El estudio de la historiografía de la literatura latina no deja de ser un reflejo de los grandes acontecimientos históricos europeos desde la segunda mitad del siglo XVIII. Esto quiere decir que las disciplinas académicas no son entidades aisladas y atemporales, sino, más bien, realidades que surgen (o desaparecen) como consecuencia de complejos fenómenos históricos. Puedo decir, como ejemplo, que el catálogo sistemático de manuales de literatura griega y latina que llevo elaborando desde hace tiempo comienza y termina con la obra de los autores exiliados: el jesuita Mateo Aymerich y el republicano Pedro Urbano González de la Calle. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
El primero forma parte del grupo de jesuitas exiliados que ejerció una importantísima labor erudita y cultural en Italia desde 1767. El segundo es uno de los profesores de Madrid que tuvo que marchar a tierras americanas tras la guerra civil de 1936. Poco tienen en común uno y otro salvo, quizá, su amor incondicional por el saber. De Pedro Urbano he publicado recientemente un trabajo titulado “Cuando el tiempo se detiene” publicado recientemente en una revista de la Universidad de Bogotá (http://eprints.ucm.es/9554/). Del primer autor, que conocí por el tomo X de la Bibliografía Hispano-Latina de Menéndez Pelayo, he tenido la suerte de conocer al profesor Joseph Lluís Teodoro Peris, que ha dedicado buena parte de su carrera académica al estudio de su obra, en especial dentro del libro titulado “Vida i mort de la llengua llatina. Una polèmica lingüística al segle XVIII”, publicado por la Universidad de Valencia en 2004. A este libro he dedicado parte de mis lecturas veraniegas con gran aprovechamiento. Mateo Aymerich defendió, entre otras cosas, que la lengua latina no es una “lengua muerta”, al contrario de lo que ya algunos humanistas quisieron hacer ver. La historia de la lengua latina no se vio interrumpida por la Edad Media, y los autores cristianos revitalizaron esta lengua con nuevas voces, frente a las interpretaciones que apuntan a la decadencia (y que tanto recuerdan a Gibbon y Montesquieu). Las propuestas de Aymerich son muy poco “clásicas”, y conectan con la sensibilidad de lo que luego serán algunas de las ideas motrices sobre el latín cristiano y medieval durante el siglo XIX. Remy de Gourmont defendió casi cien años después de Aymerich la existencia de un “latín místico” que nace con los cristianos y desemboca en el latín de la Iglesia. Asimismo, como apunta muy bien el profesor Teodoro Peris, Aymerich concibió ya como un prerromántico una obra de compilación de la literatura latina perdida, pues establece una comparación esencial con las propias ruinas de los monumentos antiguos. El libro que más me interesa de Aymerich es el publicado en Ferrara en 1784 con el título latino de “Specimen veteris Romanae litteraturae deperditae, vel adhuc latentis” (reproduzco la portada en la ilustración que abre este blog). Se trata de un libro rarísimo y exquisito, estructurado de manera alfabética y enriquecido con algunas disertaciones realmente memorables, como aquella en la que defiende al poeta Lucano con argumentos muy cercanos a los del Padre Feijóo. Me encanta, asimismo, ese final del título, referido a las obras que “hasta ahora” permanecen ocultas, pues Aymerich hubiera sentido verdadero gozo al comprobar cómo un cardenal milanés, Angelo Mai, descubría en el segundo decenio del siglo XIX el texto del “De Republica” de Cicerón, precisamente debajo de un texto cristiano. Leopardi, el gran poeta romántico, escribió un emotivo poema ante esta resurrección. Aymerich debe entrar, por su importancia específica, en la moderna historiografía de la literatura latina, y ser reconocido también a nivel internacional por los grandes especialistas en la materia, como el profesor turinés Gian Franco Gianotti. De momento, celebro, sobre todo, que gracias a Aymerich he conocido a Joseph Lluís Teodoro Peris. Francisco García Jurado. HLGE
