Esta sensación la llevo teniendo desde hace tiempo, precisamente cuando veo las fotografías que nos hacemos cuando celebrarmos la actividad de la Semana de la Ciencia en Madrid. Las personas que nos acompañan en las excursiones ponen un interés y un calor humano que no tiene precio. Pero no dejo de sentir cierto frío cuando veo desde cierta distancia todas estas imágenes. Noviembre, desde que soy niño, me resulta un mes profundamente antipático. Noviembre era el monótono colegio, las melancólicas tardes de domingo, donde el fútbol en la televisión era parte de un paisaje oscuro, premonitorio de un lunes que acaso trajera una mala semana. Este mes de noviembre está resultando acaso más frío aún que los otros. Los problemas parecen haberse quedado a habitar con nosotros para siempre, quizá de la misma manera que las bonanzas parecieron ya eternas, aunque no tardaron en mostrar su triste cara efímera. Noviembre, este año, parece que nunca va a terminar, que la primavera acaso no llegue nunca, y que nuestras caras pálidas de frío, nuestros abrigos pardos, de colores apagados, nos van a convertir a todos en personajes de una posguerra imaginaria. El otro día, en la sacramental de San Justo, había una luz difusa, y aunque luego, al seguir nuestro paseo, pudimos disfrutar del sol del invierno, apenas tenía nada que ver con la luz avasalladora de las tardes veraniegas. Pero imagino, o al menos eso quiero creer, que nos vestiremos otra vez de primavera, como las mujeres que pinta Anglada Camarasa, y que podremos volver a mirar nuestras fotos de noviembre como lo que fueron, sueños de una vida mejor, de una luz radiante, y de una vida plena. FRANCISCO GARCIA JURADO
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