martes, 14 de mayo de 2013
La novela "Albucius", de Pascal Quignard. Historia no académica de la literatura
¿Es posible hablar de una historia no académica de la literatura grecolatina en los autores modernos, en especial los del siglo XX? Esto es lo que vengo persiguiendo y estudiando desde hace ya bastante tiempo, el suficiente como para tener una conciencia de este fenómeno que tanta alegrías y sinsabores me ha proporcionado. Contar esta historia exige criterios diferentes de los que requiere una historia convencional. Para ello he terminado recurriendo a cuatro grandes mitos sobre la literatura: el mito del AUTOR, el mito del TEXTO, el mito de la CRÍTICA y, no menos importante, el mito del LECTOR. La novela “Albucius”, del autor francés Pascal Quignard parece escrita para ilustrar con precisión tales mitos a partir de la vida sórdida e imaginaria de un antiguo escritor romano. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Cayo Albucio Silo, un raro autor latino de la época de Augusto, es uno de tantos cuya obra se ha perdido para siempre. Leopoldo Alas Clarín evocaba en su cuento “Vario” a un poeta cuya obra había desvanecido la incuria del tiempo. Su contemporáneo Marcel Schwob recrea en la vida imaginaria de Lucrecio a un poeta que muere enloquecido sin haber escrito ni tan siquiera la obra que lo consagró para la posteridad, el poema científico titulado “Sobre la naturaleza de las cosas”. Sobre Albucio, y gracias a los testimonios de Séneca el Retor, conservamos algunos retazos de su existencia y su obra. Ambas son las que más o menos imaginariamente, se propone reconstruir Pascal Quignard. La obra, publicada en 1990 y ya traducida al español, por lo que llego a saber, en 1991, ha recibido en 2010 una nueva versión castellana (Buenos Aires, El cuenco de plata) a cargo de Betina Keizman. Echo de menos que los responsables de la edición no hayan recurrido a un latinista para corregir las muchísimas erratas de los textos latinos. Quignard conoce las lenguas clásicas (de hecho, ha traducido la Alejandra de Licofrón el Oscuro), y se ha dedicado en más de una ocasión a indagar sobre aspectos de la vida del mundo antiguo, como en "El sexo y el espanto".
El gran asunto de la obra del “Albucio” de Quignard es indagar en algo tan espeluznante como la “belleza de la sordidez”. Cayo Albucio Silo es inventor de pequeñas e impactantes obras retóricas que, confundidas con las de Séneca el Retor y otros autores de su época, tienen como fin la controversia. Esclavos que mueren torturados, hijos pródigos y mujeres sospechosas de adulterio pueblan el oscuro mundo de Albucio, donde la fealdad moral y estética crea una extraña forma de belleza. Quignard se propone no sólo inventar la vida de Albucio, sino reconstruir 53 de sus piezas oratorias, pequeños episodios donde suele exponerse una causa judicial imposible.
El esquema de la vida y la obra de un autor se alterna perfectamente para articular el libro. Para lo concerniente a la construcción biográfica, no podemos dejar de pensar en las “Vidas imaginarias” de Marcel Schwob, no en vano recreador de biografías como las del poeta Lucrecio o el novelista Petronio. Borges no es ajeno a estas formas de hacer biografía ficticia cuando compone los episodios que darán lugar a su “Historia universal de la infamia”.
La recreación de los textos de Albucio, confundidos, entre otros, con los de Séneca el Retor, nos recuerda a otra obra meridiana de Schowb, los “Mimos” de Herondas. Ya desde los títulos, donde se combina la lengua moderna y la lengua clásica, tenemos esa sensación de pastiche, de falsificación verosímil que acaso no detecte un lector poco conocedor de los pormenores filológicos.
La faceta crítica, es decir, el comentario de la obra de Albucio, aparece por todas partes, en especial el aspecto que ya hemos comentado de la sordidez de su obra, de la que es posible extraer una rara forma de belleza. Esto es lo que precisamente imprime carácter a los supuestos escritos de un autor perdido y deliberadamente raro, que el escritor-filólogo, o ficticio historiador de la literatura clásica, pretende recuperar para sus lectores.
Y queda finalmente el mito del lector o, más bien, de los lectores que pueblan esta obra, como el propio Borges, que aparece explícitamente citado a propósito del novelista Apuleyo. Ya el propio Quignard ha escrito una obra titulada “El lector”, contrapartida ineludible del autor, que en este caso es reconstruido gracias al ejercicio de la relectura moderna. Esta particular relectura es difícilmente catalogable dentro de uno de los géneros convencionales de la literatura comercial.
La obra de Quignard, en definitiva, parece estar escrita para servir de egregio ejemplo de la historia no académica que propongo. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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