de Lengua y Literatura Sánscritas en Valencia y, finalmente, en la Universidad de Barcelona, donde explicó Poesía Latina e Historia de la Filología hasta 1939, fecha de su exilio[6]. Durante su permanencia en Madrid, impartió también, por acumulación, la materia de Sánscrito, asumiendo la cátedra vacante de Mario Daza de Campos, en 1933, con quien colaboró en la docencia de esta materia[7]. Pedro Urbano, a quien, según testimonio de Julián Marías, apodaban “Petrus Cajus”[8], tuvo durante su etapa madrileña una activa participación en el período fundacional de la revista Emerita. Interesante es, por las ideas que se expresan, la reseña que publica acerca del manual de Literatura Latina en la Edad Republicana y Augustea a cargo del filólogo italiano Vincenzo Usani (Emerita 3, 1939, pp. 376-378). Destaca en la breve reseña el eco de la crítica estética de Croce, frente al positivismo de la historiografía literaria (practicada, como antes vimos, en manuales como el de Alemany Selfa), y se deja ver también la herencia intelectual krausista que viene de su propia familia, ya que su padre, Urbano González Serrano[9], había sido discípulo dilecto de Nicolás Salmerón. Asimismo, en el artículo que publica en Emerita acerca de las cláusulas métricas en la prosa de Marcial[10] puede verse la clara influencia de Eduard Norden, cuyas ideas acerca de la Estilística son válidas más allá del propio ámbito de la Filología Latina[11]. Su proyecto de traducir la Historia de la Literatura Latina de Friedrich Leo dentro de la colección “Estudios de Emérita” no se llegó a hacer realidad como tal, aunque apareció anunciado en Emerita 3/2, 1935. No obstante, este libro terminó editándose en Bogotá, el año de 1950[12], por lo que se convierte en todo un símbolo de lo que después definiremos, evocando a Claudio Guillén, como una tensión entre la continuidad y la discontinuidad. Además de sus intereses por la historia del Humanismo y la Estilística, Pedro Urbano fue un excelente lingüista (así lo vemos, en parte, en algunos de los estudios compilados en su libro Varia[13]), y sus trabajos reflejan la importancia que la Lingüística Latina había adquirido en los primeros decenios del siglo XX en España. Precisamente, es como lingüista donde continuó manteniendo un ritmo de investigación excepcional en Bogotá, dentro del afamado Instituto Rufino J. Cuervo, para luego terminar en la U.N.A.M.[14]. Nunca olvidó España, pero tampoco las circunstancias por las que tuvo que marchar. Así lo recuerda la arabista Manuela Manzanares de Cirre:
(...) Don Pedro Urbano González de la Calle, tío de los Barneses, que era exactamente igual que el tercer hombre que está en El entierro del Conde de Orgaz y que estaba allí con Angelita (una mujer pequeñita, dulce y delicada). Este hombre era muy concienzudo y preparaba sus clases de latín[15] todos los días con un diccionario y ella le decía (suaviza la voz): «Pero Urbano ¿cuándo te vas a saber ese libro?». Era genial, no me ayudó mucho porque cuando le decía que una frase no la entendía muy bien me contestaba: «Está muy claro, esto es el genitivo de esto y aquello el acusativo de lo otro», total que me daba una clase de gramática, pero no me resolvía la duda. Estudié sánscrito con él, pero luego se me olvidó. Un día en una fiesta don Urbano coincidió con un ministro español que le dijo que ya podía volver a España porque Franco había perdonado a los republicanos. A don Urbano se le puso la barba de punta y le contestó: «Lo que hace falta saber es si yo le he perdonado a él», se dio la vuelta y se fue. Era fantástico.[16]
Otro de los testimonios más definidores de este profesor nos lo ofrece Guillermo Díaz Plaja[17]:
“El catedrático de sánscrito, don Mario Daza, tenía su clase encomendada a un pintoresco señor, don Pedro Urbano González de la Calle, ejemplar implacable de perfección docente y de ética laica aprendida de los círculos krausistas-institucionistas de que procedía.”
[1] Martínez Lasso, Los estudios helénicos..., p. 350.
[2] De entre sus obras dedicadas al humanismo español destacaré: Arias Montano, humanista (Badajoz, Imprenta del Hospital Provincial, 1928), o Contribución a la biografía del “Brocense” (Madrid, Tipografía de Archivos, 1928).
[3] P. U. González de la Calle, “Desiderata de las investigaciones acerca del humanismo español”, Nova Tellus, 3, 1985, pp. 149-185. Cabe señalar en este artículo las observaciones críticas que hace acerca de los estudios de Menéndez Pelayo y Bonilla: “La historia del humanismo español está por trazar, y la propia existencia del humanismo hispano ha sido discutida, cuando no desdeñosamente olvidada, o preterida en algunas exposiciones modernas muy consultadas por los estudiosos de la historia de la filología clásica. Los nombres de Ulrichs, Gudemann, Immisch y Sandys bastarán como dolorosos «specimina» de las omisiones aludidas. Y no se nos arguya que, en cambio, Menéndez Pelayo y Bonilla San Martín principalmente han concedido a la evocación de los humanistas hispanos fructuosas y largas vigilias y deferentísima atención. El glorioso maestro y el ilustre discípulo, famoso maestro también, han consagrado, es cierto, a los estudios del humanismo hispano serias y numerosas investigaciones, mas no creemos pecar de injustos con esos insignes doctos, afirmando que ninguno de ellos ha trazado la cardinal y característica trayectoria, seguida por los principales humanistas españoles de los siglos más fecundos y gloriosos de nuestra tradición erudita” (“Desiderata…”, pp. 150-151).
