Creo recordar que el gran medievalista George Duby cuenta en su conmovedora obra titulada "La historia continúa" (Madrid, Debate, 1993) que a menudo se ha hecho la idea de ciertas costumbres medievales europeas viajando, por ejemplo, a países del norte de África. No vamos a entrar en el manido problema historiográfico del progreso, pero sí quiero recordar, siquiera de pasada, cómo en la república autónoma de Karakalpakstán, ante cierta práctica aún en boga, me acordé de lo que cuenta el lingüista Émile Benveniste en su "Vocabulario de instituciones indoeuropeas" (Madrid, Taurus, 1983, traducido ejemplarmente por Jaime Siles). Me refiero, más en concreto, a la costumbre de raptar a la mujer. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Las costumbres arcanas revelan a menudo nuestra condición más básica y primitiva. Pensemos, sin ir más lejos, en muchas de las fiestas que a lo largo de España se están celebrando este mismo verano. Es difícil borrar estas costumbres, por legítimo que pueda parecernos. Cuando Penteo intentó terminar con los ritos orgiásticos de las bacantes, a pesar de los propios consejos de Dioniso de no ir en contra de tales costumbres, sufrió un cruel castigo. No obstante, los turistas españoles que recorren algunos países lejanos suelen llevarse las manos a la cabeza al escuchar las prácticas que se llevan a cabo en ellos. Naturalmente, esto volvió a ocurrir en la república autónoma de Karakalpakstán, en plena Asia Central, cuando nos contaron la cruel práctica del rapto de una joven para luego casarse con ella. Una de mis compañeras de viaje, Carmen García Gómez, llevaba un libro interesantísimo, "Viaje al silencio. Por los caminos de Asia Central" (Madrid, Alianza Editorial, 2005), escrito por Francisco López-Seivane, donde se relataba un caso real de esta práctica. El autor había hablado precisamente con un mujer raptada y violada hacía ya tiempo. Ella estudiaba una carrera universitaria y tenía novio, pero un "pretendiente" (llamémoslo así, por decirlo de alguna manera) se la llevó a su propia casa y allí, con el beneplácito de sus parientes, violó a la joven para que ésta ya no tuviera más remedio que casarse con él, según las prácticas sociales. Ella, por respeto a sus padres, no intentó ni tan siquiera escapar a otro país o emprender otra vida posible. Al cabo del tiempo, seguía casada con algo a lo que podría llamar "marido", sin ningún tipo de apego sentimental.
Todo ello me hizo recordar, como decía al comienzo, el libro de Émile Benveniste relativo a las instituciones sociales primitivas, y sobre todo cuando éste nos habla acerca de los verbos relativos a la compra-venta. Precisamente, una mañana, mientras desayunábamos en el hotel de la ciudad de Nukus, le conté a Carmen algunas cosas relativas al importante salto que supone pasar de "coger" o "arrebatar" algo o alguien a "adquirirlo" o "comprarlo". Esto supone un contrato social, un acuerdo previo entre dos partes donde ahora no es únicamente la fuerza bruta lo que pesa, sino una cierta idea de interés común, que es donde comienza a emerger la idea de sociedad. Sorprende, por ejemplo, pensar que el verbo latino que se utiliza para expresar la idea de "comprar" (el verbo "emo") significara en un principio y simplemente "tomar", y que el sentido más técnico de "comprar" se desarrollara a partir de la compra-venta de esclavos. El comercio nacía, pues, y la creación de un verbo específico para las ideas de "vender" y de "comprar", aunque fuera esclavos, ya daba cuenta de este nuevo estado de cosas. El matrimonio, como bien saben los expertos en la cultura romana, no deja tampoco de ser una relación contractual, donde un tutor entrega a una joven a un marido, que "conduce" ("duco" en latín) a ésta hasta su nueva casa. La mujer tan sólo es casada ("nubo" en latín), de una forma absolutamente pasiva. El rapto, pues, no dejaría de ser un acto previo a este nuevo contrato, similar al de la compra-venta. Dentro de lo terrible que puede ser esta práctica, que incluso, por lo que parece, algunos novios llevan a cabo con el consentimiento de la novia, de manera simbólica, nuestros viajes por el mundo suelen ser, a menudo, viajes también por el tiempo. Tampoco dejaba, asimismo, de ser un viaje por el tiempo, ahora más cercano a mi propia circunstancia vital, escuchar los argumentos de nuestro guía justificando la dictadura en Uzbekistán porque "todo el mundo come". Estos argumentos se los he oído utilizar a familiares míos hace unos años, en los tiempos iniciales de la transición, a manera de nostalgia por la dictadura franquista. La idea de progreso (o la más compleja de "crecimiento") en la Historia no es unívoca, y a menudo debemos estar dispuestos a encontrarnos con nosotros mismos a miles de kilómetros de casa. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
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