Confinúa nuestro paseo por la historia del término "clásico" y hoy llegamos a la gran crisis de mediados del siglo XX, que Harry Levin, uno de los míticos comparatistas de Harvard (en la fotografía) definió muy bien invirtiendo los términos del propio Aulo Gelio: "proletarius, non classicus". La popularización de la cultura, la desjerarquización de los cánones y el auge de las nuevas culturas poscoloniales crean una nueva situación. En consecuencia, la "alta cultura" cede paulatinamente su puesto a la "cultura pop", los grandes clásicos, como Virgilio, se ven sometidos a una nivelación literaria desde abajo y la cultura europea comienza a ser cuestionada como la "cultura legítima" que puede explicar el resto de realidades del mundo. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
A lo largo de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX observamos que se publican algunas obras de gran alcance en torno a la reflexión del concepto de clásico y del sentido de la Tradición clásica en un nuevo contexto postcolonial donde cada vez se cuestiona más la legitimidad del legado cultural europeo. Tras la Segunda Guerra Mundial, en la década de los años ‘40 del siglo XX, no es casual que varios autores reivindiquen las raíces grecolatinas de la cultura europea, probablemente como consecuencia de la profunda crisis en la que ha entrado la que, desde Goethe, conocemos como “cultura burguesa”.[1] Cabe destacar un primer grupo formado por el romanista Ernst Robert Curtius, el clasicista Gilbert Highet y la hispanista Mª Rosa Lida de Malkiel. Curtius publica su Literatura europea y Edad Media Latina en 1948, pero los estudios que componen el libro habían comenzado a realizarse desde 1933, tiempos dominados por las barbaries totalitarias. La tesis fundamental del libro es “que la literatura europea es una unidad de sentido que va de Homero a Goethe y para cuyo conocimiento resultan esenciales las letras latinas medievales”.[2] El desarrollo de la tesis de Curtius pretende superar una compleja dicotomía que convirtió lo “clásico” en mero contrapunto de lo medieval mediante su unívoca identificación con lo antiguo y lo renacentista.[3] Un año después, en 1949, Gilbert Highet, clasicista de la Universidad de Columbia, publica su fundamental obra titulada The Classical Tradition. Greek and Roman Influences on western Literature, que supone el gran hito historiográfico para los estudios sobre la materia en la segunda mitad del siglo XX. Deben hacerse explícitas ciertas ideas que resultan fundamentales en la formulación de ambos autores: la defensa de una “Tradición clásica” amenazada por otras tradiciones, y la importancia que ésta tiene para la propia identidad de la así llamada “Literatura europea” o “western Literature”. Ambos libros, con las virtudes y defectos, en buena medida señalados por las imprescindibles reseñas críticas de Lida de Malkiel,[4] ofrecen ya una rica visión de la Tradición Clásica que contempla la convivencia de ésta con tradiciones y corrientes propiamente modernas.
En la década de los años 50, el clasicista Georg Luck (1958) y el ya citado Harry Levin (1957) hacen aportaciones muy interesantes en torno al asunto de los clásicos con motivo de un congreso celebrado el año 1956 en Indiana a cargo de la American Philological Association. En ambas aportaciones destaca el interés por volver a la primera fuente antigua donde se desarrolló la acuñación. Asimismo, en la última parte de su trabajo, dedicada a los cánones literarios, Levin[5] no puede obviar la crucial reflexión que acerca de la idea de clásico hizo el poeta y crítico T.S. Eliot en una importante conferencia impartida en 1944: “What is a Classic”. En ella, Eliot había escogido la Eneida de Virgilio como el paradigma de la obra clásica por excelencia, más allá del tiempo, pero también como reacción ante una profunda crisis populista[6] que hacía concluir al mismo Levin:
The invention of printing, which promised to stabilize literary form, accelerated the momentum of change. Another technological revolution confronts us today, no less far-reaching in its cultural impact. With the audio-visual, we face the very inversion of the classical: imprecise medium, ephemeral material, a rating dependent on the size of the audience. Our popular arts deliberately set a collective tone which is undistinguished rather than distinguished –proletarius, non classicus. (Levin, 1957, p. 53)
Uno de los aspectos más interesantes de esta reflexión está, precisamente, en la reformulación del texto geliano que encontramos al final, proletarius, non classicus, que actualiza y desmonta la jerarquización de Gelio a la luz de la moderna Historia de los movimientos sociales. La proletarización de los clásicos tendría que ver, ante todo, con las “popular arts” difundidas por los nuevos medios de comunicación, que terminarían dando al traste con aquella imagen aristocrática y elitista de los mejores autores como habitantes de una ciudad ideal. Esta sería, al menos en apariencia, el final de la metáfora fugaz de Gelio y Frontón, sepultada para siempre en la oscuridad de su reinterpretación y de los nuevos sentidos que fue adquiriendo el término “clásico” a lo largo de varios siglos de cultura europea, en principio frente a proletarius, luego frente a “romántico” y, finalmente, liquidado por el fenomeno antielitista de la popularización de las artes. En realidad, hasta los años ochenta del siglo XX no encontraremos una reformulación absolutamente nueva de “clásico”, que vendrá precisamente de la mano del escritor Italo Calvino.
[1] García Jurado, 2004.
[2] Rubio Tovar, 1997, p. 159.
[3] La “Tradición clásica” debería de esta manera englobar dentro de su estudio la transmisión de los autores griegos y latinos también durante la Edad Media (García Jurado, 2007, pp. 164-165).
[4] “Perduración de la literatura Antigua en Occidente (a propósito de Enst Robert Curtius, Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter)” (Lida de Malkiel, 1975, pp. 269-338) y “La tradición clásica en España” (Lida del Malkiel, 1975, pp. 339-397).
[5] Levin, 1957, p. 52.
[6] García Jurado, 2005, pp. 238-240.
FRANCISC GARCÍA JURADO HLGE
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