El principio de todo: classicus adsiduusque frente a proletarius
A menudo es difícil saber cuál es el principio de las cosas y el origen de las palabras. De manera excepcional, en el caso que nos ocupa, sabemos quién utilizó por primera vez la palabra “clásico” para referirse a los mejores autores. Se trataba de Aulo Gelio, autor latino del siglo II de nuestra era, que utilizó de manera metafórica el término cuando recreaba, precisamente, una conversación con su amigo Cornelio Frontón, conocido por su epistolario. Gelio es muy dado a la trascripción ficticia de conversaciones mantenidas en un pasado más o menos reciente, ya sea durante su más tierna juventud en Roma, la etapa de sus estudios en Atenas, o su posterior actividad como juez de nuevo en Roma. Aulo Gelio hace que sea Frontón[1] quien tome prestado el término “clásico” con el viejo sentido de la división por clases que existía en Roma durante los antiguos tiempos del rey Servio Tulio. Precisamente, de esta división social y del viejo sentido de “clásico” se nos habla en otro de los capítulos de sus Noches áticas:
“Classici” dicebantur non omnes, qui in quinque classibus erant, sed primae tantum classis homines, qui centum et uiginti quinque milia aeris ampliusue censi erant. “Infra classem” autem appellabantur secundae classis ceterarumque omnium classium, qui minore summa aeris, quod supra dixi, censebantur. Hoc eo strictim notaui, quoniam in M. Catonis oratione, qua Voconiam legem suasit, quaeri solet, quid sit “classicus”, quid “infra classem”. (Gel. 6,13)
No se llamaba “clásicos” a todos los que estaban en las cinco clases, sino tan sólo en la primera, aquellos que estaban censados con un patrimonio de 125.000 ases o superior. Por su parte, se llamaban infra classem a los de la segunda clase y el resto, aquellos que estaban censados por una cantidad menor de dinero que la arriba citada. Por ello, he escrito esta breve nota, porque en el discurso de Marco Catón donde abogó a favor de la ley Voconia suele preguntarse que es classicus y qué infra classem. (trad. de F. García Jurado)
De esta breve noticia que nos ofrece Aulo Gelio cabe destacar la posición preeminente que ocupan los llamados classici, que constituían en realidad la clase de los miembros egregios dentro de una sociedad jerarquizada por la solvencia económica.[2] Así pues, la classis por antonomasia era únicamente la primera, pues las cuatro clases inferiores, según nos cuenta Gelio, se denominarían infra classem por estar debajo de aquélla. Por esta razón, cuando en la conversación con su amigo Frontón se utiliza el término classicus para hablar de los mejores escritores, sabemos claramente que se refiere a los más granados, sólo los de ese primer orden, en el contexto de una oportuna y sutil metáfora que sugiere de manera implícita la existencia de una sociedad literaria ideal y atemporal:
Ite ergo nunc et, quando forte erit otium, quaerite an “quadrigam” et “harenas” dixerit e cohorte illa dumtaxat antiquiore uel oratorum aliquis uel poetarum, id est classicus adsiduusque aliquis scriptor, non proletarius. (Gel. 19,8,15)
Partid, por tanto, ahora, y en cuanto os sea posible, mirad a ver si ha utilizado los términos “quadriga” y “harenas” alguno de la cohorte antigua de oradores o poetas, es decir, algún escritor clásico y solvente, no un proletario. (trad. de F. García Jurado)
Es importante hacer notar, asimismo, que la metáfora que traslada el término classicus del ámbito social y económico al literario hace también lo propio con el término proletarius.[3] Mientras el primero de ellos adquiere una valoración positiva, el segundo ocupa la parte negativa, relativa a los autores de menor nivel. Esta jerarquización, sin embargo, irá cambiando a medida que nos acerquemos a nuestro tiempo y el concepto de clásico se democratice, como iremos viendo en este mismo trabajo. Así pues, en principio, la concepción que tiene Gelio de un “clásico” no coincide precisamente con lo que nosotros entendemos hoy día como tal.