miércoles, 12 de mayo de 2010

LATÍN, ILUSTRACIÓN Y LIBERALISMO: UNA REVISIÓN DE LAS HUMANIDADES (III)


Terminamos hoy esta pequeña serie dedicada al estudio del latín durante la transición del siglo XVIII al XIX con el excepcional testimonio de un preceptista de latinidad, Luis de Mata i Araujo. Quedará pendiente para una futura entrega un comentario más detenido de la Real Cédula sobre la creación de las escuelas de latinidad de Calomarde. Por Francisco García Jurado. HLGE.
En este contexto, la obra del preceptista de latinidad Luis de Mata i Araujo es un buen ejemplo de la situación cambiante, pues él vivió la transición desde los tiempos absolutistas a los tiempos liberales, y desde el clasicismo supuestamente retrógrado al romanticismo supuestamente progresivo. El autor fue miembro de la Real Academia Greco-Latina Matritense, además de catedrático de Retórica en el Instituto de San Isidro (en la imagen). Sus obras sobre gramática latina tienen una relevancia significativa entre los años 30 y 40 del siglo XIX.

Tengamos en cuenta los cambios que se han producido en la política española desde el año de 1829 hasta 1839, en especial la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833. Mata i Araujo es permeable, si bien sólo en parte, al nuevo ideario romántico en su faceta más conservadora. Su libro titulado Lecciones elementales de literatura aplicadas especialmente á la castellana (Madrid, 1839) combina, junto a la esperable poética, un esbozo de historia de la literatura y establece el siglo de oro de la literatura española entre los siglos XV y XVI, al contrario de lo que va a hacer poco más tarde el liberal Gil de Zárate, que lo atrasa hasta el XVII, en especial con el teatro, por influencia de la nueva estética alemana. Mata i Araujo, que ni tan siquiera habla del teatro de Lope o Calderón, defiende al final de su libro un ideario literario-político que mire, ante todo, a los mejores autores españoles del siglo XVIII, pero donde quede expulsado todo resto de afrancesamiento, en aras de una literatura plenamente nacional:

«Debemos sobre todo descartar el filosofismo del siglo XVIII, imitando la sensatez i cordura de nuestros padres que supieron acoger sí las buenas ideas, pero también despreciar los errores i teorías halagüeñas que tantos desastres causaron á la Francia en su delirante republicanismo, i cuyas consecuencias estamos nosotros sufriendo ahora en una guerra civil desastrosa.»

Y añade además:

«Déjense por fin otros de creerse superiores á todos los demas, hablándonos en un lenguaje mas alambicado que el Gongorismo: las obras siguientes en que pueden formarse nuestros jóvenes para escribir con un lenguage nacional digno en todo género de literatura, son ademas de las de los clásicos antiguos, las de los escritores desde el tiempo de Cárlos III (...)» (Lecciones…, pp. 407-408)

Como vemos, las paradojas son muchas. En Mata i Araujo lo que ahora es ideología conservadora se confunde con las otrora líneas maestras de una parte del pensamiento español del siglo XVIII, el que trató precisamente de encontrar en lo propiamente hispano el germen de la restauración del buen gusto –es el caso singular de Gregorio Mayáns o de Sempere y Guarinos–: precisamente en la literatura de los siglos XV y XVI. Los nuevos aires estéticos venidos de Alemania cambian de rumbo esta configuración, poniendo el mayor énfasis en la antigua épica, el romancero y el teatro español del XVII.

Buena parte del pensamiento liberal de la época abandona los viejos ideales de los ilustrados españoles del siglo anterior para abrazar la nueva ideología romántica. De la idea de patriotismo ilustrado –personas libres con voluntad de crear una patria común– se pasa a la de nacionalismo romántico –la pertenencia a un pueblo predeterminado por mera razón de nacimiento–. No debemos dejar que se pase por alto en el texto citado una interesante referencia a la primera guerra carlista, la que tuvo lugar, con la muerte de Fernando VII, entre 1833 y 1840, cien años antes de otra guerra civil que los historiadores han terminado llamando, por antonomasia, la Guerra Civil.

Por regla general, las cuestiones educativas dependen tristemente del oportunismo y la necesidad de subirse cuanto antes al carro de las ideas dominantes, que en los tiempos de Fernando VII suponía la reacción contra el mundo ilustrado, confundido ya con las tropelías de Napoleón. Ciertos liberales moderados intentaron después la restauración de parte de aquellos ideales ilustrados, confundidos ahora con los nuevos vientos románticos. En esos vaivenes, la enseñanza del latín y de su historia literaria se fue dirigiendo erráticamente hacia derroteros insospechados.
FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

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