Pedro Laín Entralgo (La generación del 98, Madrid, Espasa Calpe, 1997, p. 32) evoca emocionado ese acto sublime en que una versona descubre el paisaje que quizá haya tenido durante mucho tiempo delante de sus ojos, pero que sólo consigue ver a partir de una ocasión determinada:
“Llega una ocasión en que, por una razón o por otra, tal hombre atiende con más ahínco a la tierra en torno y logra ordenar con la palabra la huella impresa en su espíritu por esa atenta expectación; cuando esto ocurre, un nuevo paisaje nace a la vida histórica. Es, por ejemplo, el momento en que Virgilio pone en dos sobrios, desnudos versos, la emoción de ver oscurecerse la tierra itálica:
Et iam summa procul villarum culmina fumant
Maioresque cadunt altis de montibus umbrae (Églogas 1, 83-84)”
Estos versos de Virgilio, que cierran la primera Bucólica, me llamaron mucho la atención cuando los encontré citados en este nuevo contexto. He de confesar que traduje la bucólica ya durante mi segundo curso de universidad, y que no me fijé especialmente en ellos, quizá porque aquel curso tampoco fue propicio para ello. El tiempo me ha enseñado, al igual que nos ocurre con el paisaje, a mirar aquellos versos, en especial estos dos finales, de otra manera. Se trata de un final perfecto para la composición, pues de repente el tiempo y los problemas se detienen, y vienen a decirnos eso tan sabio de que "mañana será otro día". Intentad ver las pequeñas casas de la montaña con su chimeneas humeantes, al tiempo que las imponentes sombras descienden con la noche a cuestas. Borges recreó estos versos especialmente en su obra poética inicial, como he tenido ocasión de mostraros hace un tiempo, aunque creo que, más bien, recreó las sensaciones de belleza, placidez y felicidad que inspiran. Estos versos son un paréntesis para nuestras cuitas. Fray Luis de León dio con una traducción castellana que, en su reelaboración, es prodigiosa:
"Y ya las sombras caen de las montañas
más largas y convidan al sosiego;
y ya de las aldeas y cabañas
despide por los techos humo el fuego."
Fray Luis invierte el orden de los versos virgilianos y, además, inventa verbos que no están en el original, como "convidan", o añade sustantivos, como "aldeas" y "fuego". Sin embargo, los versos contienen toda la belleza que Virgilio quiso darles y, ante todo, nos tranmiten la misma idea de paz. Juan García Hortelano, ya en el siglo XX, escribe una curiosa y enigmática novela titulada "Los vaqueros en el pozo". En ella, sin que en principio lo esperemos, hay una clara inspiración mitológica (personajes como Dionisia lo confirman, en contraposición a Prudencia, otro personaje) e incluso específicamente virgiliana, como el canto a la juventud que supone el personaje de Niso, el joven que, junto a su compañero Eurialo, muere joven en la Eneida, al entrar por la noche en el campamento enemigo. En la novela, Niso va acompañado de una joven llamada Teresa, y que en este caso le sobrevive, o algo parecido. No es ahora momento de explicar por qué se encuentran estas reminiscencias de la épica virgiliana en un autor como García Hortelano, aunque sí cabe decir que se trata de un fenómeno común, e incluso esperable, en la novelística de esa época, como puede verse en obras como "Las geórgicas" de Claude Simon y unas cuantas obras más. Pues bien, el último párrafo de la novela, donde Teresa, sin Niso, se reencuentra con Prudencia, reza así:
"Prudencia presintió que unos instantes después los ojos se le llenarían de lágrimas. Pero Dionisia estaba encendiendo la chimenea de la biblioteca y olía ya a humo de leña."
Está claro que la conexión con los versos de Viriglio aquí no es evidente. Sin embargo, como si me hubiera convertido en un sagaz lector, a la manera de Borges, este final de la novela se quedó grabado en mi memoria. Al cabo del tiempo, esa idea del tiempo grato marcado por el adverbio "ya", y la misma sensación del olor de la leña al atardecer, la misma que podemos sentir y oler en algunos lugares donde se utilizan chimeneas de leña, me llevó a pensar en los versos de Virgilio. En este caso, no hay paisaje exterior, lo sé, pero quizá esta escena de la novela no sea otra cosa que aquello que ocurre dentro de una de las casas de Virgilio, o de las "aldeas y cabañas" de Fray Luis, y que el tiempo, al detenerse con el "iam", haya eliminado la posible distancia de los siglos. Os dejo aquí esta íntima impresión de lector, y si alguien ha tenido la paciencia de llegar hasta estas líneas finales bien podría exponer su punto de vista. FRANCISCO GARCÍA JURADO
2 comentarios:
Preciosos los versos virgilianos. A mí este tópos del anochecer extendiendo sus sombras y del consiguiente refugio a la luz y calor del hogar, me trae a la memoria primero estos versos del Polifemo Góngora:
Los bueyes a su albergue reducía
pisando la dudosa luz del día.
y luego estos otros de las Soledades:
entre espinas crepúsculos pisando,
riscos [...]
escala.
Vencida al fin la cumbre
[...]
con pie ya más seguro
declina al vacilante
breve esplendor de mal distinta lumbre
farol de una cabaña
que sobre el ferro está en aquel incierto
golfo de sombras anunciando el puerto.
[...]
El can ya vigilante
convoca, despidiendo al caminante,
y la que desviada
luz poca pareció, tanta es vecina,
que yace en ella robusta encina,
mariposa en cenizas desatada.
Mucnas gracias por el comentario y la aportación de nuevos textos. Y ya que estamos, yo tampoco me resisto a recordar el final de la égloga primera de Garcilaso:
"Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día,
la sombra se veía
venir corriendo apriesa
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,
se fueran recogiendo paso a paso."
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