Ha pasado ya un tiempo desde que traduje una parte de las Noches Áticas de Aulo Gelio. De aquella experiencia intensa y grata recuerdo días memorables teñidos del aroma de esas mismas noches áticas, pues lo más genial de este título siempre me ha parecido que era, precisamente, su capacidad de teñir un tiempo preciso con el aroma de un lugar. El título es una genial metáfora de la erudición y, sobre todo, un indicio de felicidad. También de aquellos días guardo el pequeño tesoro de varias ediciones de Gelio, antiguas y modernas, que explican por sí mismas diferentes etapas de la comprensión y estudio del propio texto geliano, desde las que colocan la praefatio justo al final del libro XX (sí, me refiero al prefacio) hasta las que, ya de manera correcta, dejan este texto en su lugar inicial correspondiente. No hace mucho, en la sección de ofertas de Espasa Calpe, me encontré un reclamo escandaloso: una edición parcial de los Ensayos de Montaigne ilustrada por Salvador Dalí. Conocía la preciosa edición de bibliófilo que se hizo con litografías numeradas del pintor catalán, naturalmente vedada a mi bolsillo, y por eso no dudé en llevarme este magnífico sucedáneo o facsímil de la edición preparada por la Editorial Planeta y la Fundació Gala-Salvador-Dalí que ilustra este texto. La combinación del lenguaje pictórico de Dalí con el texto de Montaigne supone una inolvidable experiencia visual y lectora. Montaigne, naturalmente, me devolvió a Gelio, en quien aquél no pudo dejar de pensar a la hora de escribir sus Ensayos, en particular por los preciosos datos que el autor latino le reportaba sobre la vida de Plutarco, tan admirado por el francés.
Son tantos y tan buenos los recuerdos de aquella experiencia intelectual y vital que vuelvo a sentir el deseo de volver ("revisitar", como dicen los ingleses) a la miscelánea de Aulo Gelio, precisamente desde el punto de vista de las nuevas aproximaciones teóricas. En este sentido, además de recoger el espíritu hoy vigente de que la miscelánea no es una mera acumulación de datos, y aquellos estudios que desde Marache manejan la idea de un "humanismo geliano", quiero aproximarme a un trabajo que considere la obra de Gelio desde sus visiones posteriores, es decir, como obra precursora a la luz del futuro que Gelio no pudo conocer. Y digo bien "precursora", pues no pretendo abordar el tema desde los manidos presupuestos positivos del método de la tradición clásica (es decir, desde presupuestos causales como los de "influencia" e "imitación"), sino desde posturas más audaces, propias de la teoría literaria del siglo XX (Eliot, Borges...) que verían en las obras posteriores la capacidad de releer las precedentes y de elegirlas como una forma de tradición consciente, a veces no señalada por la crítica. No se trataría, pues, de ver cómo ha podido "influir" Gelio en autores como Montaigne o Antonio de Guevara (o sobre escritores del siglo XX, según señalo en mi introducción a Aulo Gelio de Alianza Editorial). Más bien, vería el asunto desde la propia conciencia que autores que desarrollan una idea moderna del yo y de nuevas formas narrativas habrían de tener sobre Aulo Gelio como elección junto a otros posibles candidatos, a saber, autores como Séneca o Plutarco. En este sentido, es muy ilustrativo de lo que digo ver cómo un autor francés de finales del siglo XIX, Marcel Schwob, reelabora algunos textos de Gelio para convertirlos en lecturas propias de un relato fantástico. La prosa miscelánea de un Francisco Ayala, de un Joan Perucho, o la estructura intencionadamente abierta de la novela Rayuela, de Julio Cortázar, encuentran en Aulo Gelio uno de los resortes más universales del saber: el aprendizaje relajado y en libertad. Quién da más.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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