jueves, 16 de febrero de 2012

Pequeños mundos y frustraciones vitales

Un buen día tuve que componer el rótulo que ahora figura en nuestro buzón de correo postal, el que compartimos María José y yo. Aquel día, en un arranque de buen humor y también de reconocimiento, decidí colocar delante de nuestros nombres de pila el título académico que tantos años de fatigas supuso, tantos buenos ratos y sinsabores. Se trataba de esas lacónicas iniciales de "Dr." que vienen a decir que tenemos el grado de doctores. No se trata en absoluto de un acto vanidoso, en todo caso lo es de orgullo. Si otras personas lucen sus flamantes coches (que en definitiva serán chatarra al pasar unos ocho años) por qué nosotros tenemos que esconder ese título que nos sitúa en la culminación de nuestro ciclo formativo. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE
Cierta vez, José Saramago se quejaba con cierta ironía de que a los escritores les preguntaban siempre en qué gastarían el dinero que habían recibido por un premio, pero no a los futbolistas. Parece que las personas que se dedican a actividades intelectuales tienen, además, que llevarlo en silencio. Sé de sobra que el título de doctor no es algo que en España sirva para lucirse demasiado (sin embargo, en Italia hay mucho "dottore" que es lo que aquí era ser licenciado con una tesina), pues ni tan siquiera se sabe a menudo qué es eso. El "doctor" se confunde, sin más, con el "médico", al margen de que éste haya hecho o no la tesis doctoral. Nuestro mundo de profesores e investigadores es muy pequeño, casi invisible (como la historia cultural del latín a la que tantas horas de pasión dedico), y los años invertidos en escribir una tesis doctoral a menudo no obtienen ni la añorada recompensa de poder trabajar en la universidad o en un centro de investigación. Para poco más sirve, si exceptuamos el amor propio. Cabría pensar, desde fuera, que al menos dentro de nuestro mundo académico este título tiene su reconocimiento, si quiera moral, entre los colegas. Sin embargo, nuestro mundo, como el de los escritores o los artistas, se fundamenta sobre las jerarquías ciegas (no sobre la autoridad) y el cainismo. Entre los universitarios el doctorado no pasa de ser un largo trámite que hay que cumplir, a ser posible en una etapa inicial de la vida académica. Quien logra su título de doctor y luego pasa a trabajar, pongamos por caso, en la enseñanza media, se ve rodeado a menudo por compañeros que consideran aquello como algo lejano e innecesario y que de alguna manera tienden una frontera invisible entre ellos y el "estrafalario" doctor (estoy generalizando demasiado, lo sé y pido disculpas). Si las cosas son tal como las pinto, alguien puede preguntarme para qué se hace una tesis, al margen de quien tenga la esperanza de poder llegar a ser profesor universitario o investigador. Yo le contestaría que a menudo se hace por aquellas cosas que no pueden vivirse más que cuando se ha trabajado en una tesis. Guardo recuerdos muy gratos de las horas que pasé estudiando, recopilando bibliografía y pasando alguna que otra estancia en el extranjero. Por unos años mi tesis fue un pequeño mundo, algo irrepetible, lleno de matices y sutilezas. Recuerdo cómo fui articulando mi tema de investigación hasta lograr decir algo nuevo y original. Hoy he visto un ejemplar de mi tesis tirado en el ático de una casa que ya no habito. Está encuadernado en verde, y recuerdo todavía la emoción de ir a la encuadernación para recogerlo. Cuesta sentir ya esa emoción, pero la tesis está ahí con todos sus recuerdos de juventud. Se trata de un esfuerzo a menudo desproporcionado para el resultado que de él se obtiene, pero quizá la vida en general sea algo parecido a una gran tesis.
Este blog es hoy para todas aquellas personas que dejasteis muchos días de vuestros veintitantos años, irrepetibles y dorados, entre fotocopias de artículos en alemán y esquemas complejos. El esfuerzo que se hizo ya no se puede deshacer, al menos eso nos queda.
Francisco García Jurado H.L.G.E.

