Ya sé que la actualidad no está para bromas. Un volcán islandés está bloqueando (al menos, eso nos cuentan) el tránsito aéreo de medio mundo. Sin embargo, en estos tiempos de cenizas, por qué no recordar el volcán más famoso de la Antigüedad. Me refiero al Vesubio y a la magnífica descripción que de él hace Plinio el Joven en la carta 6,16. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Plinio el Joven escribe, por un ruego de su amigo Tácito, el famoso historiador romano, acerca de la muerte de su tío, el naturalista Plinio el Viejo. Todo ocurrió en el año 79 de nuestra era, cuando el Vesubio entró en imponente erupción. Con cierto tono épico, se nos narra la valentía de este hombre que murió al día siguiente de haber intentado salvar a quienes quedaron sin escapatoria entre el volcán y el mar embravecido. De la carta, voy a recordar precisamente la descripción del volcán:
"Surgía una nube (no era posible saber a quienes la observaban en la lejanía desde qué monte, luego se supo que se trataba del Vesubio) cuya similud y forma no hubiera podido representarla mejor que un pino. En efecto, elevada hacia arriba como si de un larguísimo tronco se tratara, se hendía luego en varias ramas, pues, en mi opinión, una vez lanzada por un soplo vigoroso, después se difuminaba a lo ancho, al debilitarse por falta de este impulso o incluso vencida por su propio peso, blanca a veces, a veces negra y manchada a causa de la tierra y ceniza que había levantado."
El otro día recogimos un par de pequeñas piedras volcánicas del Vesubio. Cuando subimos María José y yo el volcán estaba cubierto de nubes y no se podía ver apenas más allá de unos metros. Es verdad que el tiempo nos privó de unas vistas espectaculares, pero al menos estuvimos allí, como hicieran los viajeros del Grand Tour. FRANCISCO GARCÍA JURADO
Plinio el Joven escribe, por un ruego de su amigo Tácito, el famoso historiador romano, acerca de la muerte de su tío, el naturalista Plinio el Viejo. Todo ocurrió en el año 79 de nuestra era, cuando el Vesubio entró en imponente erupción. Con cierto tono épico, se nos narra la valentía de este hombre que murió al día siguiente de haber intentado salvar a quienes quedaron sin escapatoria entre el volcán y el mar embravecido. De la carta, voy a recordar precisamente la descripción del volcán:
"Surgía una nube (no era posible saber a quienes la observaban en la lejanía desde qué monte, luego se supo que se trataba del Vesubio) cuya similud y forma no hubiera podido representarla mejor que un pino. En efecto, elevada hacia arriba como si de un larguísimo tronco se tratara, se hendía luego en varias ramas, pues, en mi opinión, una vez lanzada por un soplo vigoroso, después se difuminaba a lo ancho, al debilitarse por falta de este impulso o incluso vencida por su propio peso, blanca a veces, a veces negra y manchada a causa de la tierra y ceniza que había levantado."
El otro día recogimos un par de pequeñas piedras volcánicas del Vesubio. Cuando subimos María José y yo el volcán estaba cubierto de nubes y no se podía ver apenas más allá de unos metros. Es verdad que el tiempo nos privó de unas vistas espectaculares, pero al menos estuvimos allí, como hicieran los viajeros del Grand Tour. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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