Jacques Bouveresse, El conocimiento del escritor. Sobre la
literatura y la vida. Traducción de Laura Claravall. Prólogo de Josep
Casals, Barcelona, Ediciones del Subsuelo, 2013, 266 págs.
Con el paso de los años sé que
Marcel Proust me salvó de vivir una vida corriente. Habitaba en una zona
periférica de Madrid, mas un buen día, gracias a mi profesor de literatura en
el bachillerato y, además, por medio del tomo impar de una Historia universal de la literatura (editorial Orbis), cuyos
fascículos y libros fui coleccionando semanalmente, llegué al primer libro de La búsqueda del tiempo perdido. Prendado
por la historia del narrador cuando era niño y de la de Swann, el triste
personaje de origen judío que sufría el desprecio constante de una familia de
nuevos ricos, los Verdurin, y que soportaba, asimismo, los desdenes de Odette,
ya no pude dejar de vivir yo también dentro de aquellas páginas. Cuando supe
que aquel dolor de Swann por Odette era equiparable al que el narrador sentía como
niño cuando su madre no acudía a besarlo, antes de dormir, comencé a darme
cuenta de que mis propios sentimientos podían verse reflejados igualmente en
aquella inmensa novela que año tras año fui leyendo hasta llegar a El tiempo recobrado. Todavía no conocía
París (y, entretanto, pude ver con mis ojos la Venecia de John Ruskin y el
Ámsterdam de Albertine), pero ya no dejé de ser consciente de que aquellos
lugares se convertían felizmente en parte de una geografía literaria y mítica,
en puros viajes sentimentales. Proust me salvó, en definitiva, de no vivir
simplemente una vida anodina, y convirtió mis propios recuerdos y emociones en
parte de una realidad literaria acaso más real que la propia realidad. Es por
todo ello por lo que he acudido a este libro de Jacques Bouveresse acerca de la
naturaleza del conocimiento literario como quien busca en él una suerte de
oráculo para encontrar respuestas que, acaso, sólo cabe desenterrar del fondo
de nuestra experiencia. Como afirma el mismo autor, él se ha limitado, al igual
que su admirado Robert Musil, “a poner en orden algunas ideas que los hombres
inteligentes conocen desde hace mucho tiempo”. El libro de Bouveresse logra, en
mi modesta opinión, este cometido, e incluso alcanza a desvelar, desde una
reflexión rigurosa y articulada, alguno de los enigmas sobre la filosofía y la
literatura que acaso tendemos a olvidar. De la mano de autores como el muy
olvidado Julien Benda, Marcel Proust, o Dickens, este profesor emérito de la
École Normale Supérieure repasa, de una manera poliédrica y, en la mayor parte
de las ocasiones, concatenada, treinta aspectos del apasionante tema propuesto.
Entre otros, la pertinencia de ver que el conocimiento que nos transmite la
literatura es una filosofía práctica y de carácter moral (que no moralista),
que no hay una distinción clara entre la forma y el contenido de la obra
literaria, dada la identificación entre la belleza del arte y las verdades que éste
recrea. El libro aborda con rigor cuestiones de calado, como qué es la realidad
y la verdad, o el problema de la objetividad en la ciencia y la literatura. En
relación con este asunto, plantea las complejas dualidades que se dan entre la
literatura y el conocimiento, ligadas respectivamente a la vida y la ciencia.
Como acaso Henry James ha demostrado en algunas de sus más sutiles creaciones
literarias, hay enseñanzas que sólo están reservadas a una historia bien
contada, pues la emotividad de un relato, la “inteligencia literaria” que éste
conlleva, están a menudo vedadas a los ensayos filosóficos o a los tratados
científicos. No menos interesante resulta la cuestión de saber dónde está la
“verdadera vida”, aspecto donde Proust no dudaría en contestar que en la
conciencia que implica la recuperación de lo vivido por medio de la literatura.
Bouveresse no es un pensador al uso, como ya dejó claro hace tiempo al
apartarse de las modas estructuralistas y luego intertextuales. Su compromiso
con el estudio del conocimiento que proporciona la literatura lo ha alejado,
además, de cualquier formalismo vacuo. Asimismo, su libro no hace concesiones
al público que espera leer lo que ya sabe para sentirse, acaso, satisfecho de sí
mismo. El libro es caleidoscópico y ofrece un catálogo de autores y pensadores
limitado, pero selecto. Entre ellos, destacan, acaso, Wittgenstein, Robert
Musil o Karl Kraus, sin olvidar al omnipresente Proust, cuyo contrapunto quizá
pueda encontrarse en el ahora menos transitado Julien Benda (autor que para mí
es una gloriosa tarde de diciembre en Málaga, a donde acudí para comprar en una
librería de viejo su ensayo Properce ou
les amants de Tibur). El libro de Bouveresse desvela, a lo largo de sus
treinta lecciones, una visión rica en matices acerca del tema tratado. Como
ocurre a menudo con los pensadores franceses, da la impresión de que el libro
se narra en un orden provisional, es decir, que podría ser contado de otra
manera y no habría ocurrido nada. Pero esta sensación, acaso, nos hace pensar
en lo provisionales que resultan los esquemas jerarquizados y trazados a priori. En realidad, hay una monotonía
intencionada en la sucesión de los capítulos, aunque yo me quedaría con la
emoción que me han transmitido los tres últimos: “el amor y el dolor como
medios de llegar al conocimiento”, “¿la literatura puede ser la verdadera
vida?” y “el conocimiento del escritor y la gente común”.
El prólogo de Josep Casals es
preciso y sitúa al lector en el original pensamiento de Bouveresse, en especial
frente las modas impuestas por la teoría de la literatura. El comentario breve
pero preciso acerca de la intertextualidad, que encontramos en la página 19, me
parece absolutamente esclarecedor. La traducción de Laura Clavavall es tan
correcta que se vuelve “invisible”, y todo ello convierte a este libro no sólo
en un instrumento de trabajo para el especialista, sino que también lo devuelve
a esa rara condición que tenían los ensayos a comienzos del siglo XX, cuando
cualquier persona interesada podía leer acerca de un asunto sin ser
necesariamente especialista en esa materia. El libro de Bouveresse me ha
devuelto recuerdos vitales de mi biografía como lector. Algún día, acaso, escribiré
un libro soñado que se titule Proust en
Alcobendas. En él narraré emocionado, en pleno uso de una conciencia de lo
vivido, cómo un muchacho se salvó, gracias a Proust, de vivir tan sólo una vida
más. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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