Ahora que preparo una charla sobre "La metamorfosis de la tradición clásica", destinada a un curso que se celebrará en la Universidad de Zaragoza, acuden a mi memoria muchos recuerdos de lecturas que, sobre todo, he vivido intensamente. Una de ellas es la del ensayo de T.S. Eliot titulado "La tradición y el talento individual", que tuve el placer de leer en una pradera londinense. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Era el verano de 2003, y recuerdo que era un verano muy seco incluso para Inglaterra. En el mes de junio había estado en Bolonia, en un congreso, donde el calor era todavía más agobiante, así como en Atenas, ya en el mes de julio, donde el sofoco nos obligaba a pasear por la noche, disfrutando de las cervezas frías que vendían en los quioscos callejeros. Ya en agosto, Londres era, inusitadamente, un lugar bastante cálido donde algunas praderas comenzaban a tornarse amarillas. Era uno de los primeros viajes que hacíamos María José y yo, en circunstancias que ya iban marcando los senderos de una nueva vida. Recuerdo cómo cerca de Hyde Park ella encontró (o "supo hallar", tal como he escrito en una dedicatoria), la exquisita segunda edición de los ensayos de T.S. Eliot, publicados por su misma editorial, la Faber & Faber, cuya vieja sede en Russell Square todavía recuerda un placa (la que aparece sobre mí, en la fotografía). Aquel libro, que sólo costó 5 libras, me abrió los ojos a nuevas formas de entender los estudios sobre tradición literaria, pues en él se expone una curiosa teoría que invierte la perspectiva desde el presente hasta el pasado. María José marchó a visitar Westminster y yo me quedé plácidamente tumbado en una pradera, pensando, como el mismo Eliot, que los tiempos pasado y presente están tal vez en el futuro. Mi lectura del primer ensayo, el relativo a la tradición y el talento individual, me llevó en exquisito inglés al párrafo que ahora traduzco:
"Ningún poeta ni artista adquiere su sentido completo
aisladamente. Su significado y su reconocimiento no es otro que el
reconocimiento de su relación con los poetas y artistas muertos. No se le puede
juzgar en solitario, hay que situarlo, merced al contraste y la comparación,
entre los muertos. Formulo este aserto como un principio de crítica estética y
no meramente histórica. La dependencia que conformará, a la que se adscribirá,
no tiene un único sentido; lo que ocurre cuando se crea una nueva obra de arte es
algo que afecta de manera simultánea a todas las obras de arte que la preceden.
Los monumentos existentes configuran un orden ideal entre ellos que resulta
alterado por la inserción en ese conjunto de una obra nueva (nos referimos a la
que sea realmente novedosa). El orden existente es completo antes de que la
nueva obra llegue; pero para que persista el equilibrio tras la llegada de la
novedad, todo ese orden existente debe alterarse siquiera un poco; de esta
forma se reajustan las relaciones, proporciones y valores de cada obra de arte
con respecto al conjunto; y esta no es otra que la conformidad entre lo viejo y
lo nuevo. Cualquiera que ratifique esta idea del orden, de la configuración de
la literatura europea, de la inglesa, no encontrará ilógico que el pasado tenga
que ser alterado por el presente tanto como el presente viene influido,
asimismo, por el pasado. Y el poeta que esté al tanto de esto será consciente
de sus grandes dificultades y responsabilidades."
Estas ideas, confrontadas luego con Borges y su teoría de los precursores de Kafka, dieron lugar a mi ensayo "Borges, autor de la Eneida", donde Borges habría alterado para siempre nuestra propia visión de Virgilio. El futuro estaba ya implícito en aquel pasado, y mi presente ahora los contempla con nostalgia. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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