Ahora que el parisino Museo de Cluny inaugura una exposición sobre la ciudad gótica vuelvo a recordar los tiempos geniales en que María José y yo recorrimos París para buscar ciertas localizaciones que debían ilustrar el libro "Marcel Schwob, antiguos imaginarios". Schwob, fiel a su tiempo finisecular, a su siglo XIX, recrea en su biografía sobre el poeta Villón el ambiente caótico de una ciudad ya perdida, pero también soñada. Por Francisco García Jurado
Para Agnès Lhermitte
A pesar de que el pasado es irrecuperable, de que jamás podemos volver a bañarnos en el misterioso río de las calles de una ciudad soñada, sin embargo, todavía es posible recrear y entrever la magia medieval en la Calle de la Montaña de Santa Genoveva, que termina, junto al Panteón, en la bella iglesia de San Esteban del Monte. Este es el París de Aberlado, de Villon y, cómo no, de Schwob. Para deleitarnos con esta recreación, debemos acudir a un libro titulado "Espicilecio", en el que Marcel Schwob ofrece con discreción su talento como crítico literario. La palabra “espicilegio” es, en sentido literal, un “haz de espigas”, y los benedictinos utilizaban metafóricamente este bello término para referirse a la (re)colección de conocimientos que debían ofrecer antes de su propia muerte. Como observa Sylvain Goudemare, se trata de un título dotado de gran simbolismo. Trece son, en total, los diferentes escritos de Schwob dentro de este libro culto e irrepetible, y se ordenan implícitamente en torno a tres categorías: biografías de autores, ensayos literarios y diálogos. Entre las biografías que componen esta obra delicada y difícil (así la definiría Borges), cabe destacar el trabajo biográfico sobre el poeta Villon, que supone por sí mismo una brillante prueba de la valía de los asertos críticos de Schwob. Del ensayo es especialmente inolvidable la viva recreación de las revueltas estudiantiles en el barrio latino de París durante la época de Villon, con singulares traslados de mojones robados hasta la mítica montaña de Santa Genoveva:
“Nadie ignoraba que los culpables eran los alumnos de la Universidad. Ellos habían llevado las piedras, una a la montaña de Santa Genoveva y la otra al monte de San Hilario, un poco más abajo, en el emplazamiento del Colegio de Francia. Allí, con ceremonias burlescas, habían casado a los dos mojones y consagrado sus privilegios. Todos los transeúntes, y sobre todo los oficiales del rey, estaban obligados a quitarse las gorras ante las piedras y a respetar sus prerrogativas.” (“François Villon”, en Espicilegio, pág. 23)
“Nadie ignoraba que los culpables eran los alumnos de la Universidad. Ellos habían llevado las piedras, una a la montaña de Santa Genoveva y la otra al monte de San Hilario, un poco más abajo, en el emplazamiento del Colegio de Francia. Allí, con ceremonias burlescas, habían casado a los dos mojones y consagrado sus privilegios. Todos los transeúntes, y sobre todo los oficiales del rey, estaban obligados a quitarse las gorras ante las piedras y a respetar sus prerrogativas.” (“François Villon”, en Espicilegio, pág. 23)
Gracias a este ensayo, el viejo y vital poeta logró ocupar su merecido lugar en la historia de la literatura francesa. La aproximación no académica terminó imponiendo su poderoso imaginario a los estudiosos. Después, ya en nosotros, la luz parisina de abril y la facultad de poder ver aquellas calles míticas más allá del tiempo terminó haciendo el resto para que la magia de la evocación se cumpliera. La fotografía que ilustra este blog es más que elocuente.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.
H.L.G.E.
2 comentarios:
La fotografía parece el sueño de una ciudad borrada, pero viva en la imaginación, por ejemplo, de Víctor Hugo:a mí se me escapó ese París en París.
Muy interesante, un abrazo.
Gracias por tu comentario, como siempre. Por cierto, has presentado tu libro. Intenté felicitarte pero por alguna razón extraña facebook no me dejaba hacerlo.
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