[4] Para empezar, y de forma muy distinta a lo que ahora entendemos como “clásicos”, es decir, los mejores autores de cualquier literatura y época, los classici de los que se habla metafóricamente en el texto de Gelio a propósito de una discusión gramatical serían, en particular, autores latinos antiguos. Dentro de este notable grupo de autores destaca el comediógrafo Plauto, objeto de muchos de los desvelos filológicos de Aulo Gelio, y a quien se aplican calificativos tan elogiosos como “el más elegante” (Plautus, uerborum Latinorum elegantissimus [Gel. 1,7,17]), el “príncipe” (Plautus quoque, homo linguae atque elegantiae in uerbis Latinae princeps [Gel. 6,17,4]) y la “gloria de la lengua latina” (Plautus, linguae Latinae decus [Gel. 19,8,6]). Este tercer apelativo se le confiere, precisamente, dentro del mismo capítulo donde se utiliza el término de “clásico”. Plauto sería, por tanto, uno de los principes de esta ideal y atemporal ciudad de las letras. Así pues, es interesante hacer notar cómo el uso metafórico de classicus está pensado, de manera defectiva, para referirse a los autores latinos, de la misma manera que los classici propiamente dichos eran precisamente aquellos ciudadanos de la primera de las cinco clases que habitaban en la antigua Roma, y cuyo escalafón más bajo formaban los proletarii, o aquellos que no podían aportar más que su prole a la riqueza común. Este rasgo patrio desaparecerá después, cuando los humanistas recuperen el término, ampliándolo a también a los autores griegos y otros. Lo que sí va a pervivir con fuerza es el carácter del clásico como autor fundamentalmente antiguo.[5] De hecho, el término “antiguo” será fundamentalmente el que se utilice para hablar de los autores grecolatinos, hasta que se les atribuya por antonomasia el adjetivo de “clásicos” a finales del siglo XVIII. Por su parte, el término adsidui que acompaña a classicus, y que hemos traducido como “solventes”, corrobora la dimensión económica de la clasificación.[6] Estamos, por tanto, ante la representación de una ciudad literaria perfectamente estratificada en torno a la solvencia de los propios autores, en el contexto de una consideración económica de la literatura que no habría de desagradar a los historiadores marxistas.[7] El comparatista Harry Levin hace un sabroso comentario a este respecto en su no menos sabroso libro Contexts of Criticism:
The figure of speech for literary status, borrowed from the Roman classification of taxpayers, is frankly social and snobbishly economic enough to gratify the worst suspicions of Marxist historians. This particular use of the adjective classicus, which seems to have no other ancient or medieval example, would not become a catchword until the humanistic revival of the classics. Then, as Pauly-Wissowa indicates, Melanchthon could use it in recommending Plutarch; and thence it was but a short step to the vernaculars, with programs of education based –like Milton’s- on “works of classical authority”. (Levin, 1957, p. 38)
De esta forma, los classici que formula Gelio metafóricamente tendrían tres rasgos fundamentales: serían autores latinos, autores antiguos y autores “solventes”. Si, como ya hemos anotado, consideramos que este canon de autores se constituye desde el punto de vista de la corrección gramatical de la lengua latina, el término classicus se refirió originalmente tan sólo a los autores que cultivaron esta lengua. Según lo dicho, los escritores griegos quedaron tácitamente excluidos, para sorpresa del estudioso moderno, si bien éstos recibieron en el mismo Gelio otras calificaciones análogas, tales como idonei.[8] No obstante, tanto los idonei Graecorum como los classici (Latini) tienen en común su carácter de autores antiguos,[9] como antigua es también la propia acepción que se utiliza de classicus (recordamos de nuevo que se trata de la acepción relativa a una arcaica estratificación social de los tiempos del rey Servio Tulio) frente al sentido que es ya común en latín clásico de aquello que tiene que ver con la classis, es decir, la flota de guerra.[10] Por lo tanto, Aulo Gelio es el primer autor que lleva a cabo un uso metafórico a partir de la antigua acepción económica de classicus, trasladada desde el ámbito social al de las litterae, aunque no será hasta el siglo XVI cuando la metáfora cobre una gran fortuna para la configuración de los cánones literarios. Sin embargo, la metáfora que nos permite entrever o imaginar una ciudad, muy parecida a la Roma antigua y poblada por sus auctores classici, donde el comediógrafo Plauto sería, precisamente, el que ocupa el lugar de honor entre todos ellos, no va a ser comprendida salvo por unos pocos lectores modernos de Gelio. Uno de ellos, como indica el propio Levin en el texto citado más arriba, será el humanista Philipp Melanchthon, que hace uso del término en un documento de 1519, si bien para referirse ya a un autor que ha escrito en griego, el polígrafo Plutarco.[11]
[1] No obstante, Holford-Strevens (2005, P. 362) comenta que esta caracterización geliana de Frontón apunta más a intereses propios del primero que del segundo. Uría Varela (1998, p. 48), por su parte, se inclina por la posibilidad de que fuera realmente Frontón. La cuestión en todo caso no modifica sustancialmente las conclusiones de nuestro estudio.
