Aunque mis alumnos, cada año más jóvenes, no creen que la edad mejore el entendimiento, hay ciertos asuntos, como el del tema del doble en la literatura, que vamos comprendiendo cada vez mejor a medida que crecemos vitalmente. La experiencia nos permite volver a asuntos que hemos estudiado hace años con nuevas perspectivas, sobre todo con la capacidad de ver aquello que nos pasó desapercibido. Esto es lo que ocurre cuando volvemos al viejo tema del doble, que antes nos parecía, sobre todo, un divertimento dramático, pero que ahora, cada vez más cerca de lo que pensaba Dostoyevsk, tiene una profunda dimensión moral. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Es precisamente, el engaño y el afán de simular ser lo que no se es lo que ha llevado a la desgracia al protagonista de esta novela, pues su duplicidad ha terminado dando lugar a un auténtico alter ego que intenta suplantarlo, a manera de ejemplar castigo. Precisamente, a la hora de recordar la historia de Goliadkin acuden a nuestra memoria otras historias reales que ilustran bien esta relación entre el doble y la dudosa moralidad de quienes se duplican. El primer ejemplo paradigmático es el de un famoso periodista español que, por lo que parece, dijo a su esposa que partía en viaje de trabajo, aunque en realidad iba a visitar Moscú en compañía de su amante. Por una de esas casualidades de la vida, la esposa acudió también a Moscú con unas amigas y fue allí, en plena Plaza Roja, donde se dio de bruces con su marido. Lo más extraordinario de esta historia es que el esposo hizo como que era otra persona, es decir, una suerte de gemelo generado precisamente por la iniquidad y la mentira, mediante la que intentaba desvincularse de la persona real que su esposa había reconocido. Pero mucho más impactante es la historia de las fotografías que aparecieron hace dos años en la prensa, donde se mostraba la nueva imagen que había adoptado Radovan Karadzic, el sanguinario presidente de la República Serbia entre los años 1992 y 1996. Su rostro estaba cubierto por una poblada barba blanca que lo hacía difícilmente reconocible, y lo que resultaba especialmente inquietante era su nuevo aspecto de santón. El criminal de guerra había adoptado una identidad falsa y, acorde con ella, se dedicaba a la medicina alternativa, como si jamás hubiera cometido crimen alguno. La realidad supera la ficción literaria constantemente, y estas historias de camuflaje no son nuevas. Sabido es que, tras los genocidios, los verdugos adoptan nuevas identidades y procuran ser otras personas para sobrevivir. De igual manera que el déspota serbio, tras la Segunda Guerra Mundial, el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann huyó de Austria y marchó a la República Argentina, donde vivió bajo el nombre de Ricardo Klement. No fue desenmascarado hasta 1960, cuando agentes del servicio de seguridad hebreo lo capturaron y trasladaron a Jerusalén para su posterior enjuiciamiento y ejecución. La anécdota del periodista español en la Plaza Roja de Moscú palidece, naturalmente, ante las escalofriantes historias de Karadzic o Eichmann, pues del mero engaño pasamos a una de las dimensiones más escalofriantes de lo que venimos en llamar el tema del doble: la relación de la duplicidad con el mal en estado puro. Insistimos en que, como diría Fiodor Dostoyevski, sólo son dúplices los malvados, no las buenas personas.
En 1846, Fiodor Dostoyevski publica una novela fundamental sobre el viejo tema del doble. La obra, cuyo protagonista es un gris funcionario llamado Yakov Petrovich Goliadkin, se titula, de manera simple y concisa, El doble (Dvoinik), e incide especialmente en un aspecto clave del tema de la duplicidad, la dimensión moral de aquellos que ejercen una doble vida mediante engaños:
“El hombre bueno trata de vivir honradamente y no de cualquier modo y, además, nunca tiene un doble.”[1]
“El hombre bueno trata de vivir honradamente y no de cualquier modo y, además, nunca tiene un doble.”[1]
Es precisamente, el engaño y el afán de simular ser lo que no se es lo que ha llevado a la desgracia al protagonista de esta novela, pues su duplicidad ha terminado dando lugar a un auténtico alter ego que intenta suplantarlo, a manera de ejemplar castigo. Precisamente, a la hora de recordar la historia de Goliadkin acuden a nuestra memoria otras historias reales que ilustran bien esta relación entre el doble y la dudosa moralidad de quienes se duplican. El primer ejemplo paradigmático es el de un famoso periodista español que, por lo que parece, dijo a su esposa que partía en viaje de trabajo, aunque en realidad iba a visitar Moscú en compañía de su amante. Por una de esas casualidades de la vida, la esposa acudió también a Moscú con unas amigas y fue allí, en plena Plaza Roja, donde se dio de bruces con su marido. Lo más extraordinario de esta historia es que el esposo hizo como que era otra persona, es decir, una suerte de gemelo generado precisamente por la iniquidad y la mentira, mediante la que intentaba desvincularse de la persona real que su esposa había reconocido. Pero mucho más impactante es la historia de las fotografías que aparecieron hace dos años en la prensa, donde se mostraba la nueva imagen que había adoptado Radovan Karadzic, el sanguinario presidente de la República Serbia entre los años 1992 y 1996. Su rostro estaba cubierto por una poblada barba blanca que lo hacía difícilmente reconocible, y lo que resultaba especialmente inquietante era su nuevo aspecto de santón. El criminal de guerra había adoptado una identidad falsa y, acorde con ella, se dedicaba a la medicina alternativa, como si jamás hubiera cometido crimen alguno. La realidad supera la ficción literaria constantemente, y estas historias de camuflaje no son nuevas. Sabido es que, tras los genocidios, los verdugos adoptan nuevas identidades y procuran ser otras personas para sobrevivir. De igual manera que el déspota serbio, tras la Segunda Guerra Mundial, el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann huyó de Austria y marchó a la República Argentina, donde vivió bajo el nombre de Ricardo Klement. No fue desenmascarado hasta 1960, cuando agentes del servicio de seguridad hebreo lo capturaron y trasladaron a Jerusalén para su posterior enjuiciamiento y ejecución. La anécdota del periodista español en la Plaza Roja de Moscú palidece, naturalmente, ante las escalofriantes historias de Karadzic o Eichmann, pues del mero engaño pasamos a una de las dimensiones más escalofriantes de lo que venimos en llamar el tema del doble: la relación de la duplicidad con el mal en estado puro. Insistimos en que, como diría Fiodor Dostoyevski, sólo son dúplices los malvados, no las buenas personas.
[1] F.M. Dostoyevski, El doble. Poema de Petersburgo. Versión directa del ruso y nota preliminar de Juan López Morillas, Madrid, Alianza, 2002, p. 131.
FRANCISCO GARCÍA JURADO
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