Dentro de unos días, concretamente el 28 de mayo, tendré la oportunidad de dar la conferencia que cierra el congreso sobre palimpsestos que se va a celebrar en Bahía Blanca (República Argentina) -dirección electrónica http://palimpsestos2010.blogspot.com/ -. Será una charla mediante vídeo-conferencia desde la distancia física, que no humana, pues allí estarán algunos grandes amigos que he tenido la suerte de conocer hace ya años. En este congreso se hablará de palimpsestos reales, es decir, de viejos textos enterrados literalmente bajo uno más reciente dentro de un pergamino, pero también de palimpsestos metafóricos, o de textos que subyacen bajo nuevas escrituras modernas. Mi propósito, al hablar de uno de los temas fundamentales de mi trabajo como comparatista, el de la Eneida de Borges, es dar un nuevo giro a la ya añeja metáfora. Quiero hablar sobre el texto que resucita. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Entre el sentido literal de la idea de palimspesto, propia de los estudiosos de los pergaminos, y la idea metáforica, propia de ciertos teóricos de la literatura, cabe ensayar, de la mano del poeta Leopardi, lo que quizá sea una idea sustancialmente distinta. En 1820, el poeta Leopardi escribió un poema dedicado a su entonces amigo el cardenal Angelo Mai, pues éste había dado con el texto del De República de Cicerón oculto tras la nueva escritura en un pergamino. La imagen del texto literalmente enterrado que vuelve a la vida sirvió a Leopardi para desarrollar una vigorosa metáfora romántica: el texto que resucita. Es conveniente en este punto reproducir el comienzo del irrepetible poema:
Italo audaz, ¿es que jamás te cansas
de arrancar de las tumbas
a nuestros padres, obligando a que hablen
en este siglo muerto, en el que pesa
tanta niebla de tedio? ¿Y cómo llegas
tan fuerte y tan frecuente a nuestro oído,
voz de nuestros abuelos,
tan largo tiempo muda? ¿Por qué tanta
resurrección? Fecundos se han tornado
los pergaminos; a la edad presente
los claustros polvorientos
reservaban las obras generosas
de nuestros padres. (...)
Me ha parecido muy interesante esta nueva forma de ver el palimpsesto, pues no se considera tanto la situación "subterránea" del viejo texto, sino su condición dinámica de volver a la luz, a la vida que le confieren las nuevas lecturas. Rápidamente pensé en un verso de Borges, precisamente dedicado a un poeta sajón: "Hoy no eres otra cosa que mi voz", y pienso, sobrecogido, en esas voces que cesaron en algún momento de la Historia y que nosostros volvemos a hacer que vivan espléndidas. Nosotros pasamos a formar parte de la voz de quienes nos precedieron. Que un texto no sólo tenga una condición subterránea, sino que resucite, debería implicar ciertas cosas inquietantes. Entre otras, cabe preguntarse sobre la identidad de ese texto que regresa a la vida. ¿Será el mismo texto que fue? Las condiciones de vivir un nuevo tiempo le pueden conferir sentidos acaso insospechados por el autor primigenio. La Eneida que revive en la obra de Borges se sustenta, fundamentalmente, sobre la estética de la expresión de Benedetto Croce. Palabras como "noche" o "luna" se vuelven creaciones estéticas en sí mismas, y las tradicionales figuras retóricas, como la famosa hipálage del "iban oscuros por entre la noche solitaria" (y no el acaso esperable "iban solitarios por entre la noche oscura") se convierte en una imagen literal que supera cualquier artificio. Es la Eneida que ha leído Beda el Venerable, Dante, Milton, Edward Gibbon, o T.S. Eliot, plagada de momentos e imágenes irrepetibles. Conscientes errores a la hora de citar o de traducir ciertos versos convierten a la Eneida de Borges en una obra sutilmente diferente de la de Virgilio, en una constatación implícita de que nada es ya lo mismo. Uno de los momentos más memorables de esta resurrección es cuando asistimos a la traducción tácita del verso acaso más difícil de toda la Eneida: "sunt lacrymae rerum". Estas "lagrimas de las cosas" se convierten, de la mano poética de Borges, en "todas las cosas que merecen lágrimas", a lo que después, en una soberbia enumeración, subsiguen las cosas mismas, como si fuera posible resumir el universo de la vida en unos cuantos versos. Entre otras cosas que merecen lágrimas está la hermosura de Helena, la mano de Jesús en el madero, o el propio Virgilio. Borges traduce y amplifica, haciendo de su lectura un acto vital y creador. Todas estas cosas, en definitiva, son las que nos hacen vivir también a nosotros. