Nuestro trabajo de investigación, con lo que esta actividad conlleva de especialización y trabajo metódico, a menudo ha de enfrentarse a la incomprensión de los demás. Las motivaciones profundas de nuestro trabajo metódico se vuelven a menudo meras anécdotas para los que nos rodean. Por ello, también es importante que sepamos llamar la atención sobre aquello que hacemos y que no se ve a simple vista. ¿Por qué alguien colecciona, por ejemplo, etiquetas de agua embotellada? ¿Qué hay debajo de esta actitud? Un texto de Carlos Martín Escorza, director científico del exquisito períodico que publica el madrileño Museo Nacional de Ciencias Naturales, me hizo comprender muy bien esta necesidad de explicar por qué hacemos lo que hacemos. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. GRUPO DE INVESTIGACIÓN HLGE
Ayer volví por un rato a mi querido Museo de Ciencias Naturales. A este museo le debo en gran medida que hoy día sea lo que soy, y que dedique una parte de mi actividad laboral a la investigación, si bien ésta pertenece al ámbito de las llamadas ciencias humanas. Mis visitas al museo son siempre gratas, pues me recuerdan a menudo cómo comenzó mi vocación por el conocimiento. Todavía recuerdo cuando me quedé fascinado ante lo que se llamaba "Exposición permanente de entomología", y cómo no tardé en comenzar también mi propia colección, que todavía se conserva en la casa de mi madre. Las circunstancias me hicieron derivar a otro tipo de investigación, y hoy no estudio insectos, sino documentación para ilustrar el desarrollo de la historiografía de la literatura grecolatina en España y las influencias que ésta ha recibido del exterior. Estos días soy testigo de mis pequeños descubrimientos, de los hilos ocultos que convierten el conjunto de manuales que estudio en una caja de resonancia de problemas que tienen que ver con la historia de las humanidades en el mundo contemporáneo. Pues bien, en muchos casos, quien no participa de una investigación suele quedarse con la mera anécdota y puede pensar que lo que hago es recopilar libros viejos. Volviendo a mi visita al Museo de Ciencias Naturales, no me olvidé de recoger el períodido que esta institución edita y que me reporta gratos momentos de lectura. Entre otros trabajos interesantes y notables, encontré uno de Carlos Martín Escorza donde nos cuenta las circunstancias que le llevaron a coleccionar miles de etiquetas procedentes de botellas de agua mineral. En apariencia, podría tratarse de una manía de coleccionista como la de aquellos que coleccionan, por ejemplo, billetes de metro. Sin embargo, el planteamiento es tan sencillo como fascinante: lo que le interesa al profesor Martín Escorza es la composición química que figura en tales etiquetas, no las etiquetas en sí. Esto le está permitiendo llevar a cabo un estudio sobre la diversidad de los minerales que hay en ellas. Sin embargo, la etiqueta no queda sólo en mero contenedor. Él mismo declara que muchas de las etiquetas que ahora guarda con la impagable colaboración de su mujer esconden recuerdos gratos de viajes y vivencias. Esta sensación me resulta también muy reconocible, pues la investigación no es sólo método y constancia, es también biografía. En el tiempo silencioso de los laboratorios y las bibliotecas vivimos momentos únicos, aunque no sean muchas veces evidentes como un certamen deportivo. Ahora pienso, precisamente, en el estudio que llevo haciendo durante años acerca de los manuales de literatura griega y latina en España, desde finales del siglo XVIII hasta los años treinta del siglo XX. El catálogo sistemático conlleva manejar muchos datos sobre los autores, los traductores y sus obras. Estos días he estado estudiando una importante obra debida a una profesor almeriense: Antonio González Garbín. Su liberatura latina, publicada a comienzos de los años ochenta y luego en 1896, supone la entrada de la modernidad historiográfica en el pequeño ámbito de los estudios de literatura latina. El autor ha adaptado las ideas de W. Teuffel, el profesor alemán que fue capaz de crear una literatura latina a la medida de la nueva Prusia de Bismark. Frente a lo que habían sido los manuales románticos, el libro de Teuffel desplaza el interés desde los textos arcaicos a los textos imperiales, y consigue perfilar el concepto de una literatura nacional romana que se desarrolla de una manera cíclica. Garbin hizo de impagable intermediario entre el pensamiento historiográfico alemán de la época y el humilde contexto de la Universidad de Granada casi de manera simultánea. Esta circunstancia que aquí expongo supone un pequeño pero importante argumento para poder estudiar los intentos de renovación metodológica que algunos españoles llevaron a cabo a partir de los años ochenta del siglo XIX. Es relevante que estos intentos también se llevaran a cabo dentro de los precarios estudios clásicos, donde la aportación de González Garbín resulta fundamental. Poder ver estas cosas supone tiempo y paciencia, a menudo desespera no ver el final de nuestro trabajo, pero un cierto imperativo interior nos lleva a continuar incansables. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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