viernes, 22 de enero de 2010

PASADO Y FUTURO: SOBRE EL CONCEPTO DE TRADICIÓN CLÁSICA

Hoy he estado en la Universidad Autónoma de Madrid, donde he formado parte de un tribunal de tesis. Se trataba de un trabajo muy interesante sobre el mito de Teseo en la poesía española de la segunda mitad del siglo XX y el primer decenio del XXI. Como tantas veces, he sentido la necesidad de hacer notar la importancia que tiene reflexionar acerca del concepto de "Tradición Clásica", de su formulación como tal concepto y de sus implicaciones culturales. Es un lugar común pensar en la idea de Tradición Clásica como algo dado desde siempre. Sin embargo, en el siglo XVIII todavía no se utilizaba la expresión “Tradición Clásica”, si bien comenzaba a intuirse el concepto que iba a designar, al calor de la idea más general de "Tradición Literaria". Primero como “Tradición”, la grecolatina por antonomasia, y ya después “Clásica”, para diferenciarla de otras tradiciones emergentes (como las llamadas "Tradiciones Populares"), la expresión como tal cristalizó hacia los años 70 del siglo XIX[1]. Es la propia conciencia de la historicidad literaria la que dio lugar al concepto, dado que la Tradición Clásica no es otra cosa que la historia de la fortuna de la Literatura Grecolatina en las propias literaturas modernas[2]. Para llegar a esta formulación han tenido que desarrollarse al menos tres conceptos previos:

-La idea de “Historia de la Literatura”, frente a los paradigmas atemporales de la Poética y la Retórica
-La idea global de “Literatura Clásica Grecolatina”, concebida como un conjunto delimitado de obras que ilustran sobre un periodo concreto de la historia humana
-La idea de la configuración de las diversas literaturas modernas, a las que se van añadiendo gentilicios que se corresponden con las incipientes culturas nacionales


De esta forma, para llegar a la formulación de “Tradición Clásica” tuvieron que darse unas circunstancias complejas, en particular la articulación de un pensamiento histórico desde el siglo XVIII. Dadas las circunstancias antes expuestas, cabe hacer la siguiente pregunta: ¿cómo se refleja el incipiente concepto de Tradición Clásica, aún sin ser formulado en estos términos, dentro de las ediciones de libros publicados a finales del siglo XVIII? Es decir, cómo se desarrolla una idea antes de ser formulada de manera explícita. El interés por la historia y, en particular por la historia literaria, dio lugar a un fenómeno editorial bien estudiado por Juárez Medina[3], la edición retrospectiva, cuyo afán es dar a la luz obras de siglos anteriores por el propio interés de su carácter pasado. Este tipo de edición vino motivado por lo que, con José Antonio Maravall, podemos llamar cultura burguesa, en la que la nueva clase intelectual emergente lee las obras anteriores a su propio siglo en calidad de monumentos históricos, de testigos de otras épocas. A ello hay que unir los empeños patriotas de reconstrucción del pasado cultural, a cuyo estudio no van a ser ajenos nuestros ilustrados hispanos, como Gregorio Mayáns. En este nuevo contexto, las obras de la Antigüedad Grecolatina, precisamente, ocuparon su más que discreto lugar en la edición española. Los grandes editores de la época (Ibarra, Sancha, Monfort, o la Imprenta Real) presentan en su producción notables y cuidados ejemplos, como Salustio, Luciano, Cicerón o Juvenal, por no citar el interés por autores latinos de especial utilidad pública, como Columela para la Agronomía o Vitruvio para la Arquitectura. Una doble función presidía este renovado interés por la Antigüedad literaria: la lectura del pasado en calidad de tal pasado y una decidida actitud a favor de formar el gusto literario, especialmente entre los jóvenes. La tradición, por tanto, supone un sutil equilibrio entre el pasado y el futuro. Es un volver la mirada para seguir caminando sin perder el rumbo.



FRANCISCO GARCÍA JURADO

H.L.G.E.