[2] Véase también el pasaje recogido en Liv. 1,43,1-11.
[3] Se puede encontrar un buen comentario al respecto en Hout, 1999, pp. 599-600.
[4] Así lo hemos mostrado en nuestro trabajo “¿Qué es la literatura griega y latina para Aulo Gelio?: hacia un protoconcepto”, International Workshop. Social and Literary Bilingualism: Under Rome’s Rule, Pamplona, 9 de octubre de 2009. Universidad de Navarra. Cf. García Jurado (en prensa).
[5] El carácter antiguo de los clásicos será una característica que perviva en la conocida caracterización de los “antiguos” frente a los “modernos” que configurará la llamada “Querelle des anciens et de modernes” básicamente entre los siglos XVII y XVIII.
[6] “En efecto, también adsiduus es palabra con la que, desde el mismo Servio Tulio, según testimonio de Cicerón, se designa a la clase alta como clase «contribuyente»” (Uría Varela, 1998, p. 54).
[7] Como curiosidad, podemos leer cómo recoge la antigua estratificación social el conocido historiador marxista de la antigüedad romana Serguei Ivanovich Kovaliov, que nos habla de la manera siguiente acerca de aquella antigua división en clases: “Servio Tulio dividió a todas la población de Roma, tanto a los patricios como a los plebeyos, en cinco categorías de poseedores o clases (classis). En la primera estaban los ciudadanos que poseían un patrimonio no menor de 100.000 ases, en la segunda los que poseían 75.000 ases, en la tercera 50.000, en la cuarta 25.000 y, finalmente, en la quinta aquellos cuyo patrimonio no era inferior a los 12.500 ases (según Dionisio) o a los 11.000 (según Livio). Los ciudadanos restantes constituían la clase inferior (infra classem) y se les llamaba proletarios (de la palabra proles), es decir, personas que sólo poseían hijos. Estos últimos también eran llamados capite censi (censados por la cabeza)” (Kovaliov, 1985, p. 82).
[8] No obstante, cabe encontrar otras expresiones equivalentes para referirse a éstos últimos, como cuando son calificados de principes (omnes linguae Atticae principes [Gel., I 2.4], que es como también se califica al latino Plauto) o se les aplica el curioso término de idonei, que es una palabra importada, al igual que classicus y adsiduus, del ámbito económico (Uría Varela, 1998, pp. 56-57). De esta forma, idoneus implicaría la misma condición de modelo gramatical para los griegos que classici para los latinos: Sed nos neque “soloecismum” neque “barbarismum” apud Graecorum idoneos adhuc inuenimus (Gel., 5,20,4) (“Mas no hemos encontrado hasta ahora ni «solecismo» ni «barbarismo» entre los mejores autores griegos”).
[9] “Antiquity as a basis for sustaining the idea of Latin’s parity with Greek was as important to Fronto and Gellius as it had been to Cicero” (Swain, 2004, p. 35).
[10] En latín clásico, el término classicus remitía ya al ámbito de la flota de guerra (classis). Así lo vemos en Veleyo Patérculo: classicis peditumque expeditionibus (Vell., 2,121,1), es decir, “expediciones por mar y por tierra”.
[11] “Losgelöst von der ursprünglichen Bedeutung und im modernen Sinne ist das Wort erst von den Humanisten gebraucht worden; so heisst es bei Melanchthon in der Widmungsepistel der Ausgaben von Plutarchs Schrift Ei) kalw=j ei)/rhtai to\ la/qe biw/saj an Bartholomaeus Feldkirch vom April 1519 (Corp. Reformat. I, p. 80): De hac re Plutarchi sententiam, classici videlicet authoris, certum est praelegere scholae nostrae.” (Pauly-Wissowa, 1899, s.v. classici p. 2629).
