En su necrología (1892) sobre el maestro Alfredo Adolfo Camús, «Clarín» nos refiere una anécdota que él mismo vivió el primer día que llegó a la cátedra donde suponía que impartía su clase el propio Camús. «Clarín» esperaba encontrarse con un anciano que estaría enseñando literatura latina, pero quien estaba en ese momento en la cátedra era un joven moreno que impartía metafísica. Como pudo saber luego, se había producido un cambio de hora entre la clase de Camús con la de Urbano González Serrano, entonces ayudante de la Cátedra de Metafísica de Nicolás Salmerón, de manera que cuando «Clarín» entró en la clase por vez primera, en lugar del viejo latinista encontró a un joven pensador meridional que transmitía las nuevas ideas de una filosofía venida de Alemania . POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Esta anécdota, contada por otra persona que no fuera «Clarín», quizá podría haber sido utilizada de manera demagógica como la alegoría de una juventud dedicada al nuevo pensamiento filosófico frente a un ancianidad caduca dedicada a la enseñanza del latín. Pero nada más lejos de esto. «Clarín», de hecho, ve a Camús como una persona que utiliza de manera natural la nueva pedagogía del entusiasmo, no lejana a los presupuestos educativos del krausismo. Este planteamiento, dadas las muchas lagunas que tenemos con respecto al pensamiento de Camús, nos hace pensar en la relación que este profesor pudo tener con los propios krausistas ya en la misma universidad. Sabemos que tenía buenas relaciones con Nicolás Salmerón, quien, de hecho, asistiría años después a su entierro, y su ausencia en la toma de posesión como catedrático de Menéndez Pelayo, sin entrar ahora en el trasfondo político de aquel episodio, es un indicio más que suficiente de la postura que Camús adoptó en ese delicado momento . Podemos decir que si bien Camús es hijo del pensamiento francés, su relación con el krausismo oficial y universitario no debió de ser hostil, a diferencia de lo que ocurrió con Menéndez Pelayo ya desde su época de estudiante en la misma Universidad Central. En definitiva, «Clarín» nos presenta a Camús como ejemplo de docente que ha sido capaz de salvar con creces, gracias a su entusiasmo, el esperable desinterés de los estudiantes de derecho que acuden por obligación gubernamental a su cátedra de literatura latina sin saber nada de latín. Leamos uno de los pasajes más emotivos de la necrología:
"Y Camus se entusiasmaba; (...) y era elocuente desde luego aquel amor por lo clásico, a lo griego, que se manifestaba en sus gestos, en el timbre de su voz, en el calor que le enrojecía el rostro, mientras maldecía de los pícaros romancistas y elogiaba con ditirambo perpetuo a cuantos, desde el Renacimiento acá, supieron comprender y sentir de veras el quid divinum del arte helénico. (...) Si hubiera muchos Camus, las dulces humanidades no correrían en España a la fatal ruina a que se precipitan. La famosa cuestión del latín tiene para mí estas dos diferentes soluciones condicionales. Las letras clásicas explicadas por maestros como don Alfredo Adolfo Camus, a nadie le sobran: las letras clásicas explicadas por los pedantes, por el vulgo del profesorado mecánico, no sirven para nada." (Leopoldo Alas «Clarín», “Camus”, en Ensayos y revistas 1888-1892, Madrid, Manuel Fernández y Lasanta, 1892, pp. 5-26).
La necrología sobre Camús puede considerarse, en este sentido, como un ensayo acerca de la filosofía de la educación. Camús, por lo demás, no es un profesor fanático de su disciplina, sino una persona capaz de darse cuenta de que el humanismo cerrado y caduco no conduce a ninguna parte. Llama, asimismo, la atención, el hecho de que «Clarín» culpe del declive de las humanidades clásicas a los profesores que califica de “pedantes” y de “profesorado mecánico”. Este pequeño detalle podría pasar desapercibido si no pusiéramos en contraste el testimonio de «Clarín» con el de Menéndez Pelayo, pues la pedagogía natural, de inspiración krausista, que «Clarín» atribuye a Alfredo Adolfo Camús es la que en el testimonio de Menéndez Pelayo se convierte, precisamente, en el verdugo de su educación, merced a las “dosis cada vez más homeopáticas” de conocimiento que se da a los alumnos, como podemos leer en uno de los párrafos más encendidos de la necrología:
“En 1845, fecha de la memorable transformación de nuestros estudios, faltaban manuales de muchas artes y ciencias, y Camús y otros profesores, entonces novísimos, acudieron a llenar este vacío, ajustándose a los programas que de Francia había importado Gil y Zárate. (...) Mucho más importantes y originales, aunque no bastante conocidos, son sus estudios como humanista. Además de la Synopsis de sus lecciones, impresa en 1850, puede y debe citarse la extensa y bien ordenada colección de clásicos latinos y castellanos, en cinco volúmenes, que, por encargo del Gobierno, formó en 1849, asociado con otro eminente profesor de esta Universidad y memorable historiador de nuestras letras en la Edad Media, D. José Amador de los Ríos; obra que, por la riqueza de su contenido, por lo vario y ameno de los textos, por la integridad con que se presentan, por las doctas ilustraciones que los acompañan, por el buen gusto y la amplitud de criterio con que la selección fue hecha, y por el carácter histórico-crítico que sus autores la dieron, traspasa los límites de una vulgar antología y llega a ser una pequeña biblioteca, que ojalá hubiera sido compañera inseparable de cuantos han pisado desde entonces nuestras aulas de letras humanas. Fue aquel un grande esfuerzo, y no sé si bastante agradecido, y de generaciones formadas por aquel método, algo y aun mucho hubiera podido esperarse; pero la rutina venció, como tantas otras veces, al buen celo, y sepultó en olvido, al cabo de pocos años, la colección de Camús y de Amador, por el capital e imperdonable defecto de ser demasiado buena, sustituyéndola con dosis cada vez más homeopáticas, útiles tan sólo par mantener la ignorancia y la desidia, hasta que totalmente acabe de borrarse en España todo vestigio de latinidad.” (Marcelino Menéndez Pelayo, Discurso leído en la Universidad Central en la solemne inauguración del curso académico de 1889 a 1890, sobre La vicisitudes de la Filosofía platónica en España, en Obras Completas de Menéndez Pelayo (Edición Nacional) Vol, XLIII, Ensayos de crítica filosófica, Santander, Aldus, 1948, pp. 9-115)
De esta nueva consideración acerca de la enseñanza de las humanidades se desprende, además, una visión diferente del mundo clásico, pues mientras en «Clarín» éste tiene que ponerse necesariamente en función del mundo moderno, en Menéndez Pelayo encontramos una visión absoluta y nostálgica. Asimismo, apartándose de lo que decía «Clarín», Menéndez Pelayo ve en las instituciones gubernamentales a los culpables reales de la ruina de la letras clásicas.
De esta forma, «Clarín» y Menéndez Pelayo consideran desde posturas ideológicas bien diferentes las causas de la ruina de las humanidades, y éste último pasa por alto cualquier dato, por anecdótico que sea, que ponga en relación a Camús con las corrientes liberales de su tiempo. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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