El visitante desprevenido que llegue al Museo de Aquitania, en Burdeos, quizá se sorprenda ante la presencia de una tumba ilustre que se puede encontrar en las salas dedicadas al siglo XVI. Se trata, nada menos, que de la tumba de Michel de Montaigne, vestido de caballero para su encuentro con la eternidad. ¿Por qué la tumba de tan insigne escritor ha pasado a convertirse en pieza de museo? En realidad, porque el mundo, al menos parte del mundo que él conoció, se ha ido volviendo laico al cabo de los siglos, tras su muerte. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE (FOTOGRAFÍA DE MARÍA JOSÉ BARRIOS CASTRO)
Cuando en 1592 fallece Montaigne, alguien de su familia encarga que se le haga una tumba digna de un gran señor. Así es como vemos, inusitadamente a Montaigne, vestido con armadura, y tan lejano a la impronta que nos dejan otras estatuas suyas, como la de París o Burdeos. El destino de la tumba va a ser el convento de Feuillants, en la ciudad de Burdeos. La gloria del enterrado ha sido, por lo que parece, más indeleble que la del convento que lo acogió, ya que a finales del siglo XIX terminó constuyéndose sobre su ruinas la Facultad de Letras y Ciencias de Burdeos. Montaigne vio entonces cómo su eterno descanso quedaba convertido en un constante trasiego de jóvenes estudiantes que no eran capaces de reconocer en aquel rancio caballero yacente al autor de los Ensayos. Como el destino nunca se cansa de gastarnos sus bromas, la Facultad pasó a ser con el tiempo el Museo de Arqueología, ahora Museo de Aquitania, donde los estudiantes se han trocado por los visitantes escolares y los turistas. Hoy día podemos encontrarnos con la tumba de Montaigne en las salas dedicadas al Burdeos del siglo XVI, donde, si bien ha perdido la dignidad del enterramiento religioso, ha ganado al menos la posibilidad de quedar situado correctamente en un tiempo y un espacio que el mundo laico del siglo XIX convirtió en eso que friamente llamanos historia. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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