Las variedades de la tristeza son, en realidad, vivencias inevitables que vamos sintiendo a lo largo de nuestra vida desde la infancia a la vejez. El niño que Marcel Proust nos describe en el primer tomo de su magna obra siente el deseo frustrado del beso de su madre al acostarse, el beso que el padre proscribe como algo superfluo. La oscuridad se vuelve eterna, los silencios cobran entidad, y la tristeza trae una percepción diferente de las cosas, que en realidad se vuelven símbolos y dejan de ser cosas. Hace años escribí un poema triste que comenzaba diciendo "Cómo me duelen los objetos al mirarlos...", y ese dolor me ha visitado más de una vez. Cuando somos felices las cosas recobran su existencia material, el mundo se vuelve perfecto, como diría Jorge Guillén, pero la percepción disminuye al tiempo que el dolor se vuelve invisible. Swan, en buena medida alter ego de Proust, siente el dolor del desprecio que por él siente la mujer que él desea (¿ama?), y en ese desprecio acabará surgiendo una suerte de dolorosa forma de vida. La lección de Proust es clara: entre el dolor del pobre niño que se ve privado del beso de su madre al acostarse y el dolor de Swan hay una simetría trágica: ser esclavos del dolor, incapaces de trascender a su circunstancia, saber que no podemos hacer apenas nada contra los deseos, y mucho menos cuando éstos se ven frustrados. O quizá sí podamos hacer algo: leer. FRANCISCO GARCÍA JURADO
sábado, 26 de marzo de 2011
ANATOMÍA DE LA TRISTEZA
Ya alguien habrá intuido que bajo este título hay truco, pues cierto autor inglés apellidado Burton escribió una "Anatomía de la melancolía". Pero la tristeza es otra cosa y, como dice Tolstoy al comiento de "Ana Karenina", sus variedades son mucho más ricas que las de la felicidad. Hoy recuerdo las tristezas que nos narra Proust en su primer tomo de "A la busca del tiempo perdido": el niño que desea el beso de su madre por la noche y el desamparo de Swam ante el desamor de Odette. La iglesia parisina de la Madeleine, en la fotografía, fue testigo mudo de estos pequeños dramas. Por Francisco García Jurado HLGE
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