El primero forma parte del grupo de jesuitas exiliados que ejerció una importantísima labor erudita y cultural en Italia desde 1767. El segundo es uno de los profesores de Madrid que tuvo que marchar a tierras americanas tras la guerra civil de 1936. Poco tienen en común uno y otro salvo, quizá, su amor incondicional por el saber. De Pedro Urbano he publicado recientemente un trabajo titulado “Cuando el tiempo se detiene” publicado recientemente en una revista de la Universidad de Bogotá (http://eprints.ucm.es/9554/). Del primer autor, que conocí por el tomo X de la Bibliografía Hispano-Latina de Menéndez Pelayo, he tenido la suerte de conocer al profesor Joseph Lluís Teodoro Peris, que ha dedicado buena parte de su carrera académica al estudio de su obra, en especial dentro del libro titulado “Vida i mort de la llengua llatina. Una polèmica lingüística al segle XVIII”, publicado por la Universidad de Valencia en 2004. A este libro he dedicado parte de mis lecturas veraniegas con gran aprovechamiento. Mateo Aymerich defendió, entre otras cosas, que la lengua latina no es una “lengua muerta”, al contrario de lo que ya algunos humanistas quisieron hacer ver. La historia de la lengua latina no se vio interrumpida por la Edad Media, y los autores cristianos revitalizaron esta lengua con nuevas voces, frente a las interpretaciones que apuntan a la decadencia (y que tanto recuerdan a Gibbon y Montesquieu). Las propuestas de Aymerich son muy poco “clásicas”, y conectan con la sensibilidad de lo que luego serán algunas de las ideas motrices sobre el latín cristiano y medieval durante el siglo XIX. Remy de Gourmont defendió casi cien años después de Aymerich la existencia de un “latín místico” que nace con los cristianos y desemboca en el latín de la Iglesia. Asimismo, como apunta muy bien el profesor Teodoro Peris, Aymerich concibió ya como un prerromántico una obra de compilación de la literatura latina perdida, pues establece una comparación esencial con las propias ruinas de los monumentos antiguos. El libro que más me interesa de Aymerich es el publicado en Ferrara en 1784 con el título latino de “Specimen veteris Romanae litteraturae deperditae, vel adhuc latentis” (reproduzco la portada en la ilustración que abre este blog). Se trata de un libro rarísimo y exquisito, estructurado de manera alfabética y enriquecido con algunas disertaciones realmente memorables, como aquella en la que defiende al poeta Lucano con argumentos muy cercanos a los del Padre Feijóo. Me encanta, asimismo, ese final del título, referido a las obras que “hasta ahora” permanecen ocultas, pues Aymerich hubiera sentido verdadero gozo al comprobar cómo un cardenal milanés, Angelo Mai, descubría en el segundo decenio del siglo XIX el texto del “De Republica” de Cicerón, precisamente debajo de un texto cristiano. Leopardi, el gran poeta romántico, escribió un emotivo poema ante esta resurrección. Aymerich debe entrar, por su importancia específica, en la moderna historiografía de la literatura latina, y ser reconocido también a nivel internacional por los grandes especialistas en la materia, como el profesor turinés Gian Franco Gianotti. De momento, celebro, sobre todo, que gracias a Aymerich he conocido a Joseph Lluís Teodoro Peris. Francisco García Jurado. HLGE
1 comentario:
Es un honor y una sorpresa agradabilísima que el prof. García Jurado haya prestado atención a nuestra aportación al conocimiento de un personaje tan peculiar como Aymerich: amante del saber, apasionado por la antigüedad, la vive y la revive con una intensidad contagiosa. El latín, para Aymerich, no puede ser una lengua muerta, fosilizada y reducida a unos libros polvorientos, sino la expresión viva y vital de una cultura que ha perdurado y ha modelado nuestro presente. Aymerich quiere modernizar el latín para darle un futuro y, al mismo tiempo, es ese personaje que se pasea por las antiguas ruinas escuchando aún los ecos de los oradores y de los magistrados que ocuparon las tribunas. Siempre que leo alguna de sus disertaciones sobre aspectos de la antigüedad, me vienen a la mente las ilustraciones de Piranesi que unen al amor por el detalle la voluntad de recuperar y reincorporar aquel mundo que se nos escapa en ruinas. Aymerich fue un romántico con sotana, luchando entre su disciplina jesuítica, su pasión por la antigüedad y su amor a las ciencias... Complejo, como somos todos. Gracias, Paco.
Josep
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