Conocido como gran personaje histórico y por haber sido el primer emperador de Roma, es fácil olvidar otra faceta menos notoria de Augusto, pero no menos importante, precisamente su condición de escritor. Augusto quiso, como su padre adoptivo, Julio César, dejar a la posteridad sus propios escritos, aunque con menor fortuna. Es evidente que Augusto está muy lejos de la genialidad literaria del primero, aunque sus textos constituyen importantes documentos históricos. Entre ellos, destaca el conocido como Res Gestae Divi Augusti, editado por Theodor Mommsen en 1883 y traducido al castellano por Guillermo Fatás. Transcribimos el párrafo final de la obra, escrito el último año de vida del emperador:
“Cuando ejercía mi decimotercer consulado, el Senado, el Orden de los Caballeros Romanos y el pueblo romano entero me designaron Padre de la Patria y decidieron que el título había de grabarse en el vestíbulo de mi casa, en la Curia y en el Foro de Augusto y en las cuadrigas que, con ocasión de un senadoconsulto, se habían erigido en mi honor. Cuando escribí estas cosas estaba en el septuagésimosexto año de mi vida.” (trad. de Guillermo Fatás)
Más allá de este tono tan formal que aleja el personaje de nosotros, también podemos leer algunos testimonios más íntimos y cercanos. A este respecto, tenemos un interesante testimonio epistolar donde vemos cómo se aúna la cuestión sucesoria y la longevidad cuando el emperador acababa de cumplir sesenta y cuatro años. Así lo vemos en una carta que el propio Augusto escribió a su nieto y también hijo (adoptivo) Gayo, y transmitida por Aulo Gelio en sus Noches Áticas (15, 7):
“Saludos, mi querido Gayo, mi asnillo gratísimo, a quien echo de menos, a fe mía, cuando estás ausente. Y, especialmente, durante días especiales como el de hoy mis ojos buscan a mi Gayo, a quien, donde quiera que hayas estado este día, confío en que feliz y sano te hayas acordado de mi sexagésimo cuarto aniversario. Pues, como puedes ver, he logrado superar los sesenta y tres años, esa edad crítica para el común de los viejos que se llama climaterio. Ruego a los dioses que a mí, en lo que me quede de vida, me sea posible vivirlo con salud en la más absoluta prosperidad del Estado, y siendo vosotros, mis sucesores, personas de bien preparadas para asumir el relevo.” (trad. de F. García Jurado)
En Roma, superar con la edad la cifra que es producto de multiplicar el número siete por nueve era señal de haber superado una edad crítica. Creo que esto encierra algo de cierto, a tenor de lo que nos ha ocurrido con algunas personas muy cercanas, fallecidas precisamente poco antes de llegar a esta edad concreta. También llama la atención el tono cariñoso de la carta, donde cabe adivinar que el sentimiento también puede vivir en la persona de un emperador. En todo caso, el tono familiar no debe impedir que veamos las claras intenciones políticas del texto, pues tan importante era que el sucesor de Augusto estuviera disponible como que se encontrara en una posición de poder semejante a la del propio emperador. J. Béranger ha visto en este texto transmitido por Aulo Gelio cómo la ideología monárquica romana se concentra en la frase que cierra la carta: la disposición del sucesor para estar en condiciones de asumir el poder. En definitiva, el tono cariñoso no esconde las intenciones concretas de esta carta. Esto es una constante histórica. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
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