lunes, 29 de septiembre de 2008

OVIDIO, DELACROIX Y VERLAINE


Algunas tardes quedo con Javier Espino en mi casa para hablar sobre trabajos y proyectos. Lo cierto es que, aunque solemos trabajar mucho, lo pasamos muy bien, pues de la tranquilidad de la tarde emana a menudo mucha creatividad e ideas. A veces soñamos con ser eruditos de un gabinete ilustrado, dedicados enteramente al deleite de la conversación amena y culta. Javier tiene entre manos un trabajo sobre el poeta Antonio Puche, autor adscrito a la estética del modernismo y natural de Lorca. Sus versos le atraparon desde la primera tarde que tuvo en sus manos un libro de versos del poeta, editado por nuestro amigo José Luis Molina. Puche es un gran lector de Paul Verlaine, como no podía ser menos, y resulta que, una de las últimas tardes que quedamos, Javier trajo a casa un precioso libro editado por Renacimiento que contenía las traducciones hechas por Manuel Machado del gran poeta francés. El libro, de 2007, lleva el precioso título de Fiestas Galantes, y es literalmente una fiesta para los buenos lectores. Me he hecho con un ejemplar de este libro en la Librería La Central que está en el céntrico barrio barcelonés del Raval. En realidad, buscaba más que nada un poema que, según recuerdo, había leído con catorce o quince años (una edición bilingüe, en Libros Rionuevo), pero que ahora, tras la lectura hecha con Javier, me dejó boquiabierto. Se trata de la composición titulada "Pensamiento de la tarde", dentro de Parábolas, y que no es otra cosa que un poema dedicado a Ovidio. Este es el poema, en la versión machadiana:
"Echado en la marchita hierba del destierro - bajo - los tejos y los pinos que el granizo platea -ya errante, como las sombras que suscita - la fantasía, por el horror del paisaje escita - mientras alrededor, pastores de rebaños fabulosos, - se asustan los tárbaros de ojos azules - el poeta del Arte de Amar, el tierno Ovidio - abraza el horizonte con ávida mirada - y contempla mar inmesa, tristemente.
El cabello crecido y gris que le atormenta - formando sombras va sobre su frente plegada - el traje desgarrado, entrega la carne al frío, cómplice - de la acritud de su entrecejo fruncido y de su mirada fatigada, - la barba espesa, inculta y casi blanca.
Todos estos testigos de un duelo expiatorio -dicen siniestra y lamentable historia - de un amor excesivo, áspera envidia y de furor - y algo de responsabilidad de Emperador. -Ovidio tétrico, piensa en Roma, y luego otra vez, - en Roma, que su gloria ilusoria decora.
¡Ay, Jesús!, me habéis muy justamente oscurecido: - mas si Ovidio no soy, al menos soy esto."
Un verdadero Ovidio simbolista es lo que encontramos en este poema. Por lo que vi en el libro de Ziolkowsky titulado Ovid and the moderns, es necesario poner en relación el poema con un cuadro de Delacroix que se conserva en la National Gallery: "Ovid among the Scythians", pintado en 1859. En este sentido, queda clara la relación (tan propia de la literatura francesa finisecular) entre literatura y pintura. Es notable, asimismo, lo que debe este poema a otro anterior escrito por Pushkin acerca de Ovidio desterrado, y en el que luego se inspiraría el mismo Ossip Mandelstam para su libro Tristia (a San Pertersburgo fuimos hace un tiempo, para sentir "el terciopelo de la noche soviética" y los lugares donde Mandelstam sintió aquella ciudad como una nueva Atenas).
Cabe señalar, muy en la línea de mis indagaciones historiográficas, cuánto debe este poema a la "historia externa" de la literatur latina, en particular a la biografía de Ovidio: las razones de su exilio, prosaicas líneas de un manual de literatura, quedan aquí convertidas en versos.
Y queda otra cosa que es, simplemente, un rasgo de genialidad: el final de poema, a modo de una "voz poética", entre Ovidio y Verlaine, que preludia al propio Ovidio de Mandestam. Robert Browning inventó el monólogo dramático, cuyas características ha desentrañado como nadie Jaime Siles. Esta poesía en primera persona, tan parecida a un monólogo del teatro, ni es exactamente del autor ni de la persona evocada. Es, simplemente, una voz. Qué maravilla de versos finales, que preconizan al Ovidio cristiano de Vintilia Horia (Dios ha nacido en el exilio), pero también evocan la conversión del propio Verlaine.
Cuánta belleza e historia caben en un verso.
Francisco García Jurado
H.L.G.E.





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