miércoles, 29 de octubre de 2008

UN SALUSTIO IMPERIAL, TAN CERCANO A MADAME DE STAËL


Ahora que estoy escribiendo para una conocida revista de historia un trabajo sobre la figura de Catilina, he regresado a mis libros de Salustio, no en vano uno de los autores más representados en la biblioteca. Catilina, ya lo sabemos, ha sido un personaje controvertido. Audaz como pocos, aprovecha la ambición y el resentimiento de los otros para intentar cambiar -a su favor- un régimen. Cicerón lo impide con sus implacables discursos, las Catilinarias. No es una historia de buenos y malos, no es tan sencillo. En todo caso, el personaje no puede desvincularse de su narrador, el historiador Salustio, que ha logrado gracias a la Conjuración de Catilina lo que sin exagerar puede calificarse como un best seller de todos los tiempos. Releer a Salustio (recordar sus buscados arcaísmos, su narración viva, su inolvidable retrato de Catilina, o el comienzo de la obra, que deberían leer y aprender aún hoy los niños) me ha reportado a tiempos pasados, pero no me ha decepcionado. Hoy quería recordar una particular edición del autor latino. Traducido por Lebrun, es una edición publicada en París hace casi doscientos años, en 1809, y está repartido en dos tomos encuadernados en piel. Se dice por escrito, asimismo, que un ejemplar ha sido depositado en la Biblioteca Imperial, de reminiscencias napoleónicas. Es la época de Charles Nodier, Leopardi y Stendhal, entre otros autores que soñaron y a menudo se estremecieron ante los nuevos tiempos que corrían. Adquirí este Salustio en uno de los puestos de libros que hay a lo largo de Sena, una mañana, una reluciente mañana de mayo, muy cerca del Instituto de Francia. Como los libros de esta época, marca una transición entre la edición dieciochesca y la romántica. Cambios a menudo imperceptibles van cambiando, al tiempo que los libros, la propia concepción del mundo. No puedo dejar de pensar que esta edición vio la luz en los tiempos de Napoleón, que no hubiera sido imposible que el mismo ejemplar que ahora tengo en mis manos lo hubiera tenido él también en las suyas. No he me resisto tampoco a comparar la admiración crítica que Salustio siente por Catilina con la "admirada decepción" que Madame de Staël siente por Napoleón Bonaparte en su libro titulado Diez años de destierro. Ha salido publicado en español hace poco, gracias a la editorial Lumen, a cargo de Laia Quílez y Julieta Yelin. Parece que los grandes hombres llevan consigo una aureola de expectativas que termina casi siempre en una profunda decepción. Saber distinguir entre la grandeza y lo ruin, sobre todo cuando se dan cita en una misma persona, es una tarea delicada que a menudo conlleva sentimientos contradictorios. Catilina y Napoleón son personajes de este tipo, contradictorios y difíciles. Impregnan sus épocas respectivas y viven ya para siempre, como ejemplos o contraejemplos, en nuestra memoria.






Francisco García Jurado



H.L.G.E.

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