Dedicaremos estos días a revisar una intersante cuestión de la historia de Roma, precisamente el de la difícil sucesión del emperador Augusto. Hay que tener en cuenta que el principado de Augusto se definiò tanto por su afán de acaparamiento de poder como por la preocupación de encontrar un sucesor adecuado. Esta segunda tarea fue, sin embargo, más ardua que la primera. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE.
El paso de triunviro a cónsul, tras la eliminación de Lépido y Antonio, supuso para Octavio un cambio decisivo en la imparable carrera que lo iba a llevar a ser el primer emperador de Roma. De igual manera que luego ocurriría tantas veces con otros personajes históricos, su ascensión, motivada en apariencia para defender al pueblo, se produjo gracias a las recompensas dadas al ejército y a los repartos de trigo a la multitud. Como bien observa Tácito, las provincias tampoco vieron mal aquel ascenso, cansadas de las intrigas republicanas y la codicia de los poderosos. Una vez llegados a este punto, dice Montesquieu que Augusto procuró, ya en tiempos de paz, evitar las conjuraciones, teniendo muy presente el fatal destino de su predecesor, César. Esta actitud defensiva le llevó, al mismo tiempo, a centrar en su persona muchos poderes. Por ello, continúa diciendo el pensador e historiador francés: “todas las acciones de Augusto, todas sus disposiciones, tendían visiblemente a establecer la monarquía.” Esta doble intención acaparadora y defensiva a un tiempo también nos la refiere Suetonio cuando observa que Augusto sentía como una “temeridad confiar la república al arbitrio de muchos”, por lo que decidió que el control de ésta siguiera estando en sus propias manos. De esta forma, se generó una doble moral acerca del poder absoluto, envuelto en una apariencia republicana, pero monárquico en su fondo. A este respecto, refiere también Suetonio cómo Augusto no aceptó en cierta ocasión la dictadura que le ofrecía el pueblo y cómo se oponía a que le llamaran “señor” dominus, pues ello implicaba que aquellos que así se dirigían a él debían considerase necesariamente sus servidores. No obstante, tales rechazos no eran más que signos superficiales de una intención bien distinta. En la práctica, Augusto hizo imposible la vuelta a la constitución republicana. Se creó, en definitiva, el marco de un gobierno de carácter monárquico, si bien éste mostró su punto más débil en el ámbito de la sucesión. Augusto fue consciente desde muy pronto de la importancia de disponer de un sucesor capaz. Él mismo, sin ir más lejos, había sido nombrado heredero por Julio César. No obstante, los problemas de la sucesión se vieron propiciados por dos factores: de una parte, la larga vida de Augusto y, de otra, las sucesivas desgracias personales de la familia del emperador, que podía haber iniciado él mismo cuando estuvo a punto de morir el año 23 a.C. Este suceso fue decisivo, pues Augusto, debido a una grave enfermedad, tuvo que dejar el poder en manos de Agripa y del cónsul Calpurnio Pisón. Esta circunstancia personal hizo ver a Augusto que su nuevo régimen no tenía fundamento sólido, y que necesitaba dar una respuesta eficaz al problema sucesorio. Sin embargo, no era factible que el Senado regulara mediante leyes tal sucesión, pues unas disposiciones de este tipo estarían enfrentadas a la apariencia de republicanismo con que quería presentarse el propio régimen de Augusto. Por ello, al problema práctico de encontrar un buen sucesor se unía, además, el de la propia legalidad de tal hecho dentro del marco político y jurídico aparentemente republicano. Sin embargo, frente a lo que parecía que iba a ser una muerte inminente, superado el percance del año 23, Octavio lograría vivir muchos años. Esta circunstancia, si bien no hacía tan inminente el problema sucesorio, vino a complicarlo todavía más a la larga, dado que eran ahora los candidatos a sucesores los que iban a ir muriendo al tiempo que él envejecía. A este respecto, tenemos un interesante testimonio epistolar donde vemos cómo se aúnan ambos aspectos: la cuestión sucesoria y la longevidad. Se trata de una carta de Augusto a su nieto y también hijo (adoptivo) Gayo (transmitida por Aulo Gelio en sus Noches Áticas 15,7) donde aquél cuenta de que ha logrado llegar a los 64 años:
“Saludos, mi querido Gayo, mi asnillo gratísimo, a quien echo de menos, a fe mía, cuando estás ausente. Y, especialmente, durante días especiales como el de hoy mis ojos buscan a mi Gayo, a quien, donde quiera que hayas estado este día, confío en que feliz y sano te hayas acordado de mi sexagésimo cuarto aniversario. Pues, como puedes ver, he logrado superar los sesenta y tres años, esa edad crítica para el común de los viejos que se llama climaterio. Ruego a los dioses que a mí, en lo que me quede de vida, me sea posible vivirlo con salud en la más absoluta prosperidad del Estado, y siendo vosotros, mis sucesores, personas de bien preparadas para asumir el relevo.” (trad. de F. García Jurado)
En Roma, superar con la edad la cifra que es producto de multiplicar el número siete por nueve era señal de haber superado una edad crítica. En todo caso, tan importante era que el sucesor de Augusto estuviera disponible como que se encontrara en una posición de poder semejante a la del propio emperador. J. Béranger ha visto en este texto transmitido por Aulo Gelio cómo la ideología monárquica romana se concentra en la frase que cierra la carta: la disposición para estar en concisiones de asumir el poder. Como ahora veremos, este anhelo de Augusto se vio frustrado varias veces a lo largo de su vida, de manera que el emperador tuvo que poner su mirada en diversos candidatos. Estos fueron su yerno Claudio Marcelo, sus nietos e hijos adoptivos Gayo y Lucio, y finalmente, su hijastro Tiberio. FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
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