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Entre el sentido literal de la idea de palimspesto, propia de los estudiosos de los pergaminos, y la idea metáforica, propia de ciertos teóricos de la literatura, cabe ensayar, de la mano del poeta Leopardi, lo que quizá sea una idea sustancialmente distinta. En 1820, el poeta Leopardi escribió un poema dedicado a su entonces amigo el cardenal Angelo Mai, pues éste había dado con el texto del De República de Cicerón oculto tras la nueva escritura en un pergamino. La imagen del texto literalmente enterrado que vuelve a la vida sirvió a Leopardi para desarrollar una vigorosa metáfora romántica: el texto que resucita. Es conveniente en este punto reproducir el comienzo del irrepetible poema:
Italo audaz, ¿es que jamás te cansas
de arrancar de las tumbas
a nuestros padres, obligando a que hablen
en este siglo muerto, en el que pesa
tanta niebla de tedio? ¿Y cómo llegas
tan fuerte y tan frecuente a nuestro oído,
voz de nuestros abuelos,
tan largo tiempo muda? ¿Por qué tanta
resurrección? Fecundos se han tornado
los pergaminos; a la edad presente
los claustros polvorientos
reservaban las obras generosas
de nuestros padres. (...)
Me ha parecido muy interesante esta nueva forma de ver el palimpsesto, pues no se considera tanto la situación "subterránea" del viejo texto, sino su condición dinámica de volver a la luz, a la vida que le confieren las nuevas lecturas. Rápidamente pensé en un verso de Borges, precisamente dedicado a un poeta sajón: "Hoy no eres otra cosa que mi voz", y pienso, sobrecogido, en esas voces que cesaron en algún momento de la Historia y que nosostros volvemos a hacer que vivan espléndidas. Nosotros pasamos a formar parte de la voz de quienes nos precedieron. Que un texto no sólo tenga una condición subterránea, sino que resucite, debería implicar ciertas cosas inquietantes. Entre otras, cabe preguntarse sobre la identidad de ese texto que regresa a la vida. ¿Será el mismo texto que fue? Las condiciones de vivir un nuevo tiempo le pueden conferir sentidos acaso insospechados por el autor primigenio. La Eneida que revive en la obra de Borges se sustenta, fundamentalmente, sobre la estética de la expresión de Benedetto Croce. Palabras como "noche" o "luna" se vuelven creaciones estéticas en sí mismas, y las tradicionales figuras retóricas, como la famosa hipálage del "iban oscuros por entre la noche solitaria" (y no el acaso esperable "iban solitarios por entre la noche oscura") se convierte en una imagen literal que supera cualquier artificio. Es la Eneida que ha leído Beda el Venerable, Dante, Milton, Edward Gibbon, o T.S. Eliot, plagada de momentos e imágenes irrepetibles. Conscientes errores a la hora de citar o de traducir ciertos versos convierten a la Eneida de Borges en una obra sutilmente diferente de la de Virgilio, en una constatación implícita de que nada es ya lo mismo. Uno de los momentos más memorables de esta resurrección es cuando asistimos a la traducción tácita del verso acaso más difícil de toda la Eneida: "sunt lacrymae rerum". Estas "lagrimas de las cosas" se convierten, de la mano poética de Borges, en "todas las cosas que merecen lágrimas", a lo que después, en una soberbia enumeración, subsiguen las cosas mismas, como si fuera posible resumir el universo de la vida en unos cuantos versos. Entre otras cosas que merecen lágrimas está la hermosura de Helena, la mano de Jesús en el madero, o el propio Virgilio. Borges traduce y amplifica, haciendo de su lectura un acto vital y creador. Todas estas cosas, en definitiva, son las que nos hacen vivir también a nosotros. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
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