Ya sabéis que el viaje sentimental se nutre de las sensaciones del viajero, de la subjetividad y de la memoria. Si tuviera que recordar ahora Boston lo haría desde el recuerdo de un tres de julio del año 2009, pues, singularmente, llegamos caminando hasta la civilizada ciudad de Henry James y de Edgar Allan Poe. Por Francisco García Jurado HLGE
Tarde de viernes y final de una semana atípica que estuvo marcada, sobre todo, por un largo viaje en avión (vía Londres) y la obligada adaptación a un nuevo mundo de trabajo y vivencias. Habíamos llegado al Cambridge americano para disfrutar de una estancia de investigación en el Real Colegio Complutense, que sirve de puente a los españoles para relacionarnos con la Universidad de Harvard. La primera impresión, desde nuestra nueva casa junto al río Charles, fue de volver al invierno, a causa de la niebla y del mal tiempo. El paisaje de Harvard nos recibió melancólico. Poco a poco, al cabo de los dos primeros días que allí pasamos María José y yo, el sol fue haciéndose hueco entre los venerables edificios universitarios del Harvard Yard. Y al fin era viernes, nuestro primer viernes en aquellas tierras. Al cabo de dos días, ya iba logrando acotar lo que iba a ser durante aquel tiempo mi principal trabajo de investigación, aunque todavía tardaría dos largas y angustiosas semanas antes de dar con el primer resultado de alcance. Sin embargo, recibimos aquella tarde de viernes como si fuera un pequeño regalo para aliviar la tensión de tantos kilómetros recorridos y de un cambio tan radical en nuestras vidas cotidianas. Decidimos salir a pasear por el río Charles en dirección al Instituto Tecnológico de Massachusetts para, desde allí, cruzar el río en dirección al centro de Boston. La tarde brillaba con un sol que, ahora sí, era propio del verano. El paseo fue largo, pero prometedor y emocionante. María José ya lo conocía, pues había llegado hasta allí corriendo unas horas antes. Tras visitar el MIT y colmar una parte de mi curiosidad académica, cruzamos finalmente el río y tuvimos la sensación de aquellos peregrinos que llegan poco a poco, casi como si nunca llegasen, a su añorado destino. Boston estaba repleto de gente, pues esa tarde era la vípera del cuatro de julio. Llegamos paseando hasta un gran parque llamado el "Common", donde se sitúan algunas de las casas más elegantes de la ciudad. Allí estaban los barrios de ladrillo rojo que remontan a las novelas de Henry James y, según él, alguna de las calles más civilizadas de América. Ya era de noche, y vimos cómo en una gran explanada junto al río estaba a punto de comenzar una fiesta. No me gustan mucho las aglomeraciones, y decidimos regresar a lo que entonces era ya nuestra casa, en los Peabody Terrace de Harvard, para descansar y, de vuelta otra vez a Boston, emprender al día siguiente el Freedom Trail, o el paseo por los lugares donde se fraguó la independencia americana. Aquella tarde efímera ya dura para siempre. Francisco García Jurado
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