Cuando la realidad que nos rodea se convierte en pesadilla, a más de alguno no le importaría poder disfrutar de una vida imaginaria, como las de algunos personajes recreados por el escritor francés Marcel Schwob. Breves, visionarias, y con muchos elementos metaliterarios, estas vidas nos abren a nuevas realidades, nos consuelan del duro oficio de vivir (en la imagen, mosaico romano de Ancona). POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Petronio es un autor por el que Marcel Schwob profesa la mayor admiración. Junto a otros autores latinos, como Lucrecio, a Petronio le dedica una vida imaginaria que luego inspirará a Tabucchi su sueño de Apuleyo. El comienzo de la vida de Petronio tiene un gran colorismo:
“Nació en los días en que saltimbanquis vestidos con trajes verdes hacían pasar a cerditos amaestrados por aros de fuego; cuando porteros barbudos, con túnica cereza, desgranaban legumbres en una bandeja de plata, delante de los mosaicos galantes a la entrada de las quintas.” (“Petronio”, en Vidas imaginarias, traducción de Julio Pérez Millán, Barcelona, Orbis, 1987 cedida por Centro Editor de América Latina, pág. 57)
Petronio, famoso en tiempos de Schwob gracias a su recreación como personaje en la novela Quo vadis? es, además, motivo de inspiración para sus propios relatos, y merece, como era de esperar, una interesante vida imaginaria que pone en cuestión, nada menos, el testimonio de Tácito. Schwob parte de la tradicional identificación del novelista con el Petronio Árbitro (?-65 p. C.) que el historiador latino ha dibujado para la posteridad, si bien la característica más relevante de este relato es que luego se disiente en lo que respecta a su trágica muerte. En la lectura que Schwob hace de Petronio en sus Vidas Imaginarias aparecen recreados detalles de la famosa cena de Trimalción, si bien, en la más pura línea literaria de Schwob, como si pertenecieran a la propia vida -imaginaria- de Petronio:
“Su infancia transcurrió entre elegancias como ésas. No se ponía dos veces seguidas una lana de Tiro. La platería que caía en el atrio se hacía barrer junto con la basura[1]. Las comidas estaban compuestas por cosas delicadas e inesperadas y los cocineros variaban sin cesar la arquitectura de las vituallas[2]. No había que asombrarse si al abrir un huevo se encontraba una pasa de higo[3], ni temer cortar una estatuilla imitación de Praxiteles esculpida en foiegras. El yeso que tapaba las ánforas estaba diligentemente dorado.[4]” (“Petronio”, en Vidas imaginarias, pág. 57)
Frente a la versión de Tácito, Petronio no muere, sino que escapa con su esclavo Siro:
“Alrededor de los treinta años, Petronio, ávido de esa libertad diversa, comenzó a escribir la historia de esclavos errantes y disipados (...). Se dice que cuando acabó los dieciséis libros de su invención, mandó llamar a Siro para leérselos, y que el esclavo reía y gritaba muy fuerte golpeando sus manos. En ese momento maquinaron el proyecto de llevar a la práctica las aventuras compuestas por Petronio. Tácito refiere mentirosamente que Petronio fue árbitro de la elegancia en la corte de Nerón y que Tigelino, celoso, le hizo enviar la orden de muerte. Petronio no se desvaneció delicadamente en una bañera de mármol, murmurando versitos lascivos. Huyó con Siro y terminó su vida recorriendo los caminos.” (“Petronio”, en Vidas imaginarias, págs. 57-60)
Esta vida imaginaria vuelve a ser, como todas las de su género, breve, y no carece de los elementos visionarios que veíamos para la vida de Séptima y Lucrecio. El autor se recrea en la descripción de las extravagancias contadas por el propio Petronio en su novela. Schwob desmiente la fuente historiográfica de Tácito y concede una larga vida errante al novelista, quien, al contrario de lo que le ocurría a Lucrecio, tiene tiempo para escribir su novela. Frente a lo esperable, donde la literatura es consecuencia de la vida, y donde la novela de Petronio no sería más que el resultado de sus propias experiencias vitales, aquí la novela escrita servirá de modelo, a priori, para la vida, que será, pues, una consecuencia de la propia literatura. En particular, Schwob se ha centrado en varios pasajes de la cena de Trimalción, la parte mejor conservada de la novela, al igual que hizo en el cuento “Las estrigas”, en Corazón doble. FRANCISCO GARCÍA JURADO
[1] Petr. 34, 2-3. En traducción de Manuel C. Díaz y Díaz (Satiricón I, Madrid, CSIC, 1990): “Ahora bien, en la barahúnda sucedió que cayó al suelo una bandeja de asas, y un esclavo la recogió; se dio cuenta Trimalción y mandó que fuese castigado con azotes el esclavo, y que se tirase otra vez la bandeja. Luego apareció el maestresala y barrió con una escoba la plata junto con las otras limpiaduras.”
[2] Cf. Petr. 35.
[3] Petr. 33, 4-8 “Llegaron de seguido dos esclavos y mientras retumbaba la música se pusieron a rebuscar en la paja; sacaron de debajo de ella unos huevos de pavo y los repartieron a los comensales. Volvió Trimalción ante esta mascarada su rostro y nos dijo: «Amigos míos, huevos de pavo mandé poner bajo la gallina. Y, por Hércules, que temo que estén ya incubados. Probemos, sin embargo, a ver si todavía se pueden sorber.» Recibimos cada uno de nosotros una cucharilla que pesaba no menos de media libra, y cascamos los huevos que eran figurados de pasta. Yo tengo que decir que estuve a punto de tirar el que me había tocado, porque me pareció que ya tenía el pollo formado. Un momento después, cuando oí a un veterano comensal: «Algo bueno debe haber aquí», seguí abriendo con la mano la cáscara y encontré un papafigo gordísimo envuelto en yema picada sazonada con pimienta.”
[4] Petr. 34, 6 “Al punto traen dos ánforas de vidrio cuidadosamente selladas, en cuyo cuello habíase puesto un marbete con esta nota: Falerno de Opimio, de cien años.”
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