Los clásicos cotidianos, o la biblioteca personal
El escritor y ensayista italiano Italo Calvino propuso una brillante reconsideración de la idea de “clásico” que vino a arrojar nueva luz para poder entender algunas de las claves esenciales de la función de la buena literatura en nuestro mundo moderno tras el paso del Romanticismo, que puso todo su énfasis en lo nuevo y en la lucha por la originalidad, y tras el fenómeno de proletarización de las artes y la literatura expuesto por Harry Levin. Frente al planteamiento agonístico de los románticos, al que sucedió luego el de la lucha de clases (literarias), Calvino propone un concepto diferente y relajado de la idea de clásico que se aleja de los cánones y las convenciones para acercarse decididamente a un acto de elección personal. De entre los críticos que se han acercado a la noción de clásico propuesta por Calvino, creemos que es Nora Catelli quien mejor ha sabido captar el espíritu de esta nueva propuesta:
A diferencia de los románticos, Baudelaire, Borges o T.S. Eliot, Calvino no es un legislador; en la formación de ese marco tripartito (gusto, crítica y tradición) existe una carga de azar mayor que en la de aquéllos. Digamos que a los otros, en su mayoría, podemos pensarlos como poderosos agentes de la lucha agonista por la originalidad suprema, según la imagina Harold Bloom. Pero no a Calvino. (Catelli, 1995, p. 115)
Frente al carácter aristocrático de las primeras formulaciones de “clásico” y, asimismo, frente al carácter proletario de las últimas (en particular el proletarius, non classicus que formula Harry Levin), la postura de Calvino se decanta decididamente por la imagen de una biblioteca personal de lecturas ligadas a la vida.[1] Esta visión, que en otro lugar hemos etiquetado como la de los “clásicos cotidianos”,[2] encuentra en las literaturas modernas muchos y variados ejemplos previos a la propuesta de Calvino. La “Biblioteca personal Jorge Luis Borges”, publicada en Argentina y España durante los años ochenta del siglo XX, sería una ejemplo magnífico de esta actitud ante la lectura de los mejores autores. Parece, por tanto, que el autor ha sabido recoger, ante todo, una corriente de pensamiento ante los clásicos que ya es propia del siglo XX, en el contexto de una cultura postmoderna donde los cánones se han roto y los autores clásicos ya no suponen una convención heredada, sino una elección personal donde el azar también interviene. Una vez más, al igual que veíamos en Curtius, el azar se asocia a la idea de “clásico”. Es destacable que Calvino no haga ya ninguna reflexión etimológica ni histórica sobre el término (a diferencia de lo que hacía Harry Levin), y que los “clásicos” sean ahora autores (europeos y americanos) de todos tiempos, un verdadero viaje por el mundo, desde Homero a Cesare Pavese, pasando por un “clásico” muy importante para nuestro propósito: Plinio el Viejo, el autor de la Naturalis Historia. Desde un punto de vista de los cánones de la Literatura latina como tal, resulta curioso que Calvino no opte por autores como Virgilio u Horacio, que serían los clásicos latinos por excelencia. En lugar de ellos Calvino se decanta por el poeta Ovidio y, sobre todo, sorprende su elección de Plinio el Viejo.[3] Esta elección, sin embargo, no obedece a razones puramente personales o fortuitas, pues es muy significativo que en ella coincida precisamente con Jorge Luis Borges, cuya admiración por este autor latino ha dejado muchas huellas notables en sus ficciones.[4] Sin ir más lejos, el conocido cuento “Funes el Memorioso”, compuesto por Borges, supone un paradigma en este sentido, pues gira en torno a un texto de Plinio el Viejo sobre la memoria que ha sido tomado del libro VII de la Naturalis Historia. A este mismo libro VII, dedicado al ser humano, se refiere el propio Calvino en Por qué leer los clásicos, y le confiere tintes dramáticos ante la fragilidad de la naturaleza humana que en él se expone:
De todo esto surge una idea dramática de la naturaleza humana como algo precario, inseguro: la forma y el destino del hombre penden de un hilo. (Calvino, 1995, p. 50)
De esta forma, encontramos una clara conciencia por parte de Italo Calvino del inmenso potencial literario que tienen los textos de Plinio el Viejo, convertido ya en uno de sus clásicos personales, junto a otros autores de la Antigüedad como Homero, Jenofonte y Ovidio. Curiosamente, Calvino elige entre sus clásicos tanto a Plinio el Viejo como a Jorge Luis Borges, no en vano éste segundo lector del primero y exponente de una compleja tradición, antigua y moderna, de relectura de antiguos textos eruditos que refieren asuntos maravillosos en clave de relato fantástico. En este juego complejo de autores que son también lectores, podríamos incluir, igualmente, a Aulo Gelio en calidad de lector de Plinio el Viejo, hecho que lo sitúa, asimismo, en la compleja tradición de lectores eruditos y curiosos. Habida cuenta de este hecho, y de que Gelio ha sido el primer formulador de la idea literaria de “clásico” y Calvino viene a ser su epígono, cabe preguntarse si puede tenderse alguna continuidad, por sutil que ésta sea, entre Aulo Gelio e Italo Calvino. Cabe comparar las definiciones que uno y otro hacen al respecto en torno a la propia idea de clásico. De las 14 definiciones que da Calvino acerca de los clásicos, la undécima y la duodécima resultan muy pertinentes para llevar a cabo esta comparación:
11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
Creo que no necesito justificarme si empleo el término “clásico” sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultural. Podríamos decir:
12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce en seguida su lugar en la genealogía.
