María José Barrios Castro nos envía desde Asia Menor esta
preciosa crónica de su viaje a Troya. Ha ido con grupo de estudiantes de su
instituto en el marco de un Proyecto Comenius.
Cinco de marzo de 2013. El día ha comenzado muy bien. Me he
levantado y, aunque he llegado quince minutos tarde de la hora no me he
agobiado. Esto empieza a ser bueno. Tras recoger a los alumnos en la escuela
nos hemos dirigido hacia Gallipoli (Çanakkale). No pudimos desayunar en el
hotel porque era muy pronto, así que se suponía que nos habían preparado un
paquete en el hotel, pero no ha sido así, de modo que he desayunado en el ferry
que no lleva a través del Bósforo y el mar de Mármara hacia Asia Menor. Estaba
muy ilusionada y el bocadillo caliente tostado de queso y tomate me ha sentado
de fábula. Hemos tardado siete horas en llegar a Troya y según íbamos acercándonos
estaba cada vez más ilusionada. Los chicos se sorprendían y me preguntaban por
qué era tan importante para mí. Yo les intentaba explicar mis lecturas y
estudios, pero no entendían. El hecho es que por fin he pisado Troya. Es una de
las experiencias más emocionantes e impresionantes que he vivido. Parece ser
que para muchos son sólo piedras y ruinas, pero para mí es toda una vida de
lecturas, estudio y deseo de seguir las huellas de tantos eruditos. Recordé a
Schliemann y traté de imaginármelo excavando y descubriendo su maravilloso “tesoro
de Príamo”, ahora en el Museo Pushkin de Moscú. Creo que mi cara debía de
decirlo todo, porque mis alumnos y algunos profesores me han hecho fotos.
Mientras escribo en la cama mis impresiones no puedo dejar de pensar que he
pisado las ruinas de una Troya cantada por Homero, por Virgilio (“Troia fuit”)
y por tantos otros. Ahora estoy en un hotel bastante malo de Gallipoli, pero ya
no tengo conciencia de ello. Tampoco he tenido conciencia de si hacía frío en
Troya, tan emocionada estaba. En un principio estaba previsto que visitáramos
Troya el grupo de españoles y polacos, pero Giuseppe, a última hora, ha
decidido entrar con nosotros. Sólo los turcos se han quedado fuera esperando.
Aunque tenía miedo de hacer esperar a la gente me forcé a mí misma de que no
podía ver Troya a tontas y a locas, así que me ido relajando (relativamente) y
he disfrutado de mi paseo solitario por las ruinas. Sí, digo bien, paseo
solitario, porque en estas fechas no hay apenas turistas y hoy hacía un día
soleado espléndido. El hecho es que han tenido que esperarme un poco, pero creo
que ha merecido la pena. Hoy dormiré soñando con la colina de Hissarlik y con
la antigua Troya-Wilusa. Hasta mañana. MARÍA JOSÉ BARRIOS CASTRO HLGE
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