Los contactos entre literatura y educación son recíprocos, pues la literatura puede convertirse también en parte integrante del sistema educativo mediante lo que conocemos como lecturas escolares, y éstas, asimismo, servir de acicate para formar nuevos autores y lectores . Uno de los aspectos más evidentes de esta relación entre educación y literatura nos la ofrecen los textos referidos, precisamente, al paso de los autores por las escuelas. Dentro de este marco, hace ya tiempo que nos parecía muy interesante el estudio de una figura literaria de extraordinaria riqueza, como es la del preceptor de latín. A los lectores de la literatura humanística les vendrá rápidamente a la memoria el autor quizá más universalmente conocido a este respecto, François Rabelais, quien en su Gargantúa y Pantagruel describe magistralmente el método de enseñanza de los grammatici y magistri, especialmente el de maese Túbal Holofernes . En la literatura española es, sin duda, el licenciado Cabra de Quevedo, conocido más popularmente como el “Dómine Cabra”, el que ha configurado el retrato más conocido y arraigado en nuestras letras. De esta forma, el profesor de latín, llamado también “gramático”, “preceptor”, “maestro” y en otras ocasiones “pedante”, si bien el nombre de más larga y oscura tradición ha sido el de “dómine”, es un retrato significativo de la literatura española que todavía sigue vivo en nuestro imaginario popular, como podemos ver en la vitalidad que tiene aún hoy la frase hecha “poner como chupa de dómine”. Los profesores de latín son amados unas veces, odiados otras, admirados y temidos, y suelen dejar una huella indeleble, para bien o para mal, en los autores que los retratan. El asunto hunde sus raíces en la propia literatura clásica latina y puede seguir rastreándose hasta los autores más actuales de la literatura española, como es el caso de Antonio Muñoz Molina y Juan Manuel de Prada.
El retrato, naturalmente, no se agota en la literatura en lengua española, y sería muy interesante poder llevar a cabo una historia del profesor de latín en diversas literaturas. Sin salir del siglo XX, vemos cómo la obra James Joyce (en la ilustración) no podría entenderse sin el paso de autor por un colegio de jesuitas. De esta forma, en su Retrato del artista adolescente no podía faltar el personaje del profesor de latín, el Padre Arnall, caracterizado por su carácter colérico. Asimismo, alguno de los personajes más inquietantes de la historia de la literatura universal es profesor de latín, como ocurre con el personaje de Naphta, encarnación de nuevos y oscuros valores que definirán buena parte del siglo XX, y que sirve de contrapunto al humanista Settembrini en La montaña mágica, de Thomas Mann. La primera impresión que obtenemos de Naphta es la de un sujeto desagradable, como después podemos terminar de comprobar cuando, frente a lo que sería esperable en un latinista, emprende un demoledor ataque contra los estudios clásicos y Virgilio. En otro ámbito bien distinto, podemos también recordar un peculiar personaje de la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez: la figura de aquel sabio catalán, otrora profesor de lenguas clásicas, que con su insólita biblioteca de libros raros hace leer a Ovidio y Séneca en un lugar donde no se había pasado de la escuela primaria. Las posibilidades que nos ofrece este marco de estudio de las relaciones de la literatura con la historia de la educación son, pues, prometedoras , y nos sirven, asimismo, para tener una perspectiva valiosa acerca del propio profesor de latín a lo largo de la historia. A quienes somos profesores de latín nos hará reflexionar, y a los que alguna vez estudiaron la lengua latina les invitará a identificarse con alguno de los testimonios. FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
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