Se ha publicado ya en español un libro que me interesa, y mucho: "El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno" (Barcelona, Crítica, 2012), de Stephen Greenblatt. Al igual que otro libro reciente sobre el manuscrito de la Germania de Tácito, "El libro más peligroso. Del Imperio romano al III Reich", de Christopher B. Krebs, se intenta trazar una "historia cultural" del significado que ambos textos tuvieron en el desarrollo de la Historia de Europa. Estamos, ciertamente, ante un nuevo paradigma de historias: las culturales. Quería hacer en este blog mi pequeña aportación al significado de las ideas de Darwin en el discreto mundo de la historiografía de la literatura latina en España, precisamente con uno de sus documentos más interesantes, el manual de José Canalejas y Méndez. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Sabido es que fue un 12 de febrero de 1809 cuando nació Charles Darwin para cambiar el curso de la ciencia. La oportunidad de publicar una entrada sobre Charles Darwin en un blog literario como éste tiene que ver, naturalmente, con la propia historiografía literaria. El Museo de Ciencias Naturales de Madrid tiene una tienda que es mucho más que eso. Me sorprendió ya hace tiempo que, entre pequeños recuerdos y dinosaurios de goma, la tienda fuera, en realidad, una librería especializada en facsímiles de gran calidad y viejos libros de ciencia. Allí estaba la traducción al español de algunas obras de Alexander von Humboldt o libros de algunos de nuestros mejores científicos hispanos, entre estudios botánicos y monografías sobre el universo. De alguna memorable visita hecha a esta gran librería jamás olvidaré el haber encontrado allí la recopilación titulada ·El grabado en la ciencia hispánica· que hizo José Mª López Piñero. La representación de un megaterio, precisamente la ilustración que abre la entrada de este blog, se ha terminado convirtiendo en digno emblema de esta pequeña gran historia científica.
Sabido es que fue un 12 de febrero de 1809 cuando nació Charles Darwin para cambiar el curso de la ciencia. La oportunidad de publicar una entrada sobre Charles Darwin en un blog literario como éste tiene que ver, naturalmente, con la propia historiografía literaria. El Museo de Ciencias Naturales de Madrid tiene una tienda que es mucho más que eso. Me sorprendió ya hace tiempo que, entre pequeños recuerdos y dinosaurios de goma, la tienda fuera, en realidad, una librería especializada en facsímiles de gran calidad y viejos libros de ciencia. Allí estaba la traducción al español de algunas obras de Alexander von Humboldt o libros de algunos de nuestros mejores científicos hispanos, entre estudios botánicos y monografías sobre el universo. De alguna memorable visita hecha a esta gran librería jamás olvidaré el haber encontrado allí la recopilación titulada ·El grabado en la ciencia hispánica· que hizo José Mª López Piñero. La representación de un megaterio, precisamente la ilustración que abre la entrada de este blog, se ha terminado convirtiendo en digno emblema de esta pequeña gran historia científica.
No nos llevemos a engaño. La ciencia hispánica es una gran desconocida, y aún mucho más los nombres que la han hecho. Pero España no ha sido sólo un país de toreros y artistas. El gran problema para entender esta pequeña gran historia está en el mito del héroe romántico aplicado a la propia Historia de la Ciencia: como no hemos tenido nombres descollantes (a excepción de Cajal), a falta de “grandes héroes”, entendemos, pues, que no ha habido ciencia. Desconocer que la ciencia tiene un contexto y que precisa de una comunidad de científicos, no sólo de un “héroe”, es uno de los errores más comunes a la hora de historiarla. Algo parecido, en otra escala, ocurre cuando hacemos historia de, por ejemplo, los estudios filológicos en España. Por supuesto, ahí están los grandes “héroes” llamados Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, pero quedan como nombres aislados en un desierto de ignorancia. Ahora que llevo un tiempo tratando de hacer una “Historia de las Historias de la Literatura en España” es cuando puedo entender con mayor propiedad estos errores de concepción. Los manuales escolares tienen una clara vinculación con el horizonte en el que se divulgan las nuevas ideas científicas, como bien llevan estudiando hace años los componentes del grupo MANES (con sede en la UNED). El grupo MANES lleva descubriendo hace ya tiempo de qué manera estos humildes libros escolares han sido, en definitiva, los grandes divulgadores de las ideas científicas en sus respectivas comunidades. Me pareció, a este respecto, muy interesante, el estudio y exposición que la profesora Margarita Hernández Laille organizó en 2006 acerca de la propagación de las ideas de Darwin en España durante el siglo XIX a través de los manuales de Historia Natural. Como tuve ocasión de leer en un nota de prensa publicada también entonces: «Antes de que El Origen de las Especies (1859) se tradujera al español ya los libros de texto recogían la teoría de la evolución de Charles Darwin, un científico que, tanto en el idioma de Shakespeare como en el de Cervantes, encontró partidarios y detractores. El primer libro de texto que incluía la revolucionaria teoría biológica salió de la imprenta granadina de Francisco Ventura y Sabatel en 1867: el manual se titulaba Libro de Historia Natural y su autor fue Rafael García Álvarez.». Es más, Aunque parezca sorprendente, el eco de Darwin ya había llegado durante aquellos años hasta los propios manuales de Literatura Latina. Uno de los manuales más interesantes publicados en España es el del conocido político José Canalejas y Méndez, que fue alumno de Alfredo Adolfo Camús. Es un manual publicado precisamente cuando se crea la Institución Libre de Enseñanza y tiene un claro sesgo liberal (publiqué en la Revista de Historiografia un estudio concreto sobre este libro). Cabe señalar que el propio Canalejas habla ya de las nuevas teorías de Darwin al tratar acerca del poema científico de Lucrecio:
«No faltan tampoco en el poema de Rerum natura ciertos presentimientos respecto de problemas planteados por la ciencia contemporánea, como por ejemplo, el de los séres ante-diluvianos y la famosa teoría Darwiniana de la selección natural, admirablemente planteados por Lucrecio.
Ofreciendo el cuadro de la Humanidad primitiva, sirve Lucrecio á las tendencias de su escuela, mostrándonos como el hombre nacido del seno de la tierra por una especie de generación espontánea, se ejercita poco á poco en el uso de sus facultades, y de progreso en progreso concluye por abandonar su primitiva incultura, gozando de los encantos de la civilización.» (Canalejas y Méndez, J., Apuntes para un Curso de Literatura Latina. Tomo I, Madrid, 1874, pp. 167-168)
En lo que a Lucrecio respecta, este párrafo nos muestra un notable ejemplo de relectura y actualización de un autor antiguo al calor de las nuevas teorías científicas y sociales, de inspiración darwinista (“selección natural”), en el primer caso, y positivista (“progreso”) en el segundo. Marx alabó a Lucrecio como buen difusor de las teorías materialistas de Epicuro, y nuestro abate Marchena, viejo ilustrado y precedente del ideario liberal, pasó por haber hecho una encendida traducción de su poema épico-científico, o al menos eso es lo que creyó Menénez Pelayo. No por ser menos conocidas estas pequeñas historias dejan de existir. Francisco García Jurado HLGE
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