Somos esclavos de los tópicos, que no dejan de ser una forma de complejos colectivos. Los tópicos falsean la historia, la escriben con trazo grueso, y estas falsedades pasan a ser parte de nuestras realidades. Nos encadenan, en suma, desde un pasado inventado a un presente canalla. Por Francisco García Jurado, del GRUPO DE INVESTIGACIÓN UCM "HISTORIOGRAFÍA DE LA LITERATURA GRECOLATINA EN ESPAÑA"
La historiografía literaria dieciochesca escrita en Italia veía en los escritores de origen hispano a los causantes de la corrupción de las letras latinas[1]. Menéndez Pelayo desarrolla en el tomo III de su "Historia de las ideas estéticas" un pormenorizado estado de la cuestión, poniéndola en relación con el controvertido "problema de la ciencia española"[2]:
"Reinaban por entonces entre los escritores italianos singulares preocupaciones acerca de la cultura española. El influjo de las ideas francesas por una parte, y por otra el recuerdo de nuestra larga dominación, que forzosamente había de serles antipática, habían ido engendrando, aun en la mente de los varones más doctos y prudentes, una serie de conceptos falsos e injuriosos, que pedían pronta y eficaz rectificación. No llegaba ciertamente en los eruditos italianos el desconocimiento de nuestras cosas hasta el ridículo extremo de preguntar, como el enciclopedista Mr. Masson: «¿Qué se debe a España? Y en diez, en veinte siglos, ¿qué ha hecho por la civilización de Europa?»” (Menéndez Pelayo 1962, 337)
Por lo que parece, el negativo juicio estético de los eruditos italianos tanto acerca de los escritores hispano-latinos como de los del siglo XVII se atribuye al condicionamiento del clima español:
“(...) al investigar las causas de la corrupción de las letras latinas en la era de Augusto, y de las letras italianas en el siglo XVII, solían los críticos de aquel país achacar al influjo español la mayor culpa en estos accidentes fatales, asentando muy gratuitamente, pero no sin cierto color de verosimilitud, que, así como la familia de los Sénecas corrompió la pureza del gusto en la era de los Césares, así la dominación española en Milán y en Nápoles coincidió con la depravación de la elocuencia y de la poesía italianas, perdidas y estragadas por el contagio y el remedo de los vicios de los dominadores; de donde inferían que debía de haber en el clima de España y en el temperamento de los españoles alguna influencia maléfica para el buen gusto, en todas edades y civilizaciones. De tales ideas, profesadas con más o menos exageración, no está libre la voluminosa y concienzuda Historia Literaria de Italia, del doctísimo abate Tiraboschi (...). Pero el más extremado sustentador de las opiniones antedichas era un escritor mucho más ligero que Tiraboschi, y cuya reputación ha venido tan a menos con el transcurso de los tiempos, que hoy está casi enteramente borrada: el abate Xavier Bettinelli (...)” (Menéndez Pelayo 1962, 337-338)
Finalmente, Menéndez Pelayo se refiere a la contundente respuesta de los jesuitas españoles expulsos:
“Quizá las proposiciones de Tiraboschi y Bettinelli no tenían en la mente de sus autores todo el alcance y gravedad que Lampillas, Andrés y Serrano les dieron al impugnarlas, ni era, por otra parte, un crimen capital no gustar o gustar poco de Séneca, de Lucano y de Marcial, que fueron el principal objeto de la disputa, por ser nuestros Jesuítas más dados al estudio de la literatura latina que al de la vulgar. Pero es sabido que el patriotismo se crece y se inflama más con la lejanía de la patria (hasta cuando ésta se ha mostrado áspera y desagradecida), pareciendo entonces graves ofensas al honor de la madre adorada los que en otra ocasión quizá pasaran por leves alfilerazos" (Menéndez Pelayo 1962, 338-339)
La cuestión no es interesante tanto por su propuesta en sí como por lo que implica, pues no deja de estar relacionada con el mito historiográfico de los orígenes hispano-latinos de la literatura española, entendida ésta como una realidad geográfica ligada al temperamento. De esta polémica no se encuentra rastro alguno en los manuales alemanes y franceses consultados, si bien nos ha llamado la atención que en un manual anglosajón del XIX, el de Robert William Browne[3], se siga explicando el estilo de Lucano a partir del clima español:
“His imagination was rich –his enthusiasm refused to be curbed. They were such as we might suppose would be nurtured by the warm and sunny climate of Spain. His sentiments often exhibit that chivalrous tone which distinguish the Spanish poets of modern times. We may discern the nobleness, the liberality, the courage, which once marked the high-born Spanish gentleman; and the grave and thoughtful wisdom which makes Spanish literature so rich in proverbs, and which peeps out even from under the unreal conventionalisms of the contemporary Roman philosophy” (Browne 1853, 459)
Sin embargo, lo que ahora resulta más relevante es lo que parece ser una relectura exótica y romántica, casi propia de un viajero inglés por España, de aquella antigua apreciación dieciochesca.
Somos esclavos de los tópicos, que no dejan de ser una forma de complejos colectivos. Los tópicos falsean la historia, la escriben con tinta gorda, y estas falsedades pasan a ser parte de nuestras realidades. Hace falta una sutil mezcla de coraje e inteligencia para superarlos.
[1] Amador de los Ríos sitúa perfectamente la cuestión en uno de los mejores manuales de literatura española del siglo XIX, su Historia Crítica: “Fue así como, mientras severo y por demás descontentadizo, lanzaba Boileau los rayos de su crítica contra el teatro de Lope, Calderón y Moreto, osó el caballero Tiraboschi, cuya grande erudición y diligencia eran universalmente aplaudidas, acusar a los poetas españoles de ser desde antiguo origen del mal gusto, incluyendo también en el anatema a los padres del teatro moderno. Empresa era esta en que se le arrimaba el abate Bettinelli, resolviendo de plano y sin apelación que en todas las edades había sido España contraria al desarrollo de la buena literatura, corruptora en la antigüedad de la poesía latina, y del siglo XVI en adelante la italiana” (Amador de los Ríos 1969, LXXVIII).
[2] Este asunto, tan susceptible de interpretaciones viscerales y equivocadas (López Piñero 1982, 4-5), desde la crítica que Nicolás Masson de Morvilliers publicara en la Encyclopédie méthodique (1782), encuentra su momento más encendido en la polémica entablada por Menéndez Pelayo frente a juicios “progresistas” como los que Gumersindo de Azcárate, y guarda una cierta e interesante vinculación con nuestra historiografía literaria latina. Entre otras cosas, el afán recopilador de bibliografía hispana de traducciones de clásicos que encontramos en manuales como el de Villar y García pueden responder indirectamente a la reivindicación de la existencia de una ciencia hispana.
[3] El autor fue profesor de literatura clásica en el Kings College de Londres.
BIBLIOGRAFÍA
Amador de los Ríos, J. (1969) Historia crítica de la literatura española. Edición facsímil. Tomo I, Madrid, Gredos (ed. original de 1861)
Browne, R. W. (1853) A history of Roman classical litterature, London, Richard Bentley
Menéndez Pelayo, M. (1962) Historia de las ideas estéticas en España III. Tercera edición, Madrid, CSIC
FRANCISCO GARCÍA JURADO
H.L.G.E.
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