[1] F. García Jurado, “¿Por qué nació la juntura “Tradición Clásica”? Razones historiográficas para un concepto moderno”, CFC (L) 27, 2007, pp. 161-192.
[2] Asimismo, el propio estudio e interpretación de esta tradición no puede desligarse de su objeto en sí. Suscribimos las palabras de José Antonio Maravall cuando dice que “todo hecho histórico es el hecho y el pensamiento del hecho, su interpretación” (J. A. Maravall, Menéndez Pidal y la Historia del Pensamiento, Madrid, Arion, 1969, p. 21).
[3] A. Juárez Medina, Las reediciones de obras de erudición de los siglo XVI y XVII durante el siglo XVIII español. Estudio realizado a partir de los fondos antiguos de la Biblioteca Nacional, de las Hemerotecas Municipal y Nacional de Madrid, Verlag Meter Lang, Frankfurt am Main – Bern – New York – Paris, 1988.

martes, 19 de enero de 2010

LOS MANUALES ENTRE 1895 Y 1936. HACIA LA MODERNIDAD


Terminamos con esta entrega nuestro recorrido por los manuales de literatura latina publicados en España desde finales del siglo XVIII hasta 1936. Hemos recorrido exilios, guerras y revoluciones, y lo más curioso es que todos estos acontecimientos han repercutido, igualmente, en este pequeño mundo docente. Los manuales ahora son también testigos de la Historia, y constituyen un patrimonio desconocido.

Esta es la época en la que convergen dos posturas ante el hecho literario: la positivista, heredada del siglo anterior y bien representada en algunos manuales editados en el siglo XX,[1] y la que vamos a denominar, de manera genérica, idealista, inspirada en los planteamientos de B. Croce y K. Vossler, que pretenden recuperar la literatura como materia de estudio estético antes que histórico. Asimismo, cabe apuntar una notable influencia del neohumanismo alemán, en particular de algunos grandes filólogos como E. Norden o F. Leo. Los nuevos planteamientos científicos y el cambio de siglo reavivan la vieja cuestión de los autores hispano-latinos. En este punto, merece la pena partir de las ideas de R. Menéndez Pidal (heredero del pensamiento de Milá y Fontanals y de Menéndez Pelayo, y luego, junto con Américo Castro, promotor de la Sección de Estudios Clásicos del Centro de Estudios Históricos) acerca del carácter perdurable de lo español sustentado en la “relación étnica” que autores precedentes han visto entre los escritores hispano-latinos y los españoles:

“Insistamos en esto, recordando un caso extremo. Desde Tiraboschi a Mommsen, desde Gracián a Menéndez Pelayo es frecuente descubrir señales de hispanidad en los autores latinos de la Bética o de la Tarraconense, hallando una relación étnica, y no de mera imitación literaria, entre ciertas modalidades estilísticas de los autores hispanorromanos y de los autores españoles. Sin embargo, una relación como la que tantos establecen entre los cordobeses Séneca y Lucano y el cordobés Góngora, parece sin duda difícil de admitir en vista de la enorme discontinuidad temporal que media entre esos autores, indicio de no existir una causa de tipo constante.” (Menéndez Pidal 1971: 24-25)

El panorama que ofrecen los manuales de esta etapa es realmente rico, en especial el que concierne a los libros destinados a la Enseñanza Media.[2] En el ámbito universitario, lugar propio merece Pedro Urbano González de la Calle, hijo de Urbano González Serrano, famoso krausista y discípulo de Salmerón. De la inmensa producción de este catedrático, primero en Salamanca y luego en Madrid, vamos a destacar un interesante artículo por lo que supone de renovación del discurso propio de un filólogo clásico en los primeros decenios del siglo XX, dado que capta muy bien tanto el espíritu filológico (la estilística de Norden) como el intelectual de su época (Croce, Pérez de Ayala...). Nos referimos al artículo titulado “Influencia de las literaturas clásicas en la formación de la personalidad” (González de la Calle 1921), en el que se invita a que nos acerquemos a las letras clásicas “sin mutilar nuestra personalidad, en la plenitud cordial de la más intensa y fecunda vida ciudadana”. Es, asimismo, muy interesante la reseña que publica acerca del manual de Literatura Latina en la edad republicana y augustea a cargo del filólogo italiano Vincenzo Ussani, claro seguidor de la estética idealista de Croce, frente al positivismo de la historiografía literaria:

“Piensa Ussani que en dicha obra puede y debe intentar una rectificación, no sin duda del método histórico, mas sí de las viciosas y superficiales aplicaciones de este procedimiento eurístico, para conservar a la crítica estética su cardinal papel y su significación legítima en la historia de la literatura.” (González de la Calle 1933: 376)