A menudo es difícil saber cuál es el principio de las cosas y el origen de las palabras. De manera excepcional, en el caso que nos ocupa, sabemos quién utilizó por primera vez la palabra “clásico” para referirse a los mejores autores. Se trataba de Aulo Gelio, autor latino del siglo II de nuestra era, que utilizó de manera metafórica el término cuando recreaba, precisamente, una conversación con su amigo Cornelio Frontón, conocido por su epistolario. Gelio es muy dado a la trascripción ficticia de conversaciones mantenidas en un pasado más o menos reciente, ya sea durante su más tierna juventud en Roma, la etapa de sus estudios en Atenas, o su posterior actividad como juez de nuevo en Roma. Aulo Gelio hace que sea Frontón[1] quien tome prestado el término “clásico” con el viejo sentido de la división por clases que existía en Roma durante los antiguos tiempos del rey Servio Tulio. Precisamente, de esta división social y del viejo sentido de “clásico” se nos habla en otro de los capítulos de sus Noches áticas:
“Classici” dicebantur non omnes, qui in quinque classibus erant, sed primae tantum classis homines, qui centum et uiginti quinque milia aeris ampliusue censi erant. “Infra classem” autem appellabantur secundae classis ceterarumque omnium classium, qui minore summa aeris, quod supra dixi, censebantur. Hoc eo strictim notaui, quoniam in M. Catonis oratione, qua Voconiam legem suasit, quaeri solet, quid sit “classicus”, quid “infra classem”. (Gel. 6,13)
No se llamaba “clásicos” a todos los que estaban en las cinco clases, sino tan sólo en la primera, aquellos que estaban censados con un patrimonio de 125.000 ases o superior. Por su parte, se llamaban infra classem a los de la segunda clase y el resto, aquellos que estaban censados por una cantidad menor de dinero que la arriba citada. Por ello, he escrito esta breve nota, porque en el discurso de Marco Catón donde abogó a favor de la ley Voconia suele preguntarse que es classicus y qué infra classem. (trad. de F. García Jurado)
De esta breve noticia que nos ofrece Aulo Gelio cabe destacar la posición preeminente que ocupan los llamados classici, que constituían en realidad la clase de los miembros egregios dentro de una sociedad jerarquizada por la solvencia económica.[2] Así pues, la classis por antonomasia era únicamente la primera, pues las cuatro clases inferiores, según nos cuenta Gelio, se denominarían infra classem por estar debajo de aquélla. Por esta razón, cuando en la conversación con su amigo Frontón se utiliza el término classicus para hablar de los mejores escritores, sabemos claramente que se refiere a los más granados, sólo los de ese primer orden, en el contexto de una oportuna y sutil metáfora que sugiere de manera implícita la existencia de una sociedad literaria ideal y atemporal:
Ite ergo nunc et, quando forte erit otium, quaerite an “quadrigam” et “harenas” dixerit e cohorte illa dumtaxat antiquiore uel oratorum aliquis uel poetarum, id est classicus adsiduusque aliquis scriptor, non proletarius. (Gel. 19,8,15)
Partid, por tanto, ahora, y en cuanto os sea posible, mirad a ver si ha utilizado los términos “quadriga” y “harenas” alguno de la cohorte antigua de oradores o poetas, es decir, algún escritor clásico y solvente, no un proletario. (trad. de F. García Jurado)
Es importante hacer notar, asimismo, que la metáfora que traslada el término classicus del ámbito social y económico al literario hace también lo propio con el término proletarius.[3] Mientras el primero de ellos adquiere una valoración positiva, el segundo ocupa la parte negativa, relativa a los autores de menor nivel. Esta jerarquización, sin embargo, irá cambiando a medida que nos acerquemos a nuestro tiempo y el concepto de clásico se democratice, como iremos viendo en este mismo trabajo. Así pues, en principio, la concepción que tiene Gelio de un “clásico” no coincide precisamente con lo que nosotros entendemos hoy día como tal.