martes, 14 de febrero de 2012

Pilar Rubio y Winckelmann: la belleza como Historia

A menudo, la difícil explicación de algo encuentra su evidencia en un hecho cotidiano. Cuando intento dar razones acerca de por qué la Historia del Arte Antiguo, hija del culto a Grecia de Winckelmann, cambió esencialmente la percepción de las obras, siempre hay quien recela, pues creemos a pie juntillas que las “cosas son lo que son”, ahora y siempre. Pero mira por dónde la guapa presentadora Pilar Rubio posa involuntariamente desnuda en este gélido mes de enero del 2012. En realidad, estas fotos que ahora aparecen en la revista Interviú se hicieron para la revista Tiempo, concretamente para un reportaje sobre la censura, y la imagen de la presentadora ya no coincide con su imagen actual. Ella va a demandar a Interviú por publicar aquellas fotos ahora sin su permiso. La pregunta clave, para mí, está en el hecho de preguntarnos si realmente la foto que apareció en la revista Tiempo es la misma foto que ahora aparece en Interviú. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Ha habido muchos casos de fotografías de desnudos que, inéditas, aparecían publicadas en una revista sin el consentimiento de la persona más implicada. Este caso es distinto, pues al menos dos de las fotografías ya habían aparecido antes publicadas. El quid de la cuestión está en el hecho de que, ahora, estas fotos no muestran a una bella modelo desconocida enseñando sus encantos, sino a una mujer muy famosa. La lectura de la belleza cambia, cómo no, dependiendo de que haya o no un nombre propio. No es igual la estatua antigua de una Venus cualquiera que la de la Venus de Milo, y no es igual una estatua de un Apolo cualquiera que la del Apolo de Belvedere. Winckelmann creó la Historia del Arte Antiguo, y con ello generó a lo largo de los siglos XVIII y XIX un deseo voraz de obras de arte grecorromanas. Hizo ver, además, que el arte era también Historia, en especial el griego, cuya evolución había sido vertiginosa. La fotografía que ahora vemos de la presentadora también es histórica. Representa a una mujer diferente de la que ahora es (y no digamos de la que será, e incluso de la que dejará de ser cuando pase mucho tiempo). La fotografía viene a ser, por así decirlo, como una Koré griega, o una de esas bellas estatuas arcaicas que nos sugieren cómo era el arte antes de llegar a su estado clásico. Esta fotografía, supone, por tanto, en febrero de 2012, un conocimiento y una temporalidad que no tenía cuando se publicó por primera vez en la revista Tiempo. Ahora la modelo no adorna la fotografía, sino que cobra todo el protagonismo, dejando al margen la pretensión de ilustrar el tema de la censura. La modelo deja de ser anónima alegoría de la "verdad desnuda" para convertirse en Pilar Rubio. La interpretación de la fotografía ha cambiado radicalmente, y apenas podemos reconocer el significado originario con el significado presente. La corporeidad ahora no es sólo eso, tiene un nombre propio que convierte este cuerpo en único. De igual manera que ocurre con el Quijote borgiano de Pierre Menard, donde el mismo texto significa, en otra circunstancia y escrito supuestamente por un nuevo autor, cosas absolutamente nuevas, esta nueva publicación de una misma fotografía ya no tiene nada que ver con su primigenia motivación. Como veis, las diferencias entre la misma fotografía a uno y otro lado del tiempo hace que ésta se convierta en dos cosas esencialmente distintas. Tiene razón la presentadora en demandar a quien le parezca oportuno, no podemos bañarnos dos veces en un mismo río. FRANCISCO GARCÍA JURADO

domingo, 12 de febrero de 2012

Las altas sombras de las montañas

Un joven muchacho estudia latín en Ginebra (en la fotografía) durante los años de la Primera Guerra Mundial. Esa mañana fría de enero ha comenzado a estudiar y a memorizar la primera bucólica de Virgilio. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE


Dos cosas le han llamado la atención, y ahora las va recordando al tiempo que camina de regreso a su casa, cerca de la Iglesia rusa. Ha leído un verso, "lentus in umbra", y el profesor le ha comentado que aquí el adjetivo significa "relajado". También le ha conmovido el final de la obra:





Et iam summa procul villarum culmina fumant


Maioresque cadunt altis de montibus umbrae.





Recuerda de memoria estos dos versos, al tiempo que los traduce para sí en castellano: "Y ya humean a lo lejos las chimeneas de las casas, y grandes sombras descienden desde los altos montes". Desde Ginebra, el niño puede ver esos mismos Alpes que Virgilio evoca en su égloga. Ahora comprende mejor la belleza de las tardes, con una luz dorada que a menudo le causa una rara sensación de tristeza. Qué bello final, piensa para sí, cuántas sensaciones. Al cabo de unos años, este adolescente será ya un prometedor poeta, y publica "Fervor de Buenos aires". Allí seguirá pensando que "lentus" no siempre es "lento", y no olvidará las altas sombras que caen de los montes al atardecer. En el poema “Rosas” dirá:



"Como la sombra de una montaña remota" (v. 12),




y no contento con esta mera imagen, en su poema “Jardín” hablará de:



"Los estériles cerros silenciosos


Que apresuran la noche con su sombra" (vv. 10-11)



Y el "procul" latino ahora se convierte, en su poema “Caminata”, en pura "lejanía":





"Olorosa como un mate curado


La noche acerca agrestes lejanías" (vv. 1-2)


La tarde, la lejanía y la sombra. Virgilio se convierte aquí en algo más que una mera referencia literaria. Ahora somos los lectores los que encontramos la felicidad al reconocer a Virgilio tras estas imágenes poéticas. Descubrimos también la exquisitez de la lectura atenta y vivida. Nos vamos a convertir en algo más que meros lectores. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO