"Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca / aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach". De esta forma tan propia de un pensador presocrático nos recuerda Borges la feliz y, a la vez, trágica condición múltiple de los seres humanos, pues, ciertamente, tras los años nos damos cuenta de cuántas encarnaciones hemos sufrido dentro de una misma vida. El niño soñador, el adolescente altanero, el joven ambicioso, el varón incipiente que quiere vivir todas las vidas posibles, el hombre maduro que mira hacia atrás sus errores..., y no sé cuántas me esperan. La feria del libro es, tanto con las presencias como con las ausencias, parte de ese escenario donde han paseado esos diferentes seres que siempre leyeron. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que fui a la feria del libro. Lo hice en compañía de mi abuelo. De aquella tarde gloriosa recuerdo el olor a lluvia del Parque del Retiro, el aroma a libro nuevo y un cuento de las fábulas de Esopo que me llevé como regalo de mi propio abuelo. Después, siempre que pasábamos por el quiosco de prensa donde mi abuelo compraba sus periódicos, intentaba evocar en la memoria olfativa ese momento sublime de una tarde de lluvia en el Retiro. Al cabo de los años fue ya con mis padres, y por la mañana de un sábado o domingo, con quien acudí a la feria. Me atraía entonces ya cierta literatura, como una edición preciosa de unos cuantos sonetos de Miguel Hernández (reproducida en la ilustración), o El contrato social de Rousseau. También acudí sólo a la feria, en especial una tarde de sábado tras haber terminado mi segundo curso de filología clásica (inusitadamente, había dado fin a mis exámenes muy pronto). Fue aquella tarde cuando compré la novela Rayuela de Cortázar y creí escuchar por megafonía el estruendoso título de un libro escrito por alguien desconocido que al cabo de unos años llegaría a ser famoso. También la feria supuso el paseo con las contadísimas novias que he tenido, y un momento para compartir lo poco que he sabido compartir: el amor a los libros. Todas esas tardes quedaron en el recuerdo, perdidas como se quedan atrás los carteles en las carreteras, con la certidumbre de que fueron efímeros y plenamente pasajeros. Ya no voy a la feria. Recuerdo que, cuando publiqué mi libro sobre Borges y la Eneida, el editor, que jamás me dio un duro, sugirió que podía firmar ejemplares allí. A mí aquel acto me espantó, no tanto por el hecho de ir allí a firmar, sino por la cara de circunstancias que se me pondría al ver que, a lo sumo, un par de lectores vendría a que se lo firmara, y acaso por equivocación. Todavía recuerdo esa cara de circunstancias en el rostro de algunos escritores aspirantes a famosos. La vanidad es una enfermedad del alma. Salvo excepciones, los "escritores" que más público acaparan son los mediáticos y, sobre todo, los que publican libros de autoayuda diversas. Esto es inevitable, pues un editor necesita vender libros, cuanto más mejor. Los tímidos libros que han salido de mi mano han estado seguramente en la feria, pero abandonados a su pobre suerte ya desde su nacimiento. No sé, tampoco, si algún día de estos volveré por la feria. Hace como tres años regresé porque un amigo firmaba libros. Ya ni tan siquiera me atengo a estos compromisos. En cualquier caso, quizá no tenga el valor de pasar junto al niño que va con su abuelo, el chaval que acude con sus padres una radiante mañana de sábado, o el joven dichoso que acaba de terminar segundo de clásicas. En mi particular feria hay ya demasiados fantasmas. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
6 comentarios:
Maravillosa, preceptística e irremisciblemente sugerente su última entrada (sabe que evito siempre el manido anglicismo de la pérfida Albión, es decir, los llamados "posts"), querido compañero; ya que, quienes bebemos "d´aquesta fonte que mana e non cessa" (como dice el Poeta), llamada Literatura, tan deshonestada (como siempre tiene bien en subvenirnos en "Lágrimas en la lluvia" cada domingo de 16.30 a 19.00 nuestro querido amigo José Manuel de Prada y sus coadláteres). Soy, al igual que tú (permíteme tutearte después de tantos años), un bibliófago. Lo admito ufanamente. La soledad del studiolum, la búsqueda, la "ricerca", la pesquisa del libr buscado y non travado, que jamás cessa y alumbra, como Virgilio "so el enzina". Como apuntas, los fantasmas, espectros (recuérdese la carta de Plinio en tu obra) efectivamente, son quienes nos mueven a levantarnos cada mañana, como aquel Finnegas Weik de Joyce y cito de memoria, permítaseme:
"Levantóse al rayar el alba
y salió cuando el rubicundo Febo aún doraba los montes
etc."
Bien sabes como subsigue, querido amigo, querido frater. Estas son mis pequeñas memorias, memorias de un tiempo y de una vida, memorias quae mortalia tangunt, son memorias ut lacrimae rerum, memorias de un tiempo vivido ora en lontananza ora en cercanía. Una vida de frustrado y decadentista bibliófago. Así somos. Ceterum, querría no dejar de acordarme de un subvenir. ¿Vendrás junto a nuestro bien amado José Miguel al renombrado congreso barcelonés?
Namaste (sabes a lo que me refiero)
Alexander, amigo:
Ya ha ocurrido esto felizmente en otras raras ocasiones. Me refiero a la circunstancia de que un comentario a la entrada la supere y la supedite, como es éste el caso. De todas formas, el autor de la entrada, aunque preterido, se siente feliz porque ha dado lugar a algo imprevisto y más hermoso de lo que jamás hubiera imaginado. Así ocurre también con los alumnos, y entonces es cuando nos sentimos instrumentos de un peculiar destino, que no quiso convertirnos en fin, sino en dichoso medio, que no deseó hacernos más que un "sic vos, non nobis". Gracias de todo corazón.
Me encantan los libros viejos como usted, profesor jijijijiji
La reflexión de García Jurado es tan bella y digna como su saber, como sus clases. ¿ Por qué suscita, entonces, esa horrible vanidad, engreimiento, pedantería y envidias en algunos? La naturaleza humana......
No quiero parecer demasiado condescendiente, pero me ha encantado este blog.
Inevitalbe recuerdo al ya sempiterno cantautor español Javier Krahe, recientemente fallecido, al leer los versos de Borjes con que se inicia la entrada. Pues estos mismos versos inspiraron a Krahe una canción dedicada a una ficticia Matilde Urbach: Con tono irónico, romántico, y genial, en la línea del maestro.
https://www.youtube.com/watch?v=YZdMqR835hY
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