[4] Para empezar, y de forma muy distinta a lo que ahora entendemos como “clásicos”, es decir, los mejores autores de cualquier literatura y época, los classici de los que se habla metafóricamente en el texto de Gelio a propósito de una discusión gramatical serían, en particular, autores latinos antiguos. Dentro de este notable grupo de autores destaca el comediógrafo Plauto, objeto de muchos de los desvelos filológicos de Aulo Gelio, y a quien se aplican calificativos tan elogiosos como “el más elegante” (Plautus, uerborum Latinorum elegantissimus [Gel. 1,7,17]), el “príncipe” (Plautus quoque, homo linguae atque elegantiae in uerbis Latinae princeps [Gel. 6,17,4]) y la “gloria de la lengua latina” (Plautus, linguae Latinae decus [Gel. 19,8,6]). Este tercer apelativo se le confiere, precisamente, dentro del mismo capítulo donde se utiliza el término de “clásico”. Plauto sería, por tanto, uno de los principes de esta ideal y atemporal ciudad de las letras. Así pues, es interesante hacer notar cómo el uso metafórico de classicus está pensado, de manera defectiva, para referirse a los autores latinos, de la misma manera que los classici propiamente dichos eran precisamente aquellos ciudadanos de la primera de las cinco clases que habitaban en la antigua Roma, y cuyo escalafón más bajo formaban los proletarii, o aquellos que no podían aportar más que su prole a la riqueza común. Este rasgo patrio desaparecerá después, cuando los humanistas recuperen el término, ampliándolo a también a los autores griegos y otros. Lo que sí va a pervivir con fuerza es el carácter del clásico como autor fundamentalmente antiguo.[5] De hecho, el término “antiguo” será fundamentalmente el que se utilice para hablar de los autores grecolatinos, hasta que se les atribuya por antonomasia el adjetivo de “clásicos” a finales del siglo XVIII. Por su parte, el término adsidui que acompaña a classicus, y que hemos traducido como “solventes”, corrobora la dimensión económica de la clasificación.[6] Estamos, por tanto, ante la representación de una ciudad literaria perfectamente estratificada en torno a la solvencia de los propios autores, en el contexto de una consideración económica de la literatura que no habría de desagradar a los historiadores marxistas.[7] El comparatista Harry Levin hace un sabroso comentario a este respecto en su no menos sabroso libro Contexts of Criticism:
The figure of speech for literary status, borrowed from the Roman classification of taxpayers, is frankly social and snobbishly economic enough to gratify the worst suspicions of Marxist historians. This particular use of the adjective classicus, which seems to have no other ancient or medieval example, would not become a catchword until the humanistic revival of the classics. Then, as Pauly-Wissowa indicates, Melanchthon could use it in recommending Plutarch; and thence it was but a short step to the vernaculars, with programs of education based –like Milton’s- on “works of classical authority”. (Levin, 1957, p. 38)
De esta forma, los classici que formula Gelio metafóricamente tendrían tres rasgos fundamentales: serían autores latinos, autores antiguos y autores “solventes”. Si, como ya hemos anotado, consideramos que este canon de autores se constituye desde el punto de vista de la corrección gramatical de la lengua latina, el término classicus se refirió originalmente tan sólo a los autores que cultivaron esta lengua. Según lo dicho, los escritores griegos quedaron tácitamente excluidos, para sorpresa del estudioso moderno, si bien éstos recibieron en el mismo Gelio otras calificaciones análogas, tales como idonei.[8] No obstante, tanto los idonei Graecorum como los classici (Latini) tienen en común su carácter de autores antiguos,[9] como antigua es también la propia acepción que se utiliza de classicus (recordamos de nuevo que se trata de la acepción relativa a una arcaica estratificación social de los tiempos del rey Servio Tulio) frente al sentido que es ya común en latín clásico de aquello que tiene que ver con la classis, es decir, la flota de guerra.[10] Por lo tanto, Aulo Gelio es el primer autor que lleva a cabo un uso metafórico a partir de la antigua acepción económica de classicus, trasladada desde el ámbito social al de las litterae, aunque no será hasta el siglo XVI cuando la metáfora cobre una gran fortuna para la configuración de los cánones literarios. Sin embargo, la metáfora que nos permite entrever o imaginar una ciudad, muy parecida a la Roma antigua y poblada por sus auctores classici, donde el comediógrafo Plauto sería, precisamente, el que ocupa el lugar de honor entre todos ellos, no va a ser comprendida salvo por unos pocos lectores modernos de Gelio. Uno de ellos, como indica el propio Levin en el texto citado más arriba, será el humanista Philipp Melanchthon, que hace uso del término en un documento de 1519, si bien para referirse ya a un autor que ha escrito en griego, el polígrafo Plutarco.[11]
[1] No obstante, Holford-Strevens (2005, P. 362) comenta que esta caracterización geliana de Frontón apunta más a intereses propios del primero que del segundo. Uría Varela (1998, p. 48), por su parte, se inclina por la posibilidad de que fuera realmente Frontón. La cuestión en todo caso no modifica sustancialmente las conclusiones de nuestro estudio.
