viernes, 19 de septiembre de 2008

BORGES, AUTOR DE LA ENEIDA


Borges no imagina a Virgilio, sino una mano que acaricia la seda de oriente. No recrea, tal como hace con la Naturalis Historia de Plinio el Viejo, ficciones con un imaginario volumen de la Eneida. Tampoco entra a indagar las razones vitales por las que el poeta quiso quemar su magna obra, tal como hizo el gran escritor austríaco Herman Broch. Lo que sí hace es convertir los versos de Virgilio en materia propia de su creación. Quienes me conocéis sabéis de mis pasiones borgianas. Aquello fructificó en un libro, Borges, autor de la Eneida. Poética del laberinto del que hubiera preferido (esto no es una pose) ser su lector, y no su autor. Ahora hubiera escrito el libro de otra manera, probablemente, pero supuso una de mis experiencias literarias más profundas e intensas. Dentro del museo imaginario que creé para ilustrar la "Eneida de Borges" hay una fotografía a la que tengo especial cariño. María José tuvo a bien ser la "mano de Virgilio" acariciando la seda de oriente. Siempre imaginé una mano femenina para este cometido, y sé que un querido amigo y compañero no lo comparte. El texto que viene a continuación es el comienzo de un ensayo titulado "La lectura como creación: la Eneida de Borges" que aparecerá dentro de un tiempo en un libro que acabo de compilar:


"Los lectores de Borges recibimos en los años ochenta del pasado siglo XX una grata sorpresa. Había aparecido en los quioscos la “Biblioteca Personal Jorge Luis Borges”, una variada colección que proyectaba publicar cien volúmenes básicos para comprender la biografía lectora del autor argentino. Los prólogos escritos por Borges para esta colección son textos que han terminado constituyendo un libro en sí mismo (Miguel García Posada selecciona este conjunto de prólogos como modelo de crítica en su obra titulada El vicio crítico). Asimismo, más allá de los prólogos escritos especialmente para esta “Biblioteca personal” está la misma materialidad de los libros que constituyen la valiosa colección de sus lecturas. La biblioteca se publicó primero en Argentina, entre 1985 y 1986, y luego en España, entre 1987 y 1988. Los tomos negros y uniformes llevan la efigie de Borges, delimitada por el oro, y se convirtieron hace ya mucho tiempo en paraíso de lecturas esenciales (Meyrink, Machen, Schwob...). Cabe destacar en esta feliz selección de obras la inclusión de la Eneida. La traducción elegida fue la de Eugenio de Ochoa (primera edición de 1869), traducción decimonónica en prosa, que ha venido a ser un tanto la versión castellana por excelencia. Borges, al contrario de lo que expresó sobre las versiones de Homero o de Las mil y una noches, no se pronuncia casi nunca acerca de la traducción de la Eneida, ya que pudo acceder a ella en su lengua original, seguramente desde los tiempos escolares. No es desdeñable el hecho de que después la fuera encontrando también, citada o entrevista, en otros textos modernos, como la Comedia de Dante, la Autobiografía de Edward Gibbon o incluso algún relato gótico, en especial Melmoth el errabundo de Charles Maturin. Quizá no pudo leerla al completo en latín, pero sí supo extraer un compendio de versos verdaderamente selecto. Aquí está la clave de esta lectura, donde no importa tanto la extensión de lo leído como su intensidad. En este sentido, debe destacarse la enumeración de versos virgilianos que hace en el propio prólogo a la Eneida de la citada “Biblioteca personal”. Como luego veremos, no es una compilación ociosa:

“Virgilio no nos dice que los aqueos aprovecharon los intervalos de la oscuridad para entrar en Troya, habla de los amistosos silencios de la luna. No escribe que Troya fue destruida, escribe «Troya fue». No escribe que un destino fue desdichado, escribe «De otra manera lo entendieron los dioses». Para expresar lo que ahora se llama panteísmo nos deja estas palabras: «Todas las cosas están llenas de Júpiter». Virgilio no condena la locura bélica de los hombres, dice «El mal del hierro». No nos cuenta que Eneas y la Sibila erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras, escribe:

Ibant obscuri sola sub nocte per umbram

No se trata, por cierto, de una mera figura de la retórica, del hipérbaton; solitarios y oscura no han cambiado su lugar en la frase; ambas formas, la habitual y la virgiliana, corresponden con igual precisión a la escena que representan.”

(J.L. Borges, “Publio Virgilio Marón. La Eneida”, en Biblioteca Personal [Obras completas IV, Barcelona, 1993, p. 521])"


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

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