[4] Ya en 1914 había firmado la cátedra de Lengua y Literatura Griegas dejada vacante por Soms y Castelín, pero no se presentó. Obtuvo la plaza Mazorriaga (Martínez Lasso, Los estudios helénicos..., p. 193).
[5] Según comunicación de 26 de julio de 1927 enviada por el “Iltrm. Sr. Director general de enseñanza Superior y Secundaria” (Expediente de Pedro Urbano conservado en la Sección de Personal de la Facultad de Filología), donde se dice: “(...) no pudiendo incluirse al Sr. González de la Calle, porque reuniendo méritos por su brillante carrera y excelentes y reconocidas obras publicadas para desempeñar con brillantez la Cátedra de que se trata, la Ley lo excluye para el presente concurso (...)”.
[6] Parra Garrigues, Historial..., p. 237.
[7] Muy representativa de esta labor conjunta es el libro Ratnavali o El collar de perlas por CriHarsa; comedia traducida directamente del sánscrito y prácritos por Pedro Urbano González de la Calle; precede una introducción al estudio de la dramática india antigua por Mario Daza de Campos (Madrid, Victoriano Suárez, 1934). El libro tiene un interesante proemio debido a Daza, donde celebra la inclusión de los estudios de sánscrito dentro de los cursos de la licenciatura de Filología Clásica, no quedando así recluidos en el doctorado: “Estudios excelsos los de la gramática y literatura sánscritas, encerrados, hasta hace poco tiempo, en el impropio marco del doctorado de Letras, felizmente han hallado su adecuado asiento en la licenciatura de «Lenguas clásicas», cuyo nombre, ciertamente, no podría ostentar dentro de nuestra Facultad, si quedase reducida al cultivo de la filología occidental y se omitiere tan alta disciplina, como es la que abarca la lingüística indiana, origen venturoso del conocimiento científico de la gramática indoeuropea.”
[8] J. Marías, Una vida presente. Memorias 1, Alianza, Madrid 1988, p. 118.
[9] Estudiado por A. Jiménez García, El krausopositivismo de Urbano González Serrano, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, s.d.
[10] P. U. González de la Calle, “Algunas observaciones acerca de la prosa de Marcial (notas para un ensayo)”, Emerita 3, 1935, pp. 1-31.
[11] En un interesante trabajo titulado “Ortega y Gasset, escritor”, texto del lingüista Salvador Fernández Ramírez que ha rescatado José Polo (BRAE 63, 1983, p. 181), se hace una penetrante observación sobre este libro de Norden a la hora de calificar la prosa del pensador: “Acaso hay que calificar su prosa de prosa artística, en el sentido filológico en que la empleó el gran filólogo alemán Eduardo Norden, al estudiar en su monumental Die antike Kunstprose el estilo de los escritores griegos y latinos hasta el renacimiento, obra que algún día encontrará dignos continuadores para los pueblos herederos de la cultura clásica”.
[12] F. Leo, Literatura Romana. Traducción castellana directa del alemán anotada y provista de adiciones bibliográficas y de varios índices alfabéticos por P.U. González de la Calle, Bogotá, Prensas del Ministerio de Educación Nacional (Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo. Series Minor I, 1950. En la página 257 del libro el traductor se hace eco de la aparición de una Historia de la literatura latina (México – Buenos Aires, Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 1950) cuyo autor, su colega y amigo Millares Carlo, tuvo a bien dedicársela.
[13] P. U. González de la Calle, Varia. Notas y apuntes sobre temas de letras clásicas, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1916.
[14] Realmente, la etapa americana constituye otro capítulo de la actividad investigadora de Pedro Urbano, con obras como Contribución al estudio del bogotano (Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1963), o Quevedo y los dos Sénecas (México, El Colegio de México, 1965). José Polo ha rastreado alguna de las importantes recensiones que ya en América hizo de obras de sus antiguos colegas del Centro de Estudios Históricos, como Menéndez Pidal o Antonio Tovar (J. Polo, “Tres clásicos de la gramática histórica española. Bibliografía y antología parcial de reseñas. Propuesta de nuevas ediciones (críticas o no)”, Filología Románica, 5, 1987-88, pp. 187). También es interesante la siguiente visión de conjunto sobre el exilio: A. H. De León-Portilla, “Filólogos españoles en la U.N.A.M.”, en J. L. Abellán y A. Monclús (Coords.), El pensamiento contemporáneo y la idea de América II. El pensamiento en el exilio, Madrid, Anthropos, 1989, pp. 225-241, esp. 231-234.
[15] Su sobrina Ángela Barnés me ha contado la misma anécdota, pero asegura que se trataba del Sánscrito, y no del Latín.
[16] M. del Amo, “Una mañana con la arabista Manuela Manzanares de Cirre”, Aljamía. Revista de la Consejería de Educación de la Embajada de España en Rabat, 15, diciembre de 2003, p. 14.
[17] G. Díaz Plaja, Memoria de una generación destruida (1930-1936), Barcelona, Delos-aymá, 1966, p. 88.
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