Al llegar a este punto no puedo seguir aplazando el problema decisivo que es el de cómo relacionar la lectura de los clásicos con todas las otras lecturas que no son de clásicos. (...) (Calvino, 1995, pp. 17-18)
Frente a Gelio, que definía al clásico como antiguo y solvente con respecto a la corrección gramatical, la idea de Calvino borra los “distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad”. Sin embargo, añade un rasgo que va a resultar muy oportuno para terminar encontrando una sorprendente coincidencia entre ambos autores, como es la pertenencia de tales clásicos a “una continuidad cultural”. Es ahí, precisamente, donde Calvino recoge la moderna reflexión sobre la idea de Tradición literaria, a menudo tan amenaza y discutida. Veremos ahora cómo, acaso por azar, vamos a encontrarnos ante una singular coincidencia entre Gelio y Calvino: la imagen de Plauto en la ciudad de los clásicos.
El escritor y ensayista italiano Italo Calvino propuso una brillante reconsideración de la idea de “clásico” que vino a arrojar nueva luz para poder entender algunas de las claves esenciales de la función de la buena literatura en nuestro mundo moderno tras el paso del Romanticismo, que puso todo su énfasis en lo nuevo y en la lucha por la originalidad, y tras el fenómeno de proletarización de las artes y la literatura expuesto por Harry Levin. Frente al planteamiento agonístico de los románticos, al que sucedió luego el de la lucha de clases (literarias), Calvino propone un concepto diferente y relajado de la idea de clásico que se aleja de los cánones y las convenciones para acercarse decididamente a un acto de elección personal. De entre los críticos que se han acercado a la noción de clásico propuesta por Calvino, creemos que es Nora Catelli quien mejor ha sabido captar el espíritu de esta nueva propuesta:
A diferencia de los románticos, Baudelaire, Borges o T.S. Eliot, Calvino no es un legislador; en la formación de ese marco tripartito (gusto, crítica y tradición) existe una carga de azar mayor que en la de aquéllos. Digamos que a los otros, en su mayoría, podemos pensarlos como poderosos agentes de la lucha agonista por la originalidad suprema, según la imagina Harold Bloom. Pero no a Calvino. (Catelli, 1995, p. 115)
Frente al carácter aristocrático de las primeras formulaciones de “clásico” y, asimismo, frente al carácter proletario de las últimas (en particular el proletarius, non classicus que formula Harry Levin), la postura de Calvino se decanta decididamente por la imagen de una biblioteca personal de lecturas ligadas a la vida.[1] Esta visión, que en otro lugar hemos etiquetado como la de los “clásicos cotidianos”,[2] encuentra en las literaturas modernas muchos y variados ejemplos previos a la propuesta de Calvino. La “Biblioteca personal Jorge Luis Borges”, publicada en Argentina y España durante los años ochenta del siglo XX, sería una ejemplo magnífico de esta actitud ante la lectura de los mejores autores. Parece, por tanto, que el autor ha sabido recoger, ante todo, una corriente de pensamiento ante los clásicos que ya es propia del siglo XX, en el contexto de una cultura postmoderna donde los cánones se han roto y los autores clásicos ya no suponen una convención heredada, sino una elección personal donde el azar también interviene. Una vez más, al igual que veíamos en Curtius, el azar se asocia a la idea de “clásico”. Es destacable que Calvino no haga ya ninguna reflexión etimológica ni histórica sobre el término (a diferencia de lo que hacía Harry Levin), y que los “clásicos” sean ahora autores (europeos y americanos) de todos tiempos, un verdadero viaje por el mundo, desde Homero a Cesare Pavese, pasando por un “clásico” muy importante para nuestro propósito: Plinio el Viejo, el autor de la Naturalis Historia. Desde un punto de vista de los cánones de la Literatura latina como tal, resulta curioso que Calvino no opte por autores como Virgilio u Horacio, que serían los clásicos latinos por excelencia. En lugar de ellos Calvino se decanta por el poeta Ovidio y, sobre todo, sorprende su elección de Plinio el Viejo.[3] Esta elección, sin embargo, no obedece a razones puramente personales o fortuitas, pues es muy significativo que en ella coincida precisamente con Jorge Luis Borges, cuya admiración por este autor latino ha dejado muchas huellas notables en sus ficciones.[4] Sin ir más lejos, el conocido cuento “Funes el Memorioso”, compuesto por Borges, supone un paradigma en este sentido, pues gira en torno a un texto de Plinio el Viejo sobre la memoria que ha sido tomado del libro VII de la Naturalis Historia. A este mismo libro VII, dedicado al ser humano, se refiere el propio Calvino en Por qué leer los clásicos, y le confiere tintes dramáticos ante la fragilidad de la naturaleza humana que en él se expone:
