Sabido es que Borges concedió muchas entrevistas durante la etapa final de su vida, como aquellas ya míticas de Joaquín Soler Serrano en 1976 y 1980. Como era de esperar, en ellas se repetían juicios críticos, recuerdos y afinidades. No obstante, de vez en cuando aparecía algún llamativo aserto típicamente borgiano que alteraba esa rutina de las ideas repetidas (en la fotografía, la placa que conmemora en Ginebra la muerte de Borges. Fotografía de F. García Jurado) POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE.
Precisamente, en una entrevista concedida sólo un año antes de su fallecimiento a José-Miguel Ullán, Borges volvía a hablar sobre su conocida aversión a los comunistas, precisamente en relación con las importancia de las lenguas clásicas:
“-¿Le sigue preocupando el comunismo?
-Está en la Universidad. Los comunistas han encontrado una trampa. Dicen que el estudiante puede optar por el griego, el latín, el inglés, el italiano, el ruso, el alemán... Eso quiere decir, ni más ni menos, que el estudiante puede prescindir del latín y del griego. Se trata, en consecuencia, de una opción falsa. Esa opción está hecha para matar las humanidades. Optar por quiere decir realmente prescindir de. Si el estudiante puede recibirse de doctor en Letras sin conocer las lenguas básicas, eso tiene un nombre: incitación a la pereza” (José-Miguel Ullán, “El olor de los tigres (entrevista con Jorge Luis Borges”, Culturas. Suplemento semanal de Diario 16, nº 10, 16 de junio de 1985)
Tales asertos, en apariencia improvisados e ingeniosos, que ponen en relación a los comunistas con la optatividad de las lenguas clásicas no se deben exclusivamente a Borges, sino que pueden situarse dentro de una larga y compleja tradición cultural europea. A este respecto, resulta significativa, y va mucho más allá de lo casual, la defensa, a menudo apasionada, que algunos de los grandes autores del siglo XX hacen de las humanidades clásicas como parte fundamental de la propia cultura europea. Ésta, definida en clave de cultura burguesa, o aquella que entiende aún lícitamente las categorías de su cultura como universales, tiene su comienzo propiamente dicho después de la Revolución Francesa y continúa vigente como representación cultural por antonomasia hasta bien pasada la Segunda Guerra Mundial, momento en el que se van a ir constituyendo nuevas formas alternativas de interpretación del mundo que vienen definidas por las etiquetas genéricas de poscolonialismo y estudios culturales, entre otros .
Por lo demás, el concepto de cultura europea u occidental, ligado estrechamente al de cultura burguesa, ha desarrollado una manera de entender la propia realidad europea y mundial desde una cultura post-ilustrada que se caracteriza, entre otras posibles cosas, por el historicismo o el distanciamiento intelectual de aquello que se lee o interpreta . Era esta manera de interpretar lo propio la que se consideraba como válida o legítima también para interpretar el resto de realidades. Asimismo, esta cultura burguesa ha configurado un canon literario y una manera propia de entender la literatura, cuya manifestación más representativa es la novela burguesa. Tan ligadas están la cultura y la novela burguesas que, en realidad, la definición de la primera puede aplicarse a la segunda. En un interesante trabajo acerca de los trasiegos del héroe antiguo y el héroe moderno, Rubén Florio (1998,) recoge una certera observación de Carlos Fuentes sobre Thomas Mann, en la que consideraba a éste como el autor culminante de esta novela burguesa europea, por el hecho de entender aún “lícitamente” las categorías de su cultura como universales. Esta observación puede completarse con otra de Hans Mayer al respecto, que considera a Mann un “punto crítico” y ve, a su vez, las afinidades de éste con Goethe en cuanto a la conciencia que ambos tienen de su lugar en la Historia .
Goethe y Mann pueden representar, respectivamente, los comienzos de la literatura burguesa propiamente dicha y el final de su periodo dorado. Asimismo, ambos autores son exponentes de la íntima relación que esa cultura burguesa moderna tiene con la cultura clásica grecolatina. Sin embargo, no es Thomas Mann el único autor europeo del siglo XX que ilustra este peso específico que la cultura clásica ha tenido en el desarrollo de la cultura burguesa. Junto a Mann puede ponerse a otros destacados autores, como es el caso de T.S. Eliot. Para ambos, hay un poeta latino que encarna las virtudes y la tragedia de los clásicos en el mundo moderno: Virgilio. Para ambos la cultura clásica está íntimamente ligada con la cultura burguesa, frente a los peligros del “alba proletaria” (Mann) o el “radicalismo” (Eliot). Es aquí, pues, donde debemos incardinar las ideas borgianas acerca de la educación clásica y los comunistas. El asunto es, a todas luces, extremadamente complejo y no invita, precisamente, a la parcialidad, dado que cae en los terrenos de la actual incorrección política. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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