Si digo que Berlín es un ciudad convulsa apenas digo nada original. Es una ciudad donde la historia se percibe a flor de piel, donde el feísmo de ciertas estéticas modernas ha creado un espacio natural, y donde conviven diferentes formas de ver la cultura, a menudo antagónicas. No os resultará extraño si os digo que mi Berlín preferido es el que me evoca otros tiempos, en particular el paso del siglo XVIII al XIX. Allí está todo, desde que comenzamos nuestro paseo por la Puerta de Brandemburgo y nos damos cuenta de que podríamos estar ante los propíleos de la Acrópolis de Atenas. El paseo por la avenida Unter den Linden es una verdadera delicia. Hace muchos años, en un catálogo de la entonces casi extinta RDA, pude ver por vez primera unas fotografías impresionantes de Berlín Este, y desde entonces soñé y soñé hasta hacer real ese paseo, desde la citada puerta hasta la misma Isla de los Museos.
Pero hoy voy a centrar mi interés en una cuestión de detalle que será, como viene siendo costumbre durante el mes que transcurre, una placa conmemorativa. Tenemos que irnos ahora al Barrio de San Nicolás. Se trata de un barrio reconstruido en los años 80 del siglo XX a la manera de lo que pudo ser el viejo Berlín. La reconstrucción de las ciudades alemanas tras la II Guerra Mundial es una cuestión harto discutible. Se creó una dialéctica entre lo viejo y lo nuevo, se crearon grandes espacios dentro de las ciudades antiguas que terminaron, naturalmente, con el viejo encanto de los centros históricos. No obstante, una pequeña parte de la vieja almendra del casco histórico de Berlín, el que no era de época prusiana, quedó reconstruido (imagino que por interés turístico) tal como figuraba en los viejos grabados. A pesar de ello, cabe ver una interesante peculiaridad en las supuestas casas antiguas: están hechas de materiales prefrabricados. Aún así, supone un gran placer pasear por las callecillas de San Nicolás y acercarse hasta el río para ver, desde la orilla, la catedral de Berlín. Es la foto quizá más turística de la ciudad.
Paseando por estas calles tuvimos ocasión de encontrar la placa que aparece en la foto que abre este blog, y que hay que agrandar si queremos distinguir el nombre que en ella figura. Se trata del pensador del siglo XVIII Gottfried Ephraim Lessing, figura clave, frente a Winckelmann, para saber cómo podría haber sido la Historia del Arte Griego si no se hubieran impuesto finalmente las ideas de este segundo. Lessing escribió, además de alguna obra fundamental de ficción, un libro siempre joven titulado "Laocooonte, o sobre los límites en la pintura y la poesía". En él podemos asistir a la reflexión profunda sobre la naturaleza de la representación visual o escrita. Compara genialmente el episodio de Laocoonte, tal como lo narra y describe Virgilio, con la famosa representación escultórica. La secuencialidad, tan sencilla de exponer mediante el lenguaje, debe encontrar sus propios recursos expresivos al ser presentada de una manera sinóptica. Se trata de un libro concebido para el futuro. Saussure lo tuvo en cuenta, de hecho, cuando habló sobre el carácter lineal del signo lingüístico. Como antes decía, la Historia del Arte Griego habría sido diferente, de hecho, si la concepción dinámica de Lessing hubiera imperado sobre el concepto academicista de Winckelmann, padre de la forma de hacer historiografía más aceptada al cabo de los siglos.
Como tantas veces, el paseo por un lugar ajeno se pobló, de repente, de gratos recuerdos, de emociones imprevistas. Este tipo de reflexiones me devuelve, por unos instantes, a mi condición de estudioso, y me hace olvidar por un rato que no soy más que un mero turista en un lugar ajeno y remoto. Me alegra saber que esa placa berlinesa, dentro de un barrio reconstruido, reinventado, llevará para siempre algo de mí, pues es mi lugar favorito de la gran capital alemana.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
No hay comentarios:
Publicar un comentario