Un trabajo en curso que preparo para un inminente congreso en la Universidad de Toulouse me está dando algunas preciosas enseñanzas metodológicas que me gustaría compartir.
Por razones técnicas que ahora no vienen al caso, tengo que disertar sobre las traducciones de Tucídides en España hasta el siglo XIX. Que Diego Gracián de Alderete es, por excelencia, y a pesar de sus numerosos errores de interpretación, el traductor que vertió los libros de Tucídides al castellano no es una cuestión nueva ni fácil de narrar de una manera original. Es por ello por lo que decicidí centrarme en una cuestión aparentemente accesoria, y dejar a un lado la edición del Tucídides de 1564 para centrarme en las reediciones siguientes, las del siglo XIX. Gracias a la labor de David Castro en nuestro grupo, en particular su estudio sobre la Biblioteca Clásica de Luis Navarro inspirada intelectualmente por Menéndez Pelayo, sabia que en 1889 se había vuelto a publicar este Tucídides. Lo que no sabía, y fue toda una sorpresa, fue saber que el Marqués de San Román, militar y bibliófilo que dejó un importante legado a la Academia de la Historia, también dio a la prensa los libros de Tucídides en 1882. He indagado, por tanto, en las razones culturales por las cuales durante aquel decenio de los años 80 se volvió a editar dos veces la obra del historiador griego en una versión hispana considerable como clásica, si bien plagada de errores.
En gran medida, mi decisión de centrarme en estas ediciones ha convertido una circunstancia en un argumento, pues, al mismo tiempo, he observado cómo también la propia vida de Gracián de Alderete se vuelve parte de diferentes relatos sobre el humanismo español. Dos polos cabría establecer, bien definidos: de un lado, el que encabeza Menéndez Pelayo con su estudio sobre los traductores españoles y, de otro, el representado por Marcel Bataillon en su libro ya clásico Erasmo en España. Tales obras ya no son sólo estudios, el tiempo las ha convertido en fuentes primarias para poder comprender las directrices ideológicas por las cuales se construye nuestra moderna idea de Renacimiento hispano. Mientras Menéndez Pelayo traza la figura de Gracián como representante singular de la tradición cultural hispana, en función de lo cual cree necesario volver a publicar su traducción de Tucídides, Marcel Bataillon convierte al humanista en exponente del erasmismo. Para Menéndez Pelayo o su discípulo Bonilla el erasmismo en España era algo así como una anécdota, pero para Bataillon se convierte en un argumento que nutre las numerosas páginas de su libro.
De esta forma, la propia biografía de Gracián presenta estas dos líneas interpretativas bien diferenciadas. Así pues, mientras el Tucídides de Gracián es para Menéndez Pelayo un exponente de una tradición hispana a la que hay que volver constantemente frente a las influencias foráneas, para Bataillon no es otra cosa que un representante de la historia "seria", frente a las novelas de caballería, algo que cabe encuadrar dentro de las corrientes erasmistas de pensamiento.
Estudiar, por lo demás, las características de cada una de las dos reediciones de Tucídides a finales del siglo XIX también ha sido una interesante experiencia. San Román edita, probablemente a partir de una edición propia de 1564, su Tucídides de 1882. Es un ejemplo de reedición apenas actualizada (incluso el historiador aparece como "Thucydides"). Sin embargo, la reedición de la Biblioteca Clásica es una edición modernizada, si bien no corrige los errores de traducción. En ambos caso sí hay una coincidencia significativa: la necesidad de volver a editar un monumento de la cultura española como ejemplo de la llamada "historia pragmática": militar en el primer caso y política en el segundo.
Repito, pues, que mi estudio intenta convertir ciertas circunstancias (las corrientes interpretativas de la vida de Gracián o las reediciones del XIX) en argumentos.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
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