Pero lo más representativo es su proyecto frustrado de traducir la Literatura Romana de Friedrich Leo dentro de la colección “Estudios de Emérita”, que no se llegó a publicar como tal. El manual apareció finalmente en Bogotá, en 1950.[3] Es un manual pulcramente traducido y glosado, con observaciones críticas realmente incisivas.
Por otra parte, en 1933 se publica el que iba a ser el primer volumen de una ambiciosa Historia de la Literatura Latina, dedicado a los períodos preliterario y arcaico, a cargo de Bernardo Alemany Selfa y Honorio Cortés Rodríguez. Tiene un interesante prólogo que hace un breve recuento de cómo ha sido la Historiografía de la Literatura Latina en España. Su estructura se divide en “Preliminares”, “Período Preliterario” y “Período Arcaico”. Dentro de cada período están los diferentes géneros. Muy profuso (558 páginas sólo dedicadas a los periodos iniciales de la Literatura Latina, lo que resulta un hecho totalmente inusitado en la Historiografía de la Literatura Latina escrita en España), está concebido desde una perspectiva positivista (recuerda, incluso tipográficamente, en los esquemas, al famoso manual de Literatura Española de J. Hurtado y A. González Palencia, muy usado y difundido por aquel entonces en la misma Universidad de Madrid[4]), con una actualización bibliográfica realmente notable y un interés primordial sobre el dato, más allá de cualquier apreciación crítica.
Con motivo de su ingreso en la Académia de Bones Lletres de Barcelona, Joaquim Balcells compone un discurso titulado Cató el Vell i una concepció democrática de la història. Este discurso, leído el día 5 de julio de 1936, supone el final de la carrera vital del filólogo y, en términos históricos, sirve como broche a nuestro relato historiográfico. José Luis Vidal ha glosado pulcramente la vida y obra de este gran editor de textos latinos y maestro de filólogos, como Bassols de Climent (Vidal 2004). Con el estallido de la Guerra Civil, en 1936, se va a producir una nueva discontinuidad, fenómeno al que tan acostumbrados estamos en la Historia de España. Sin embargo, al igual que ocurrió en los tres primeros decenios del siglo XIX, en los años treinta del siglo XX ya se estaban formando los grandes filólogos que aparecerían a partir de los años cuarenta. Pero no debemos olvidar a los exiliados: el manual de F. Leo traducido por González de la Calle y publicado finalmente en Bogotá, coincide en el tiempo con la publicación de un pequeño gran manual de Literatura Latina, el de Millares Carlo (1950), también exiliado. Tales libros cierran, más allá de su tiempo y circunstancia, el relato que hemos esbozado en este ensayo.

FRANCISCO GARCÍA JURADO

H.L.G.E.


[1] La máxima representación de esta corriente en la Literatura Latina, que resume, además, la labor filológica del XIX, es la conocida Geschichte der römischen Literatur bis zum Gesetzgebungswerk des Kaisers Justinian a cargo de M. Schanz y después completada por C. Hosius.
[2] No deben perderse de vista los epítomes y manuales para la segunda enseñanza: Cejador y Frauca (1914); García de Diego (1927), Echauri (1928) y Galindo Romeo (1928). En algunos de ellos, como el manual de Echauri, comienzan a aparecer ilustraciones. Es algo que veremos, asimismo, en los manuales extranjeros publicados por las editoriales Labor y Gustavo Gili. Es una costumbre que viene dada por las traducciones de libros foráneos en editoriales como Montaner y Simón. Otra característica sobresaliente de este momento es la profusión de traducciones de manuales europeos: Pierron en Maspero et alii (1908-1910), Bouchot (1922), Gudeman (1926 y 1928), Henry (1930) y Norwood y Duff (1928). Por su parte, Carles Riba publica en catalán un resumen de Literatura Latina (Riba 1933).
[3] El ejemplar que hemos utilizado (Leo 1950) lleva la siguiente dedicatoria autógrafa que queremos reproducir por lo que muestra de recuerdo de la etapa universitaria salmantina: “Al catedrático salmantino D. César Real de la Riva con la sincera estimación de su viejo colega. El traductor. México, X, 951”. Sobre el manual de F. Leo cf. Gianotti 1988: 73. Su edición alemana se inscribe en la prestigiosa colección de manuales “Die Kultur der Gegenwart” a cargo de Willamowitz, Krumbacher, Wackernagel y Norden.
[4] Hemos manejado la tercera edición, de 1932 (Hurtado y González Palencia 1932), que es la más cercana en el tiempo al manual de Alemany.