Se trata de un trabajo silencioso y constante donde subyace todo un pequeño mundo que nos ilustra acerca del aprendizaje de la literatura griega y latina en España, desde finales del siglo XVIII hasta los tiempos de la II República. En esto consiste nuestro trabajo dentro del Catálogo de manuales de literatura griega y latina en España (1784-1935), donde hemos recopilado todos los manuales, programas de curso e, incluso, algunos apuntes de clase, como los que tomó Pérez Galdós de su maestro Alfredo Adolfo Camús. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
De nuevo, tras el final de las clases, regresamos un verano más a las labores propias de catalogación y estudio de los diferentes documentos que se van organizando por estricto orden cronológico en función de diferentes etapas históricas y educativas. El catálogo comienza, singularmente, con la obra de un jesuita exiliado, Mateo Aymerich, que publicó en la ciudad de Ferrara su catálogo de autores latinos perdidos. Mi compañero y buen amigo Josep Teodoro ha estudiado esta obra y sigue ahondando en el complejo pensamiento de Aymerich, un hombre que no se dejó llevar, según él mismo declara, por el ocio improductivo que le ofrecía Italia, a pesar de lo tentadora que ésta resultaba. Por mi parte, he tenido la suerte de estudiar lo que podría considerarse como "el otro lado" de esta historiografía, es decir, el lado no de los expulsos, sino de los que trabajaron al servicio directo de Carlos III y Carlos IV, de manera que he encontrado lo que podemos considerar como el primer manual de literatura latina y griega publicado realmente en España. Se trata de la Compendiaria via in Latium y su correspondiente Compendiaria via in Graeciam, compuestas por un dominico, Fray Vicente Navas. Éste publicó sus obras bajo el pseudónimo de Casto González Emeritense, por evitar la preceptiva revisión que debían hacer los miembros de su orden. Ahora, en julio, aparecerá en la revista Estudios Clásicos un largo estudio relativo a este autor y a la Compendiaria via in Latium. Vicente Navas tuvo una vida viajera, entre Guatemala, Madrid y Roma, y fue un hombre al que la Historia terminó pasando por encima. El catálogo luego avanza en el tiempo para a estudiar las obras que se compusieron con el cambio de siglo, donde asistimos, una vez más, al desastre histórico de las guerras. No será ya hasta los años cuarenta del siglo XIX cuando volvamos a encontrar nuevos manuales, ahora los correspondientes a la etapa liberal moderada, con autores míticos como Alfredo Adolfo Camús. De Camús, igualmente, hemos publicado en la revista Myrtia un estudio relativo a una obra latina que el profesor publicó en 1852 para intentar restaurar el buen gusto de la latinidad entre los nuevos estudiantes y como reacción a las corrientes neocatólicas imperantes durante esta época. Todo en vano, una vez más. Y sigue nuestro catálogo hasta la Ley Moyano, donde la enseñanza del latín separa sus contenidos entre lo meramente gramatical y lo literario. Comienza a estudiarse literatura griega y latina sin necesidad de aprender griego y latín. Es la época de autores como Pérez Galdós, Clarín o Menéndez Pelayo, y también es la etapa, ya en los años 70, de algunos manuales escolares de tendencia liberal, como el de José Canalejas y Méndez, no en vano discípulo de Camús. Sobre Canalejas y su manual también publiqué hace unos años un artículo en la Revista de historiografía, y hablé, entre otras cosas, de cómo comentaba al poeta epicúreo Lucrecio mediante las nuevas ideas evolucionistas de Darwin. El siglo XX nos lleva a la aparición de nuevas corrientes historiográficas y a una verdadera renovación de la enseñanza de las humanidades clásicas, que culmina con el propio nacimiento de los estudios de Filología clásica en España, precisamente el año de 1932 (también sobre esto publiqué un intenso artículo en la revista Estudios clásicos). Es la época de Pedro Urbano González de la Calle, que combina a la perfección el nuevo pensamiento filológico alemán de un Friedrich Leo o el idealismo literario de un Victor Ussani con su propia herencia krausista, en particular la heredada de su padre, González Serrano, que había sido discípulo de Nicolás Salmerón. Pedro Urbano también marchó al exilio, como el jesuita Aymerich, en una suerte de bucle diabólico que la Historia de España traza de vez en cuando. El catálogo de manuales se ha convertido, por tanto, en una pequeña historia de los estudios clásicos en España. El largo tiempo que requiere la elaboración de una obra semejante se va compensando con lo que llamamos "investigación asociada", y que consiste en publicaciones parciales de aspectos relativos a este catálogo, como los trabajos ya mencionados o el que también hemos publicado en la Revista de estudios latinos acerca de los manuales románticos de literatura latina. En realidad, no sé si quiero terminar el catálogo. Resulta un trabajo bien motivado, claro en sus objetivos, que permite organizar cantidades de información realmente difíciles de asimilar fuera de un proyecto de esta envergadura. Esta entrada quiere, simplemente, divulgar un poco entre mis lectores esa actividad callada, pero necesaria, que generalmente constituye la propia investigación. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
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