Continuamos hoy con la cuarta entrega de este intenso viaje por el término "clásico" a lo largo de la cultura occidental. Hoy corresponde hablar de "La resurrección humanista: classici frente a proletarii atque etiam capitecensi". Como veremos, la feliz metáfora de Aulo Gelio prendió entre los autores del siglo XVI, como el valenciano Luis Vives. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Es sorprendente que desde Gelio no encontremos más usos metafóricos de classicus hasta que lleguemos plenamente al siglo XVI, no en vano una de las etapas doradas de la lectura y la edición de las Noches áticas. La esporádica metáfora podría haber desaparecido perfectamente del mapa de nuestras acuñaciones literarias si no fuera porque los humanistas, excelentes lectores de Gelio, la rescataron para adaptarla a su nuevo contexto literario y cultural. El romanista Ernst Robert Curtius hace una pertinente reflexión a este respecto, en especial sobre el efecto del azar en nuestra terminología literaria y el criterio gramatical que preside en un principio la idea de “clásico”:[1]
El pasaje de Aulo Gelio es muy instructivo: revela que el concepto de «escritor modelo» esta subordinado en la Antigüedad al criterio gramatical de la corrección lingüística. Es tarea de la historia de las lenguas modernas el investigar cuándo y dónde penetró en la cultura moderna el término que Gelio emplea para un caso aislado. El que un concepto tan fundamental de nuestra cultura como es el de clasicismo, del que tanto se ha hablado y abusado, se remonte a un autor de la tardía latinidad, ya sólo conocido de los especialistas, es algo más que una simple curiosidad filológica; demuestra un hecho que ya hemos podido ver en muchas ocasiones: la importancia del azar en la historia de nuestra terminología literaria. (Curtius, 1989, p. 353)
En este sentido, junto al ya citado Melanchthon, otro de los humanistas que reavivan la metáfora de Gelio en el siglo XVI es el valenciano Luis Vives, concretamente dentro del XIII de sus Diálogos (publicados en Basilea el año de 1539), el titulado “La escuela”. Allí recurre a la denominación explícita de “clásicos” (eos quos classicos vos grammatici appellatis) para referirse a aquellos autores que se oponen a los considerados por los propios humanistas no sólo como “bajos” (proletarii), sino, además, “ínfimos” (capitecensi):
-Quos Auctores interpretantur?
-Nos eosdem omnes, sed ut quisque est peritia, et ingenio praeditus. Eruditissimi, et acerrimo judicio scriptores sibi sumunt optimos quosque, et eos quos classicos vos grammatici appellatis. Sunt qui ex ignorantia meliorum ad proletarios descendunt, atque etiam capitecensos. Ingrediamur, ostendam vobis publicam gymnasii huius bibliothecam. Haec est bibliotheca, quae ex magnorum virorum praecepto ad ortum aestivum spectat.
-Papae! quantum librorum, quantum bonorum auctorum, graeci, latini , oratores, poetae, historici, philosophi, theologi, et imagines auctorum.
-¿A qué autores comentan?
-No todos a los mismos, sino cada cual según le dicte la experiencia y talento; los más más doctos y de juicio más agudo toman para sí los mejores escritores (optimos) y a éstos son los que vosotros, los gramáticos, llamáis clásicos. Hay quienes por desconocimiento de los mejores se abajan a autores del montón e incluso de última fila (proletarios atque etiam capitecensos). Entremos, os voy a mostrar la biblioteca pública de este colegio. Ésta es la biblioteca, la cual siguiendo lo establecido por grandes hombres, mira hacia donde sale el sol en verano.
-¡Caramba! ¡Pero qué cantidad de libros, y de buenos autores, griegos y latinos, oradores, poetas, historiadores, filósofos, teólogos y también retratos de autores! (Luis Vives, XII. Schola, en Los Diálogos (Linguae Latinae Exercitario), trad. de García Ruiz, 2005, p. 241)
Merece la pena que releamos el texto de Luis Vives desde una triple perspectiva para poder apreciar mejor cómo se recrea el concepto de “clásico” en los incipientes tiempos modernos:[2]
(a) Estamos ante un claro uso metalingüístico del término classicus, pues se especifica que es utilizado precisamente por los grammatici dentro del contexto académico. Aunque no figure de manera gráfica, se trata de un uso entrecomillado y especial del término, que conserva todavía una clara conciencia del texto geliano, aunque, como señalaremos en la observación siguiente, el término ha ampliado ya su capacidad de designar a otros autores más allá de los latinos arcaicos. Por lo demás, ha desaparecido adsiduus, que hacía doblete con classicus en el texto de Gelio. El término llamado a triunfar para la posteridad es este segundo.
