Las cosas reales suelen diferir de los ideales. Imagino que el encanto de los grabados de aquellos viajes por la Antigüedad en el siglo XVIII apenas dan cuenta de las dificultades que conllevaba un viaje semejante. El factor humano y el físico van creando las condiciones de nuestros itinerarios, y los nombres míticos se van desaciendo en un sinfín de vivencias a menudo desagradables. Nápoles deja de ser la ciudad de Vico para convertirse en un lugar atestado de motos y de humo. El tiempo acompaña, pero a pesar de que apenas hemos comenzado la primavera, el sol me ha enrojecido la cara, anunciando ya lo que será el infernal verano. Hoy en la sulfatara, mientras me dolían los pies y mis pómulos ardían, he pensado en el cansancio y el desánimo que el primero lleva emparejado, y en qué fácil es perder los ideales que nos llevan a los viajes cuando las condiciones físicas nos atenazan. Gracias a un descanso, luego ya en Nápoles, me ha sido posible ver las cosas de otra manera, pues he logrado tomar del natural una vista deliciosa, al caer la tarde y cuando el sol no es ya más que una luz tenue. La cámara fotográfica no logra captar la luz en toda su plenitud, ni tan siquiera la belleza del palacio de Capodimonte, a lo lejos, pero al menos quedará como testimonio feliz de un día agridulce. Francisco García Jurado. HLGE.
martes, 30 de marzo de 2010
LA LUZ DEL GRAND TOUR
Solemos decir que el arte imita a la naturaleza -ARTIS NATURA MAGISTRA-, pero es tentador ver ciertos paisajes desde la perspectiva del arte. Un ocaso de Gaspar Friedrich o de Claudio Lorena y un cielo "velazqueño" son ya formas de ver que nuestra sensibilidad ha heredado. La luz dorada de los cuadros de Canaletto pasó a formar parte de la estética del Grand Tour, cuyos grabados y pinturas recrean un mundo acogedor que en realidad no lo era tanto. La luz dorada de ese Grand Tour, en el siglo XVIII, probablemente no es más que una forma de ensoñar los viajes una vez han pasado ya a nuestro recuerdo. Son una forma de sublimar las imposiciones de nuestra pobre condición física. Sin embargo, esta tarde, en la terraza que hay frente a la Cartuja de San Martino, que es un espléndido mirador de Nápoles, he sentido esa luz idílica. Por Francisco García Jurado. HLGE.
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