Para empezar, no estamos ante la obra de un mero compilador, que es la lectura que, por descuido, se nos ha dado. Especialistas tan reputados como Franco Cavazza salen al paso de este difundido juicio en su propia edición de Gelio[1]. En Gelio aparecen, muy al contrario, interesantes juicios filosóficos, de crítica literaria, selectos comentarios sobre el lenguaje y, por enumerar sólo uno más de los aspectos posibles de su obra, logradas dramatizaciones en las que algunos de sus queridos maestros, como Tauro y Favorino, han quedado retratados mediante el hábil ejercicio de la trascripción y traducción al latín de su palabra viva. Esta lectura detenida y, sobre todo, en sí misma de las Noches áticas ofrece también la más rica fuente de datos sobre el propio autor, vitalmente implicado en su miscelánea[2]. Además de lo que los biógrafos denominan “historia externa”, a saber, aquellos datos que constituyen los aspectos más objetivos de su vida, como la estancia o estancias en Grecia y su carrera jurídica en Roma, se da la posibilidad, más arriesgada, de reconstruir algunos retazos subjetivos de la propia “historia interna” del autor, como puede ser la de sus motivaciones y sentimientos. Pongamos un ejemplo: en el cuarto capítulo del libro noveno, Gelio nos cuenta que, a su vuelta de Grecia, y nada más arribar al puerto de Brindis, vio que allí había unos volúmenes en venta. Al instante se acercó hasta ellos. Es una ocasión casi única para apreciar su pasión por los libros y su innata curiosidad, más allá de cualquier fatiga. Pongámonos en su piel: tras una larga y, por lo que él mismo nos cuenta (Gel., XIX 1), penosa travesía desde Grecia, un hombre fatigado que desciende de un barco para descansar y pasear por el famoso puerto acude presto y sin pensárselo dos veces a la llamada tentadora de unos libros griegos. Este es Gelio y quizá, de manera imprevista, estemos ante uno de sus más vivos retratos, más allá de los modelos literarios en los que pudo inspirarse[3]. Esta posibilidad de lectura, tan lejana a la que nos tienen acostumbrados, nos brinda la oportunidad de entrever en las Noches áticas la nostalgia que Gelio siente por una época de su vida pasada felizmente en la campiña ática. No le es posible a Gelio -la retórica del siglo II, entre otras cosas, se lo impide- expresar de manera explícita tal nostalgia. FRANCISCO GARCÍA JURADO
[1] El siguiente texto ilustra perfectamente sobre lo que decimos: “(...) inoltre le Notti Attiche paiono essere un’opera di mera compilazione, puro frutto delle fonti de’autore (quante e quali? Il problema è complesso e vi accenneremo), di cui Gellio è semplice trascrittore, quasi confusionario accumulatore di dati e citazioni senza vaglio critico. Ma secondo noi la cosa non è del tutto così” (Aulo Gellio, Le Notti Attiche. Introduzione, testo latino, traduzione e note di Franco Cavazza, Bologna 1985, pp. 13-14). De hecho, desde la formulación que R. Marache hizo acerca del “humanismo geliano” ha surgido una innovadora línea de estudios tendente a configurar los mundos que aparecen en las Noches Áticas. Véase a este respecto la siguiente obra de conjunto: L. Holford-Strevens y A. Vardi (eds.), The worlds of Aulus Gellius, Oxford 2004.
[2] Así lo señala G. Anderson en su ameno y documentado trabajo “Aulus Gellius: A Miscellanist and his World”, Aufstieg und Niedergang der Römischen Welt. Teil II. Principat. Band 34, Berlin-New York 1994, pp. 1836-1837.
[3] Gelio se inspiró para este capítulo en el libro VII de la Historia Natural de Plinio el Viejo. Por nuestra parte, hemos detectado, asimismo, ecos de la conocida carta de Plinio el Joven sobre los fantasmas (Plin., Epist. VII 27.7).
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