Dr. Adriano Pérez Cardero, Aristóteles en el supermercado, Astrea, Prensas de la Universidad,
2013
Para Álvaro Cancela, por tantas clases vividas en su compañía
Casi sería obligado comenzar esta reseña con las consabidas
palabras que Borges dedicó al afán clasificatorio en su prosa titulada “El
idioma analítico de John Wilkins”, pero creo que es mejor dejarlas para el
final, como hermosa corroboración de lo que el profesor Adriano Pérez Cardero,
de la Universidad de Astrea, ha querido contarnos en este libro absolutamente
imprescindible, no tanto por lo que dice, sino por el carácter trágico que
adquieren en él sus constataciones. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
El planteamiento de este libro es tan conmovedor que la
complejidad de sus argumentos queda realmente reducida a un segundo plano, ante
la escena inicial que ocupa prácticamente todo el capítulo primero. Imaginemos
que Aristóteles, el gran padre de las categorías como entidades en sí mismas, visitara
un moderno supermercado y buscara, por ejemplo, unos palillos de dientes o unas patatas
fritas. Desde su concepción “perfecta” del mundo, consideraría que el plan
ordenador y clasificatorio de los grandes almacenes siempre sería el mismo,
constante y demoledoramente unívoco. Pero algunos cambios, acaso sutiles, darían
al traste con sus pretensiones, tan bien expresadas en ese libro que tiene el
poético título de “Las categorías”. Nuestro querido Aristóteles, que encarna
esta vez la figura del Dr. Pérez Cardero, uno de los sabios y divulgadores más
avezados que la humanidad ha conocido jamás, va buscando en varios hipermercados
un producto insignificante y a menudo poco visible: unos mondadientes. Resulta
que este producto es difícil de encontrar, pues no se localiza en un lugar estable según
los criterios clasificatorios que sugerirían, acaso, la perfección de nuestras
categorías. Unas veces aparecen en la sección de alimentos, otras dentro de lo
que solemos llamar menaje, entre vasos de plástico y tenedores efímeros. Pero en otras ocasiones se los encuentra junto a los productos de limpieza,
como si su función fuera pareja a la de las lejías y lavaplatos. El Dr. Pérez
Cardero imaginó durante esos ratos aparentemente yermos que suponen ir a la
compra qué hubiera pensado Aristóteles ante tales variantes. Si se trataba de
un error cabría pensar, entonces, cuál sería la verdadera clasificación de los
palillos: ¿junto a las aceitunas, los platos de plástico o los limpiacristales?
Quizá, a esta incontinencia clasificatoria le sobrevenía una certidumbre mucho
más terrible, como era el hecho de que los objetos se ordenasen de una manera
empírica, es decir, junto a aquellos artículos que parecían, merced a su uso, más
afines. El drama, el gran drama de esta historia, vino cuando Aristóteles, en
la piel del Dr. Pérez Cardero, descubrió la existencia de un tubérculo
inclasificado que venía de un continente aún menos clasificado: la patata. Resultaba
que este tubérculo se vendía entre las hortalizas y las frutas, pero que cuando
se envasaba frito ya no estaba allí, ni tan siquiera en el esperable
compartimento de la comida preparada, sino en una categoría conocida como “frutos
secos”. Nadie parecía haber reparado en ello, y el pobre Dr. Pérez Cardero, que
seguía encarnando durante aquellas horas críticas a Aristóteles, quedó sumido
en el mayor de los espantos clasificatorios.
“Aristóteles en el supermercado” es, por tanto, un libro
dedicado al fracaso de la categorización de las cosas desde criterios ajenos a
la práctica, a partir de rasgos suficientes y necesarios. Se trata de una
concesión, casi una rendición, a las categorías y los prototipos que hoy días
las nuevas ciencias cognitivas dan en enseñarnos. Pero el libro es, ante todo,
no lo olvidemos, un nostálgico canto de cisne en torno a un mundo perdido,
donde las cosas eran perfectas y tenían su lugar. Ahora sí, es oportuno que
terminemos nuestra reseña con un pasaje de la famosa prosa de Borges citada al
comienzo:
“Las palabras del idioma analítico de John Wilkins no son torpes
símbolos arbitrarios; cada una de las letras que las integran es significativa,
como lo fueron las de la Sagrada Escritura para los cabalistas. Mauthner
observa que los niños podrían aprender ese idioma sin saber que es artificioso;
después en el colegio, descubrirán que es también una clave universal y una
enciclopedia secreta.
Ya definido el procedimiento de Wilkins, falta examinar un problema de
imposible o difícil postergación: el valor de la tabla cuadragesimal que es
base del idioma. Consideremos la octava categoría, la de las piedras. Wilkins
las divide en comunes (pedernal, cascajo, pizarra), módicas (mármol, ámbar,
coral), preciosas (perla, ópalo), transparente (amatista, zafiro) e insolubles
(hulla, greda y arsénico). Casi tan alarmante como la octava, es la novena
categoría. Esta nos revela que los metales pueden ser imperfectos (bermellón,
azogue), artificiales (bronce, latón), recrementicios (limaduras, herrumbre) y
naturales (oro, estaño, cobre). La belleza figura en la categoría decimosexta;
es un pez vivíparo, oblongo. Esas ambigüedades, redundancias y deficiencias
recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que
se titula Emporio celestial de conocimientos
benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen
en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d)
lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta
clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados
con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de
romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas. El Instituto Bibliográfico
de Bruselas también ejerce el caos: ha parcelado el universo en 1000
subdivisiones, de las cuales la 262 corresponde al Papa; la 282, a la Iglesia Católica
Romana; la 263, al Día del Señor; la 268, a las escuelas dominicales; la 298, al
mormonismo, y la 294, al brahmanismo, budismo, shintoísmo y taoísmo. No rehúsa
las subdivisiones heterogéneas, verbigracia, la 179: "Crueldad con los
animales. Protección de los animales. El duelo y el suicidio desde el punto de
vista de la moral. Vicios y defectos varios. Virtudes y cualidades varias."”
Jorge Luis Borges
FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
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