Cuando leemos la obra del lexicógrafo Nonio Marcelo, del siglo IV d.C., tenemos la extraña sensación de estar a menudo ante un cementerio de textos. Diversas catástrofes históricas han dado lugar al hecho de que sus “citas” textuales, extraídas de glosarios, o en algunos casos de obras completas , tan sólo sean para nosotros “fragmentos” o reliquiae, precisamente conservados gracias a él . Si la cita de un texto ajeno dentro de otro puede servir de estímulo a un lector atento para regresar al texto originario, el fragmento, sin embargo, invita más bien a la hermenéutica, es decir, a la interpretación de una realidad textual mutilada (y, por tanto, mucho más polisémica de lo que sería en su estado original), o la reconstrucción de un contexto que ya sólo es posible imaginar ante su irreparable pérdida. La literatura latina nos ofrece buenos ejemplos de esta ambigua situación que oscila entre la cita y el fragmento. Las numerosas citas del filósofo Séneca que se compilaron en el llamado Libro de oro pueden ser todavía cotejables con los textos de donde fueron extraídas. Séneca puede ser leído, por tanto, como un autor de sentencias memorables , pero también como autor de obras conservadas en su integridad. Sin embargo, otros autores, como los mimógrafos Publilio Siro y Décimo Laberio, han quedado reducidos a las citas que se extrajeron de ellos y que ahora no son más que reliquiae. Estas citas, fuera de contexto, aparecen como sentencias de carácter moral, donde nos resulta imposible adivinar las diferentes intenciones que podían desempeñar en la escena dramática, como puede ser, por ejemplo, el grado de ironía. Imaginemos que una famosa frase de Terencio, Homo sum, humani nil a me alienum puto (Heaut. 77), hubiera quedado definitivamente descarnada de su contexto originario, es decir, justificando simplemente la intromisión del anciano Chremes en asuntos que no le conciernen: MENEDEMUS. Chreme, tantumne ab re tuast oti tibi aliena ut cures ea quae nil ad te attinent? CHREMES. Homo sum: humani nil a me alienum puto. (Ter., Heaut. 75-77, ed. R. Kauer y W.L. Lindsay) La cita, convenientemente descontextualizada, deja de servir como excusa propia de un “metomentodo” para convertirse en la frase idónea que caracteriza a cualquier filántropo y altruista. Por lo demás, la belleza de la cita en sí, al tiempo que la oportunidad de su uso dentro una conversación, es lo que, según Aulo Gelio, motiva el interés de su uso, como cuando él mismo recoge algunas sentencias extraídas de los mimos de Publilio Siro . Así pues, la cita o sententia debe constituir una unidad de sentido que permita su fácil inteligencia y aplicación a nuevas situaciones . No olvidemos que la cita es fruto de una lectura previa hecha por alguien que ha sabido captar el valor intemporal de ese texto. Sin embargo, a veces el texto conservado de una cita como tal ofrece problemas para su correcta inteligencia. Sin ir más lejos, dentro de la lista de catorce sentencias de Publilio Siro ofrecidas por Gelio, una de ellas es contradictoria: Frugalitas miseria est rumoris boni Esta sentencia ofrece problemas para su correcta inteligencia, pues se espera que la frugalitas, un término claramente positivo que está referido a una virtud tan idealizada en Roma como la “prudencia” o la “sobriedad” no sea, literalmente, la “miseria de la buena fama” . Miseria es la lectura que podemos leer en las Noches áticas según el texto editado por Marshall (con una variante en el aparato crítico: inserta) . Si nos atenemos estrictamente a lo que podemos leer y no nos aventuramos con conjeturas textuales, cabe interpretar que “la frugalidad” es una suerte de “miseria”, salvo en el hecho de que con ella se disfruta de “buena reputación”, lo que podía ser admisible dentro de un contexto irónico comprensible tan sólo dentro del contexto dramático originario. Esta suposición implica imaginar y recrear un contexto que ya no existe. Si nos circunscribimos exclusivamente al texto que conservamos, queda siempre la tentación de la conjetura textual. En este sentido, Herrero Llorente sigue la edición de las sentencias debida a G. Meyer y lee en el texto latino la palabra maceria (“pared de adobe”) en lugar de miseria, lo que justifica su traducción: “La templanza es la base de la buena fama” . Lo que queda claro es que la ironía, en el caso de haber existido, no se transmite fácilmente en la cita, una vez extraída de su contexto, aunque cabría pensar que han quedado huellas de ella, precisamente a causa de la dificultad interpretativa que la cita resultante entraña. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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