No voy a comenzar contando aquello de que los lectores de Marcel Schwob configuramos una secta difusa que se reparte por el mundo. Una mutación de esa secta, no una secesión propiamente, se ha producido con el multitudinario Roberto Bolaño, que no dejaba de ser un gran lector de Schwob. Sobre este autor, mal llamado simbolista, bastante inclasificable y lector de Edgar Allan Poe, se asentó la poderosa sombra se Jorge Luis Borges, que lo eligió como precursor de su Historia Universal de la Infamia. Por muchas razones, cuando llegó a mis manos el libro de las Vidas imaginarias de Schwob en la mítica Biblioteca Personal Jorge Luis Borges ya no volví a ser jamás un lector sano.
Las vidas imaginarias de Schwob, en particular las basadas en textos latinos, tienen un inquietante aroma filológico. Séptima, la hechicera, nace de una tabella defixionis escrita en latín con caracteres griegos y de un pasaje de la Eneida; Lucrecio, poeta, es en sí mismo el germen del Aleph de Borges y toda una contrahistoria de la literatura latina oficial; Lesbia, matrona impúdica, se vuelve un cuento latino oscuro y febril; finalmente, Petronio, novelista, es una vuelta de tuerca a la estética simbolista que gira en torno a la literatura latina imperial. Tales personajes son reales, pero sus vidas no lo son tanto.
Cuando vi la película Roma, de Adolfo Aristarain, pude ser consciente de las precisas citas a Schwob que se hacen durante la etapa de formación literaria del protagonista. Se habla de la Cruzada de los niños, un libro iniciático y escalofriante, pero sobre todo se recrea una edición particular de las vidas imaginarias. Se trata de la edición publicada en Buenos Aires el año de 1944, por la editorial Emecé. Ya antes había llegado a Hispanoamérica, en concreto a México, la obra de Schwob, donde fue traducida por Rafael Cabrera en 1922. Borges tradujo algunas vidas de Schwob en los años 30, dentro de la Revista Multicolor de los Sábados. Pero la edición de 1944 constituye en particular un pequeño icono literario de esa translación del autor francés a otro siglo, el XX, y a otro continente, el americano, donde encontraría la inmortalidad. Fue Ricardo Baeza el traductor que unió para siempre su nombre al de Schwob.
Tuve ocasión, hace más o menos un par de años, de encontar en Madrid, en una librería de viejo cercana al Retiro, la mítica edición a un precio mínimo. En la librería sólo había una señora mayor, a quien su hijo había dejado por un rato al cargo del negocio. Era por la mañana, una mañana radiante, y la señora me contó que tenía un problema en los ojos. Tuve que ayudarla a buscar el libro entre los montones apilados junto al mostrador. Fue encontes cuando pude sentir en mis manos la tela editorial azul y ver el frontispicio con la imagen de Schwob que ahora podéis contemplar al comienzo de este texto. Partí de allí con un precioso fragmento de una historia oculta de la literatura.
Franciso García Jurado
H.L.G.E.
2 comentarios:
INCURSIONES PIRATAS
Siempre que coincido con un lector de Schwob surge una pregunta que, con el tiempo y los encuentros, ha llegado a convertirse en un rito tímido y fugaz: ¿cómo llegamos a él? Entonces se nos llena la boca de Borges y de una cadena interminable de filias y de deudas. Todo ello nos obliga a una pregunta de respuesta menos predecible que es la de cómo llegamos a Borges, pues Borges (o esa entelequia pascaliana a la que llamamos Borges) tiene algo de predeterminado y de encrucijada, pero esta es otra historia para ser contada en otro momento.
Vuelvo a Schwob. Llegar a él, signifique esto lo que signifique, es una crónica en miniatura sobre la intrepidez de los lectores. Hablar, sin embargo, de dónde nos deja, es entrar de lleno en esa enfermedad que por convenio decimos lectura.
Ahora que está tan de moda la veracidad. Mejor, ahora que la búsqueda de la veracidad ha usurpado el lugar que ocupaba la verosimilitud por medio de los llamados “pactos autobiográficos”, no estaría de más volver a las VIDAS IMAGINARIAS y a su generosa estela: HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA, LA SINAGOGA DE LOS ICONOCLASTAS, LA LITERATURA NAZI EN AMÉRICA, por citar sólo algunas. Sospecho que en todas ellas los contactos entre la literatura (Historia, biografía, etc.) y la vida han estado (están) siempre en tensión. Y ahí nos lleva Schwob, inevitablemente. Y nos deja solos y temblando.
En la solapa de la edición italiana para Adelphi de las VIDAS IMAGINARIAS, Roberto Calasso ha escrito:
“Es hachís… da fuego a la imaginación, esto dijo Albert Samain al leer las VIDAS IMAGINARIAS de Marcel Schwob. El fuego de este libro quema todavía […].
Erudito explorador de la Biblioteca de Babel, autor muy precoz de investigaciones fundamentales del argot, apasionado cultor de Villon […] inventó un nuevo género de narrativa de aventura, que no busca tanto un contacto directo con la realidad, sino que pasa por las vías transversales de la filología y de la mistificación, penetra en la antigüedad heliogabalesca […] como en una reserva de sueños, para devolver a la vida bruta esa carga alucinatoria que tenía en el origen”.
Y de la carga alucinatoria de Marcel Schwob deberíamos pasar a la alucinación ingrávida de Xul Solar, pero, en fin, esa también es otra historia.
Rubén Á. Arias
PD: querido Francisco, como ves, no me he podido resistir. (Estoy a la espera de tu libro sobre Schwob, en cuanto me lo traigan volveré con nuevas incursiones).
Hay casos, como este, donde el comentario que se hace al blog es mucho más intenso que el supuesto texto matriz. Si mi nostalgia y torpeza han servido para suscitar este textos lleno de vibraciones, me congratulo y doy paso a los jóvenes lectores del siglo XXI.
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