(b) El diálogo de Vives donde aparece el término classicus en cuestión tiene lugar mientras los personajes visitan una escuela y biblioteca ideales. Es la visita imaginaria la que sirve como pretexto para desgranar un rico acervo de ideas pedagógicas y literarias propias del humanismo, lo que convierte a los clásicos no sólo en los antiguos autores latinos, oradores y poetas, del uso originario, sino en quantum bonorum auctorum, Graeci, Latini, oratores, poetae, historici, philosophi y theologi. Por su parte, la categoría de los “proletarios” se extiende ahora a ciertos autores medievales:
-Hem, qui sunt illi abiecti in grande illa strue?
-Catholicon, Alexander, Hugutio, Papias, Sermonaria, Dialecticae et Physicae sophisticae. Hi sunt quos capitecensos nominabam.
-Immo capite diminutos.
-Eh, ¿quiénes son esos arrojados en aquel montón enorme?
-El Catolicón, Alejandro, Hugucio, Papias, los Sermonarios, las sofísticas, dialécticas y físicas. Estos son los que llamaba autores de última fila (capitecensi).
-Dirás mejor proscritos (capite diminutos).
Vives no se contenta con denominar a estos autores capitecensi, según el nombre que se daba a los más pobres en la clasificación de Servio Tulio, sino que amplía la denominación con un nuevo uso, el de capite diminuti, no exento de ironía.[3]
(c) Es también muy pertinente señalar cómo en la biblioteca aparecen los retratos de los mejores autores, lo que les confiere una doble condición, de una parte, como imagines y, de otra, como auctorum libri. Por lo demás, los retratos de los autores mantienen un animado diálogo que queda trascrito en los títulos situados junto a los propios retratos.
Desde este punto de vista, este uso de classicus conlleva aún la conciencia del sentido metafórico del término, lo que nos permite remitir a los autores a un lugar físico e ideal: los “clásicos” pueden ser los habitantes de rango más alto dentro de una ciudad o de una biblioteca, entendida ésta como ciudad de los libros. No obstante, ya en el propio texto de Vives encontramos también el germen de lo que será la localización dominante de los clásicos: la “escuela” y, más en particular, la “clase” o el aula (Melanchthon, en su uso del término classicus aplicado a Plutarco, se refería de manera explícita a ésta: certum est praelegere scholae nostrae). Esta circunstancia remotivará el uso de clásico, que dejará ya de relacionarse con la antigua classis de la vieja jerarquía social romana. Del sentido de “la clase de los mejores autores” se pasa a la idea de los “autores que se leen en clase”, los escolares, como categoría estética e independientemente de la época y la lengua en que se inscriban. El uso del término permanecerá tal cual hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando “clásico” dé un nuevo giro y adquiera una dimensión histórica, tanto para referirse a los mejores autores de una literatura, hecho que está muy en consonancia con la construcción de la categoría historiográfica de “Siglo de Oro”, como para designar, por antonomasia, a los autores grecolatinos[4]. Sin embargo, perdida ya de vista la vieja metáfora de Gelio, el concepto de “clásico” queda, por tanto, como un concepto ciego que se intenta remotivar a partir de otras asociaciones, en especial la de los estudiantes dispuestos ordenadamente en el aula.
[1] María Rosa Lida no está de acuerdo con Curtius en inferir del texto de Gelio que el criterio de selección de los autores sea la corrección lingüística: “Una cosa es recomendar un autor de primera clase para fijar la norma de corrección lingüística, y otra y muy distinta es erigir ésta en criterio de selección de autores.” (Lida de Malkiel, 1975, p. 331 n. 36).
[2] García Jurado, 2009, p. 151.
[3] “Con la fórmula capitis diminutio, se hacía referencia en el lenguaje jurídico romano a la pérdida de todos los bienes como castigo por una acción reprobable, castigo que conllevaba la servidumbre o la deportación, vid. Just. Inst. I,16,1. Es probable que Vives recordara el pasaje de Justiniano y añadiera a este juego de asociación de significados, común entre los humanistas, el de capite diminuti, “los desposeídos” con el valor de «(autores) carentes de ingenio alguno»”. (García Ruiz, 2005, p. 465).
[4] Para este proceso véase García Jurado, 2007, especialmente pp. 172-173: “El cambio más significativo se va a producir en el siglo XVIII, cuando «autores clásicos» pase a tener, entre sus posibilidades de designación, la capacidad de referirse al grupo de los autores grecolatinos por excelencia”.
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