El asunto de los objetos falsos, sobre todo si son antiguos, suscita continuamente gran interés entre los especialistas y los meros aficionados. Precisamente, el documento que desde comienzos del siglo XX había pasado oficialmente a ser el primer testimonio escrito de la lengua latina quedó en entredicho cuando Margherita Guarducci cuestionó su veracidad en el libro titulado La cosiddetta fibula prenestina. Antiquari, eruditi e falsari nella Roma dell'Ottocento ("Atti della Accademia Nazionale dei Lincei. Memorie", Classe di scienze morali, storiche e filologiche, serie VIII, vol. 28, fasc. 2, Roma 1980). Estas notas de urgencia tan sólo pretenden poner en relación el “oportuno” hallazgo de la fíbula en 1887 a cargo del arqueológolo alemán Wolfgang Helbig, y en consonancia con el desarrollo de la lingüística latina. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
En sus estudios sobre falsarios, Julio Caro Baroja establece una útil división entre dos tipos de falsificaciones: (a) las más antiguas y simples, que consistirían en crear un documento falso, y (b) las más elaboradas, que implican la reinterpretación de un documento o de una serie de documentos para intentar demostar una determinada explicación. Acaso sea oportuno pensar, asimismo, en un tercer tipo de falsificación, que es precisamente la que aúna uno y otro procedimiento, a saber, (c) el meramente factual con el interpretativo.
La clave de mi argumentarción es esta: el texto “MANIOS MED FHEFHAKED NUMASIOI” que aparece en la fíbula de Preneste, datada en el siglo VII a.C., es un documento interesantísimo, sobre todo para los estudiosos de la lengua latina y no tanto para los de la historia de la literatura. Estos dos paradigmas, el de la lingüística latina y el de la historia de la literatura romana, se separaron, precisamente, a finales del siglo XIX. Prueba de ello es la marginación de los textos arcaicos llevada a cabo por Sigmund Teuffel en un importante manual publicado inicialmente en 1862, y que dejó oficialmente al margen los documentos más antiguos del discurso propio de la historia de la literatura romana para centrarse, sobre todo, en la literatura clásica. Los documentos arcaicos pasaron, por tanto, a ser objeto de la lingüística latina, nuevo paradigma que tanto debe a los estudios indoeuropeos y que probablemente arranca con la gramática comparada de la lengua latina compuesta por el danés Madvig. De ahí nace, pues, la oportunidad de este documento que precisamente fue dado a conocer durante los años finales del siglo XIX: la lingüística latina, es decir, el nuevo discurso científico e historiográfico independiente ya del de la historia de la literatura, lo convirtió en un documento fundamental. Desde el punto de vista epigráfico, el C.I.L. legitimó su valor, mientras que en la lingüística latina la pieza pasó al relato normal de la Historia de la lengua (p.e. en F. Stolz), mientras que el gran filólogo A. Ernout lo difundió a comienzos del siglo XX en su Recueil de textes latins archaïques. En resumen, quiero sugerir que la Fíbula de Preneste, al margen de su valor implícito, incluso de su verdad o falsedad, se benefició de un nuevo paradigma científico para alcanzar la relevancia de que ha gozado hasta los años ochenta del siglo XX. Puede que a los especialistas en historia de la lengua latina este paradigma les parezca hoy algo natural, casi invisible, pero el caso es que en la primera mitad del siglo XIX no existía como tal. En el supuesto de que la fíbula hubiera aparecido a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX las sospechas serían mucho menores, por no decir inexistenes. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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