[2] Véase también el pasaje recogido en Liv. 1,43,1-11.
[3] Se puede encontrar un buen comentario al respecto en Hout, 1999, pp. 599-600.
[4] Así lo hemos mostrado en nuestro trabajo “¿Qué es la literatura griega y latina para Aulo Gelio?: hacia un protoconcepto”, International Workshop. Social and Literary Bilingualism: Under Rome’s Rule, Pamplona, 9 de octubre de 2009. Universidad de Navarra. Cf. García Jurado (en prensa).
[5] El carácter antiguo de los clásicos será una característica que perviva en la conocida caracterización de los “antiguos” frente a los “modernos” que configurará la llamada “Querelle des anciens et de modernes” básicamente entre los siglos XVII y XVIII.
[6] “En efecto, también adsiduus es palabra con la que, desde el mismo Servio Tulio, según testimonio de Cicerón, se designa a la clase alta como clase «contribuyente»” (Uría Varela, 1998, p. 54).
[7] Como curiosidad, podemos leer cómo recoge la antigua estratificación social el conocido historiador marxista de la antigüedad romana Serguei Ivanovich Kovaliov, que nos habla de la manera siguiente acerca de aquella antigua división en clases: “Servio Tulio dividió a todas la población de Roma, tanto a los patricios como a los plebeyos, en cinco categorías de poseedores o clases (classis). En la primera estaban los ciudadanos que poseían un patrimonio no menor de 100.000 ases, en la segunda los que poseían 75.000 ases, en la tercera 50.000, en la cuarta 25.000 y, finalmente, en la quinta aquellos cuyo patrimonio no era inferior a los 12.500 ases (según Dionisio) o a los 11.000 (según Livio). Los ciudadanos restantes constituían la clase inferior (infra classem) y se les llamaba proletarios (de la palabra proles), es decir, personas que sólo poseían hijos. Estos últimos también eran llamados capite censi (censados por la cabeza)” (Kovaliov, 1985, p. 82).
[8] No obstante, cabe encontrar otras expresiones equivalentes para referirse a éstos últimos, como cuando son calificados de principes (omnes linguae Atticae principes [Gel., I 2.4], que es como también se califica al latino Plauto) o se les aplica el curioso término de idonei, que es una palabra importada, al igual que classicus y adsiduus, del ámbito económico (Uría Varela, 1998, pp. 56-57). De esta forma, idoneus implicaría la misma condición de modelo gramatical para los griegos que classici para los latinos: Sed nos neque “soloecismum” neque “barbarismum” apud Graecorum idoneos adhuc inuenimus (Gel., 5,20,4) (“Mas no hemos encontrado hasta ahora ni «solecismo» ni «barbarismo» entre los mejores autores griegos”).
[9] “Antiquity as a basis for sustaining the idea of Latin’s parity with Greek was as important to Fronto and Gellius as it had been to Cicero” (Swain, 2004, p. 35).
[10] En latín clásico, el término classicus remitía ya al ámbito de la flota de guerra (classis). Así lo vemos en Veleyo Patérculo: classicis peditumque expeditionibus (Vell., 2,121,1), es decir, “expediciones por mar y por tierra”.
[11] “Losgelöst von der ursprünglichen Bedeutung und im modernen Sinne ist das Wort erst von den Humanisten gebraucht worden; so heisst es bei Melanchthon in der Widmungsepistel der Ausgaben von Plutarchs Schrift Ei) kalw=j ei)/rhtai to\ la/qe biw/saj an Bartholomaeus Feldkirch vom April 1519 (Corp. Reformat. I, p. 80): De hac re Plutarchi sententiam, classici videlicet authoris, certum est praelegere scholae nostrae.” (Pauly-Wissowa, 1899, s.v. classici p. 2629).
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