A María José le han traído los reyes un libro electrónico, o un “e-book”, como se dice normalmente entre los cursis. Me cuesta, lo confieso, sentir que estoy ante un libro cuando sostengo entre mis manos este pequeño artificio. Pero algo que esta mañana ha ocurrido, apenas hace unos minutos, me ha devuelto la felicidad, pues dentro del libro aparecía un bello recuerdo. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
El libro electrónico no deja de ser un nuevo soporte para que las editoriales lancen sus nuevos productos. La diferencia está en que ahora pagamos por bites en lugar de por gramos de hoja impresa. Esto ya lo sentimos aquellos que todavía en los años 80 del siglo XX comprábamos los famosos LPs, en mi caso de música antigua. Aquello era un acto casi reverencial, y jamás olvidaré las portadas y las carpetillas interiores. De esta forma, a menudo la compra nos regalaba, además, bellas horas de lectura, una vez en casa. Gracias a uno de esos grandes LPs, en particular de canciones de Mahler, pude leer en su lengua original las canciones del compañero errante. Después pasamos al CD, más pequeño, y ya exponente de una nueva etapa de la vida, lejana a la adolescencia, que me hizo cambiar mi relación con la música. Finalmente, escucho música por internet, lo que me ha hecho perder la sensación festiva de poner un disco, de dedicar un tiempo específico a la magia de la música. Intuyo que con el libro electrónico va a pasar algo parecido. Esto de no poder ojear u hojear el libro, de no sentir su grosor, su olor, me desanima bastante a utilizarlo. Hace tiempo que me he acostumbrado a utilizar los pdfs de google books, sin los cuales mi obra de catalogación de manuales habría sido impensable, pero esto comporta unos intereses científicos y profesionales que se apartan bastante del placer de la mera lectura. El caso es que el libro electrónico de María José lleva grabada una “biblioteca” que viene de fábrica. Naturalmente, se trata de lo que los editores llaman los “clásicos”, es decir, esos autores que ya no precisan derechos de autor, y que pueden difundirse con mayor libertad que los vivos. Hay un verdadero popurrí de obras fundamentales, desde Platón u Homero a Chesterton o Ganivet. Intuyo que buena parte de los usuarios potenciales de este libro electrónico no tendrán mayor interés en recorrer esta antología básica, pero un tanto circunstancial, de autores que ya no se leen salvo por razones académicas. La cultura de masas está creando nuevos “clásicos” cuya pervivencia, seguramente, no durará más de un década, y esto pensando de manera optimista. Pues bien, entre los autores antiguos que aparecen en la antología hemos encontrado a Menéndez Pelayo. Tuve la curiosidad de sabe qué obra aparecía bajo este nombre: se trata de los Ensayos de crítica filosófica. Este libro se abre, lo recordaba muy bien, con una preciosa evocación al maestro Alfredo Adolfo Camús, que acababa de fallecer precisamente en 1889. Menéndez Pelayo dice cosas tan emotivas como las siguientes: “El menos anciano de estos ilustres varones fue el primero en abandonarnos. Maestro igual de literatura clásica ¿cuándo volveremos a verle en España? Los antiguos hubieran dicho que las Gracias habían hecho morada en su alma, y que la dulce Persuasión habitaba en sus labios. Espíritu genial, inundado de luz y de regocijo interior, que se transmitía a cada una de sus palabras, había convertido la enseñanza en fiesta perpetua del ingenio y de la fantasía, en evocación perenne de risueñas imágenes, que nos traían nuevas de otro mundo ideal y sereno, donde ni las mismas espinas punzaban, donde los mismos monstruos eran hermosos. ¡Cuánto tendrán que envidiarnos los que no le oyeron, porque sólo una pequeñísima parte de su ingenio ha pasado a sus escritos, y aun éstos son tan breves, tan escasos y dispersos, que la posteridad será notoriamente injusta si tan sólo por ellos pronuncia su fallo!”. De repente me he olvidado de que estaba leyendo en un libro electrónico. De repente María José ha sonreído y ha reconocido también ella a un viejo amigo, al autor al que hemos dedicado alguno de nuestros más hermosos trabajos, y en el que seguiremos trabajando, ahora gracias al hallazgo de obras nuevas que los recursos electrónicos nos han permitido encontrar. Camús, nuestro Alfredo Adolfo, que nos mira risueño y escéptico desde el cielo, ha servido de puente involuntario desde las viejas páginas del siglo XIX hasta la moderna pantalla del libro electrónico. Quizá sea este el profundo sentido de los cambios. FRANCISCO GARCÍA JURADO
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