De todo esto surge una idea dramática de la naturaleza humana como algo precario, inseguro: la forma y el destino del hombre penden de un hilo. (Calvino, 1995, p. 50)
De esta forma, encontramos una clara conciencia por parte de Italo Calvino del inmenso potencial literario que tienen los textos de Plinio el Viejo, convertido ya en uno de sus clásicos personales, junto a otros autores de la Antigüedad como Homero, Jenofonte y Ovidio. Curiosamente, Calvino elige entre sus clásicos tanto a Plinio el Viejo como a Jorge Luis Borges, no en vano éste segundo lector del primero y exponente de una compleja tradición, antigua y moderna, de relectura de antiguos textos eruditos que refieren asuntos maravillosos en clave de relato fantástico. En este juego complejo de autores que son también lectores, podríamos incluir, igualmente, a Aulo Gelio en calidad de lector de Plinio el Viejo, hecho que lo sitúa, asimismo, en la compleja tradición de lectores eruditos y curiosos. Habida cuenta de este hecho, y de que Gelio ha sido el primer formulador de la idea literaria de “clásico” y Calvino viene a ser su epígono, cabe preguntarse si puede tenderse alguna continuidad, por sutil que ésta sea, entre Aulo Gelio e Italo Calvino. Cabe comparar las definiciones que uno y otro hacen al respecto en torno a la propia idea de clásico. De las 14 definiciones que da Calvino acerca de los clásicos, la undécima y la duodécima resultan muy pertinentes para llevar a cabo esta comparación:
11. Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
Creo que no necesito justificarme si empleo el término “clásico” sin hacer distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad. Lo que para mí distingue al clásico es tal vez sólo un efecto de resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en una continuidad cultural. Podríamos decir:
12. Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél, reconoce en seguida su lugar en la genealogía.
Al llegar a este punto no puedo seguir aplazando el problema decisivo que es el de cómo relacionar la lectura de los clásicos con todas las otras lecturas que no son de clásicos. (...) (Calvino, 1995, pp. 17-18)
Frente a Gelio, que definía al clásico como antiguo y solvente con respecto a la corrección gramatical, la idea de Calvino borra los “distingos de antigüedad, de estilo, de autoridad”. Sin embargo, añade un rasgo que va a resultar muy oportuno para terminar encontrando una sorprendente coincidencia entre ambos autores, como es la pertenencia de tales clásicos a “una continuidad cultural”. Es ahí, precisamente, donde Calvino recoge la moderna reflexión sobre la idea de Tradición literaria, a menudo tan amenaza y discutida. Veremos ahora cómo, acaso por azar, vamos a encontrarnos ante una singular coincidencia entre Gelio y Calvino: la imagen de Plauto en la ciudad de los clásicos.
FRANCISCO GARCÍA JURADO
[1] Así lo expresa el propio autor: “Hoy una educación clásica como la del joven Leopardi es impensable, y la biblioteca del conde Monaldo, sobre todo, ha estallado. Los viejos títulos han sido diezmados pero los novísimos se han multiplicado proliferando en todas las literaturas y culturas modernas. No queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimientos ocasionales.” (Calvino, 1995, p.19).
[2] García Jurado, 2002-2003.
[3] Sería, en palabras de Castro de Castro (2010, p. 9), uno de los “clásicos de segunda” o de los “otros clásicos”, de la misma forma que otros autores de la Antigüedad, como Suetonio o Aulo Gelio.
[4] Cf. García Jurado, 2007b.
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