En un próximo libro que ahora debe de andar en prensa cuento mi inolvidable aventura lectora sobre Aulo Gelio y los mejores autores argentinos. Es una hermosa experiencia vital conseguir al cabo de los años dar forma a lo que tan sólo nacieron como intuiciones. En todo caso, quienes más me conocen saben de los interminables puentes que he trazado entre autores antiguos y modernos, los encuentros complejos, y que uno de esos puentes tiene en Aulo Gelio y Bioy Casares sus priviliegiados puntos de unión. Cómo un autor argentino como Bioy Casares se convirtió en fervoroso admirador de Aulo Gelio es una pregunta ejemplar. En las antologías de la literatura argentina constaba un bonito poema titulado "Aulo Gelio", que había escrito un gran poeta cordobés (de la Argentina, se entiende). Ese poeta era Arturo Capdevila, a quien descubrí casi por casualidad una noche de reyes. Hoy presento en este blog la emoción de un encuentro inesperado con un texto de Borges que no conocía. Es un admirable retrato de su amigo Bioy escrito en los años postreros, los años en que se publica Los conjurados. En esta reseña ejemplar no falta la cita indirecta del poeta Capdevila, cuyo retrato, y no el de Bioy, es el que ilustra este texto. Con esta felicidad paso a citar lo que yo también vuelvo a leerlo con vuestros ojos:
TRIBUNA: JORGE LUIS BORGES
Adolfo Bioy Casares, un relato admirable
JORGE LUIS BORGES (EL PAÍS, 15/03/1986)
Adolfo Bioy Casares, un relato admirable
JORGE LUIS BORGES (EL PAÍS, 15/03/1986)
Se conjetura que no queda lejos la fecha en que la historia no podrá ser escrita por exceso de datos; Gibbon, en el siglo XVIII, pudo edificar su admirable Decline and fall porque el tiempo, que también se llama olvido, ya había simplificado mucho las cosas. En el caso de Adolfo Bioy Casares éstas son tantas, para mí, que sé que mencionar una sola es omitir un número indefinido, y casi infinito, de otras. Prefiero aventurar un juicio. En una época de escritores caóticos que se vanaglorian de serlo, Bioy es un hombre clásico. No ha cesado aún el debate de los antiguos y de los modernos; Bioy es ajeno a los dos bandos. Es el menos supersticioso de los lectores. Juzga que el sereno Aulo Gelio de Capdevila es harto superior a los énfasis de Lugones, o de Quevedo. Tiene en poco al ya canonizado Baudelaire. Prefiere (me lo dijo anoche) la obra de Jane Austen a la de Balzac. Profesa, ante el escándalo general, el culto de Voltaire y del doctor Johnson y el desdén de Poe y de Góngora. En su casa, en la sobremesa, suele leer la Epístola a Horacio, de Menéndez y Pelayo, y se demora en algún verso: "La náyade en el agua de la fuente", o "Que el níveo toro a la de cien ciudades / Creta conduzca a la robada ninfa".Es inmune a todos los fanatismos. Soy muy sensible a los halagos de lo patético y de lo sentencioso; Bioy ha tratado siempre de corregirme, con adversa fortuna.
Como casi todos los escritores, Bioy empezó siendo genial, es decir, más o menos irresponsable. De sus primeros libros, de los que hoy no quiere acordarse, lee largos párrafos para hacernos reír, y no siempre revela quién fue el autor.
Su imaginación se complace en la invención continua de fábulas. Algunas corresponden a lo que malamente se llama ciencia ficción. He dicho malamente porque en los idiomas germánicos el primero de los dos nombres sustantivos que forman una palabra compuesta se convierte en un adjetivo. Sciencia-fiction significa, de hecho, ficción científica. Ese género fue iniciado por Francis Bacon, padre de la ciencia experimental, en su inconclusa Nova Atlantis, que data de 1626. Famosamente lo siguieron Wells y Jules Verne. El primero estimó que un relato fantástico debe admitir un solo hecho fantástico y que los otros deben ser cotidianos. En El hombre invisible se refiere a un solo hombre invisible; en La guerra de los mundos, a la invasión de nuestro planeta por los marcianos, pero jamás a una invasión de seres invisibles. Ahora descreemos de la magia y depositamos nuestra fe, o nuestro temor, en la ciencia. Bioy ha indagado, y sigue indagando, las posibilidades literarias que nos ofrece.
En este punto quiero advertir a quien me lee, que si el placer de la sorpresa le gusta más que el placer de la previsión debe suspender aquí la lectura, porque voy a contar el argumento de las extrañas páginas que le esperan. Su protagonista es un horrible que resuelve ser inmortal para seguir pensando, imaginando y haciendo el bien. Podemos recordar a aquel griego que se arrancó los ojos en un jardín para que los colores y las formas del universo no distrajeran su pensamiento. Eladio Heller renuincia al mundo corporal y a la acción, pero no es un asceta. Es un hedonista que se recluye en un instrumento. La historia no es autobiográfica; la refieren, casi sin comprenderla, las mediocres personas que lo rodean. El desenlace ha sido prefigurado por el episodio del perro.
Este relato de Bioy, como La invención de Morel, recurre a la ciencia. No así El sueño de los héroes o el Diario de la guerra del cerdo, que fluyen vastamente.
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1 comentario:
Nada es casual. El que encontraras el poema de Capdevila una noche de Reyes sólo significa que ese encuentro no podía dejar de ser mágico y de que acaso, los Reyes Magos existen
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